Hay semanas en las que resulta más difícil que otras elegir un tema para escribir. No por falta de sucesos y noticias, que abundan. La matanza de niños en un lugar de Texas, el discurso terrible de Trump queriendo convertir los colegios en fortalezas cuarteleras donde los profesores buenos, armados hasta los dientes, matan a los hombres malos; la destrucción de Ucrania que continua impertérrita; las andanzas del emérito por Galicia; la decisión de Sánchez de convertir a España en un centro de construcción de microchips o en el nudo gasístico de Europa desde el sur, etc., etc. El problema es el tono, el planteamiento del texto para que resulte útil a la mayoría de los lectores, con independencia de su ideología. Aunque siempre queda el recurso de escribir contra Sánchez. Se acumulan adjetivos, se esboza un diagnóstico fantasioso de sicología rudimentaria sobre el perfil del personaje. Se le presenta como un tipo ambicioso, obsesionado con el poder, indiferente como un témpano a la deriva, resbaladizo como una anguila, mentiroso, poco creíble, tan malvado como irreal. Con tales ingredientes se escribe, como se comprueba todos los días en diarios e informativos, la mitad de un artículo o se dilatan minutos de emisión. Si no fuera bastante se completa haciendo referencia a sus socios, bien comunistas o bien que quieren destruir a España, que inexplicablemente están presentes en el hemiciclo nacional, centro que ha devenido en un circo mediático en el que se apuesta por conseguir la frase más gruesa o más tonta. Lo menos parecido a un Parlamento. El problema lo tiene quien, como yo, no puede utilizar el recurso contra Sánchez, porque considera que eso es bazofia demagógica. Me adhiero a los que creen que esto va mejor de lo que hubiera ido con gobiernos de signo distinto. Y de que España ha ganado el peso internacional que había perdido con el sonámbulo Rajoy. Nunca asistió a Davos porque no sabía inglés.
Escribir puede ser un acto de combate o un ejercicio de opinión, dirigida a los lectores que suelen ser más templados que quienes escriben u opinan. Por ejemplo, escribir sobre la guerra de Ucrania resulta complicado porque, al menos en los medios que se leen o escuchan en España, las informaciones son escasas o se ignora su rigor. En las guerras la primera víctima es la información. Así que habrá que quedarse con lo que parece evidente: la destrucción sistemática de las zonas ocupadas por Rusia; las violaciones y asesinatos de gentes inocentes y los silencios y persecuciones del país invasor hacia los detractores internos. Miles de armas y millones de dólares, euros o rublos se ponen al servicio de la devastación generalizada. ¡¡¡El horror, el horror!!! Poco hemos progresado. En las guerras antiguas se arrasaban las ciudades con fuego y picos. Se quemaban bibliotecas, se demolían templos, se esquilmaban palacios, se robaba en las casas. Había que acumular botín para los guerreros. Es lo que están haciendo los soldados rusos. Se llevan de todo, lavadoras, frigoríficos, bicicletas. Los soldados se quejan de que no les pagan lo que les prometieron, roban a los muertos. Al ejército ruso le siguen crematorios ambulantes, no se quiere dejar pistas de los fallecidos. Lo cuenta la nobel Svetlana Alexiévich. Las guerras modernas son como las antiguas, solo que con mayor capacidad mortífera. No hay prisa ni se cuentan las bajas, lo que importa es la destrucción. Y ahora, además, cabe la desaparición de la humanidad con el uso de armas nucleares. Se contempla como una probabilidad. Se terminaría con las guerras y con la vida humana. ¿Entienden por qué resulta muy difícil escribir hoy?