CORPO (Colección Roberto Polo-Centro de Arte Moderno y Contemporáneo) lo ha vuelto a hacer: ¡Sorprendernos! Como si su presencia en Castilla-la Mancha no hubiera sacudido ya los cimientos de una tierra históricamente poco dada a la Cultura. Y, como si el tiempo ocurriera en un presente continuo, en la Casa Zavala, de Cuenca, ha organizado una exposición, que quiere ser el relato vibrante del proceso creativo de Alberto Corazón. Un hombre ligado a Toledo por una antigua amistad, aunque también unido a otros muchos lugares. No hay que ser exclusivistas.
Estuvo entre nosotros hasta el mes de febrero de 2021 y los directivos de CORPO se han apresurado a que su memoria y su obra queden perfiladas para el futuro. Una iniciativa para combatir adversidades diversas. Y porque experimentan una alergia visceral hacia el inmovilismo y una aversión intransigente a la rutina que predomina en el mundo del arte, al menos en el sector museístico de Castilla-la Mancha. Como si la distancia entre febrero y octubre no existiera pretenden, con esta exposición, mostrar los procesos y procedimientos de un creador tan variado en su temática como volátil en la construcción de su obra. A partir de aquí, los estudiosos del arte contemporáneo tendrán como referencia la exposición de Cuenca, que se acaba de inaugurar con el impulso de Rafael Serra y la dirección de la escritora Ana Arambarri. Entre ambos han recreado el mundo holístico de Alberto Corazón, poblado de imágenes, palabras, impresiones, esbozos, proyectos empezados, proyectos inacabados, trazos sueltos, obras terminadas.
Una norma no explicita aconseja que para valorar la importancia de un artista o la trascendencia de un acontecimiento hay que dejar pasar el tiempo. Algunos, los más conservadores, se atreven a proponer cien años. El tiempo actuaría como un decantador neutral que fijaría el valor representativo de las obras en el contexto en el que se produjeron o la trascendencia histórica de un hecho. Los promotores de CORPO se han puesto esta norma por montera, tal como le gustaría a Alberto Corazón, con la exposición de la Casa Zavala, de Cuenca. Los visitantes compartirán, en un presentismo ordenado, los impulsos creativos del autor, sus dudas, sus impaciencias, su abandono de un tema por la atracción de otro nuevo más interesante, su nerviosismo intelectual. Alberto Corazón, a la manera de un periscopio giróvago, percibía la mezcolanza de ruidos, colores, signos, formas y geometrías que se entrecruzan en el espacio como fotogramas aleatorios Por el contrario, sus diseños eran el resultado de un trabajo exhaustivo para condensar la esencia de lo representado. Diseñar era una variante cívica de su arte, por su intencionalidad social y sentido utilitario. Por esa concepción fue declarado diseñador más influyente del siglo XX.
Para quienes no lo sepan, Alberto Corazón fue pintor, diseñador grafico, escultor, acuarelista, paisajista, escritor, amante de los bodegones, entusiasta de los jardines o de los colores mutantes del mar y de los horizontes, no menos cambiantes, de tierra adentro. Pero había que haberle visto por Toledo, anónimo, discreto, feliz sin ostentación y siempre trasmitiendo la impresión de estar al acecho de ideas, imágenes y colores que los demás no veíamos o ni siquiera intuíamos. Desconocíamos que estábamos ante un hombre excepcional. Él fue de los primeros en advertir el valor de los proyectos de Roberto Polo en Toledo y en Cuenca. “La colección de Roberto Polo –dijo– es algo muy insólito en España, porque reúne multiplicidad de estéticas, pero mantiene un hilo común, un alma que permanece”. Un alma que, además, se nutre de exposiciones como esta de Alberto Corazón. Hoy en Cuenca, otro día tocará en Toledo.