Dos acontecimientos relacionados con el pintor manchego Gregorio Prieto han confluido este año (2021) que terminará en pocos días. Se ha publicado un libro en la Biblioteca Añil, que dirige Alfonso González-Calero, en el que el protagonista es Gregorio Prieto. El libro se titula “Mi amistad con Gregorio Prieto”, escrito por Pascual Antonio Beño, preparado y anotado por Pedro Menchén. Pura Mancha. Y el segundo, para la recuperación de una época difusa, la exposición que en el edificio de Santa Fe, de Toledo, la colección Roberto Polo ha organizado sobre la relación, tan amistosa como apasionada, de Gregorio Prieto con Federico García-Lorca.
La exposición, intimista, coqueta y concentrada, trasciende sin embargo a la relación entre dos personas. Tres niveles de interpretación pueden desentrañarse para entender el valor de la muestra. La recuperación de la figura de Gregorio Prieto desde la capital de la Región; la ubicación nacional del pintor en su contexto histórico y la comparación con diferentes autores (Sadie Murdoch, Darío Suro, Marc Maet, etc.) que apuntalan la vigencia del pintor, escritor, diseñador, fotógrafo extraordinario y activista cultural que fue Gregorio Prieto.
El pintor, personaje manchego arquetípico de los que pueden pulular por los mundos cinematograficos de Almodóvar o de Cuerda, creía en la Virgen de la Consolación, patrona de Valdepeñas, y en la existencia de los Arcángeles. A los arcángeles los sentía, como mariposas domesticas, aletear a su alrededor día y noche protegiéndole, inspirándole y empujado su inteligencia y su fantasía para emprender obras únicas. Y también procurándole la amistad con gente que marcarían su vida personal y la Historia del país, como Cernuda, Alberti, Vicente Aleixandre y la invasiva y persistente de García Lorca.
Poco podía imaginar el creador manchego que alguien con nombre de arcángel poderoso, denominado en el siglo Rafael Sierra, organizaría una exposición tan exquisita sobre la relación entre el poeta andaluz y el pintor manchego, dos trasterrados de la España africana del siglo XX y de la Europa turbulenta del mismo siglo. Siguiendo la trama de la exposición podemos imaginar la naturaleza de aquella relación que marcaría al pintor por el resto de su vida. En una doble carta, custodiada con mimo en una vitrina, se puede sentir a Gregorio Prieto proclamando en negrilla a García Lorca como su musa inequívoca. Pero Lorca fue más que su musa, Lorca se muestra en todas las obras del pintor. Unas veces como protagonista en retratos y dibujos, y en otras obras como prototipo de belleza clásica y atemporal. Los jóvenes que pinta en sus cuadros Prieto de una manera o de otra esbozan con insistencia los rasgos de García Lorca.
¿Fue Gregorio Prieto a la pintura lo que Cavafis a la literatura, según aventuró Pascual Beño? Tal vez. A considerar esa posibilidad colaboran las obras que se exponen en Toledo. Gregorio Prieto reproduce las ruinas de Grecia y Roma, coexistiendo con su mundo de sueños contemporáneos. Sus collages y pinturas recogen la influencia de De Chirico y Marinetti, de los simbolistas ingleses y de los surrealistas anteriores a Dalí. Evoca un universo antiguo sobre el que se asienta la modernidad del siglo XX.
Neorenacimiento mezclado con surrealismos españolizados. En esos escenarios plagados de personajes, Prieto narra historias y fabulas de amores rotos, deseos y pasiones frustrados por la tiranía de la pérdida inevitable o la añoranza de la juventud propia y ajena que, tanto Prieto como Lorca, codiciaban. En fin, una nueva exposición de CORPO en el edificio de Santa Fe, que muestra algunas de las claves de un creador hasta ahora extrañamente enclaustrado en Valdepeñas.