Recluidos en nuestro micromundo egoísta, estrecho y, en ocasiones, miserable, se nos ha olvidado que en Europa se desarrolla una guerra que nos afecta. Y que las guerras trastocan los modos de vida diaria, los privilegios de los momentos de paz y hasta las maneras individuales de comportamiento. En los primeros meses de la guerra en Europa la gente se movió por un clamor de solidaridad teatral. Cualquiera estaba dispuesto a rescatar a algunos de aquellos que huían del horror de las guerras. Pero la guerra continúa, ya no nos lo cuentan en los medios de comunicación, y ahora se impone otra fase, que es la de ser solidarios con el resto de países que van a sufrir, como nosotros, los efecto privativos de cualquier guerra. El gas de Rusia no llegará a Europa. Terminó la etapa de los héroes de cartón piedra y llega el turno del sacrificio y el esfuerzo. Otra realidad, tan devastadora como la de la pandemia.
El gobierno ha propuesto una serie de medidas de ahorro energético ante las dificultades que se avecinan. ¡Ah, no de eso nada, han dicho algunos! No vamos a permitir que nos alteren las formas de vida de nuestro corralito hispano. Y para explicar esa reacción, tan cerril, han recurrido a las tonterías que se les ocurren a los tontos. Es un capricho del dictador Sánchez. Da pena escuchar a los políticos y repetir en los medios de comunicación, el sofisticado problema de poner a unos grados u a otros el consumo de energía o sí los comercios deben apagar la iluminación de sus escaparates a una hora determinada. Nivel, nivelazo. Así que, mientras unos mueren y otros matan, a unos 3000 kilómetros de nosotros, a nosotros lo que nos inquieta es que alteren las rutinas del gallinero y que nos pidan solidaridad con el resto de países de Europa. ¡Tanto tiempo queriendo ser europeos para salir de la miseria, la pobreza y el ostracismo, para ahora debatir sobre chorradas: las corbatas de Sánchez, los efectos de las medidas de ahorro energético y el discurso falaz de que nos coartan la libertad individual! Cualquiera diría que para los habitantes del gallinero hispano las guerras son como las series de televisión o una “peli” en el cine, que contemplamos comiendo pizzas o palomitas.
En Taiwán se ha producido un conato de guerra, que aún no ha terminado. Los especialistas nos han descubierto otra realidad que en el gallinero no se ve: sí se corta la producción y distribución de semiconductores que se fabrican en Taiwán, las industrias del mundo, o sea de nosotros, se paralizarán. Se crearía una situación de carencias y crisis que modificaría radicalmente las inercias, una vez más, del gallinero. ¿Qué haremos si esto sucediera? La tentación irracional es la de que en nuestro reducido mundo debemos continuar como estamos. No queremos nada de nadie, porque nos bastamos con nuestras simplezas. Y lo peor de este razonamiento estúpido es que hay mucha, demasiada gente, que se lo cree y lo justifica. Nivel, nivelazo.
El otro debate que ha provocado la izquierda, a la izquierda del PSOE, gira en torno a la espada de Bolívar. O mejor, si el Rey se quedó sentado o se tenía que poner de pie ante el paso de un espada, por muy simbólica que digan. También nivel, nivelazo. Algunos políticos deberían estudiar Historia. O sea, la simpleza va por barrios. Aunque detrás de estos niveles tan elevados de discusión hay trasfondo que no quieren confesar. El de la espada, la cuestión de la monarquía y el cambio constitucional. El de a qué grados se deben tomar las cañas, si en España tiene que haber un gobierno de izquierdas o uno de derechas. Nivel, nivelazo.