Ha terminado una semana en la que sí no has escrito, hablado u opinado sobre Maradona no habrás sido nadie. Ni como cronista, ni como comentarista, ni como opinante. Hablar de política internacional o domestica en momentos como este es perder el tiempo. Se puede escribir sobre la desaparición de la educación concertada o la pérdida de la libertad de elección de centro. Aporías de sofistas. Las argumentaciones parecen ciertas, pero son falsas. O sobre el gobierno que quiere aprobar los Presupuestos Generales del Estado con quien esté dispuesto a aprobarlos. ¿No es lo que necesitan los españoles en una crisis como la actual? Se pacta con quien se puede, no con los que otros quisieran. Así que, los que afirman que no pactarían con fulanito o menganito, lo dicen por decir. Ganas de hacerse notar.
Quienes no hayan estado atentos a lo que se escribe o se dice sobre Maradona se perderán los procedimientos con los que los humanos construyen los mitos. No importa su vida, menos, sus miserias. Ha dejando de ser carne y hueso para ascender al Olimpo. Ya solo es un ente, conviviendo con los héroes, los semidioses y los dioses que la humanidad ha producido en sus industrias sociales para distraer al personal. La transustanciación ocurre ante nuestros ojos. Vivimos instantes estelares. Excepto por una salvedad: los medios de comunicación necesitan tanto material diario que pronto encumbrarán a un nuevo mito y se olvidará el reciente. La obsolescencia es una de las características de los mitos modernos.
La construcción mitológica consiste en consignar relatos imaginarios, en prosa o en verso, sobre la vida, las aventuras y los hechos de una persona, real o inventada. Así se crearon Aquiles, Ulises, Jesús, Luther King, el Che Guevara o cualquier otro. Lo que interesa no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Lo trascendente de la muerte de Maradona no es la desaparición de un personaje excesivo, sino lo que se narra de él. No importan las valoraciones morales, éticas o sicológicas, eso se queda para los especialistas, sino la belleza que destila el relato. Los mejores escritores, con las mejores técnicas literarias y la mayor exhibición de fantasía, construyen en estos días las narrativas canónicas de un mito popular.
Seguramente no exista un territorio tan irreal como Argentina, el país de Maradona. Argentina es un escenario donde todo y nada es imposible. Por ejemplo, que viva gente en un lugar como El Chalten. En otras épocas pudo ser La Mancha de Cervantes, la Colombia de García Márquez, el México de Juan Rulfo. Desde hace años es en Argentina donde aparecen personajes imposibles, sucesos inconcebibles, acontecimientos de pesadilla o de ensoñación. ¿No son evanescentes Borges, Mario Paoletti, recientemente fallecido en Toledo, Leila Guerriero o Aira? ¿No son fantasías Gardel, Evita o Perón? ¿No fue surrealista la guerra de las Malvinas, promovida por unos militares que buscaban apuntalar el golpe de Estado y ocultar sus represiones con una guerra popular? ¿No resultó un triunfo imaginario que Argentina ganara un mundial de futbol a Inglaterra, tras haber sido humillados en una derrota real con argentinos “pulverizados” por bombas de concentrados hirvientes?
La victoria con la pelota la consiguió el hombre que está siendo construido como mito. Y lo hizo, como los héroes, con trampas. Una deidad empujó su mano y tapó con una venda los ojos de los árbitros de campo y de línea, boludos, para que no vieran la falta que habría anulado el gooooool, goooool, gooooool. (Grítese lo último como un locutor argentino, si es que pueden).