El último logro de la democracia
El día 24 de octubre de 2019 será considerado en España como una fecha significativa, no por el tamaño del acontecimiento sino por su representación simbólica. Una arquitectura soberbia, en sus pretensiones de trasmitir imágenes de fuerza y triunfo, perderá parte de su legado feroz. Franco, el general ganador del golpe militar, habrá sido sacado del paraje, conocido, en lenguaje de la dictadura, como Valle de los Caídos. La obra se realizó en parte con mano de obra de los vencidos para hacer notar el peso de la victoria. Algo semejante hicieron los reyes católicos en una obra con similares connotaciones demoledoras: San Juan de los Reyes, en Toledo. Concebido como mausoleo flamígero, se levantó en plena judería tras el decreto de expulsión de 1492. Al final, serían enterrados en Granada, lo que restó leyenda a las góticas trazas de Juan Guas.
En un sistema democrático quienes no creen, o incluso combaten la democracia, tienen los mismos derechos que los que creen en ella y la defienden. Los tienen los asesinos, los terroristas los tienen y los han tenido los descendientes de Franco. Lo que se niega en una dictadura, resulta fundamental en una democracia. Y, porque se saben poseedores de derechos, los herederos de Franco han utilizado todos los recursos de la democracia. Desde contar con un juez que inventó un pretexto fútil de riesgo laboral, hasta la obstinación de un religioso que continúa uniendo religión con dictadura, fe y creencias con violencia, persecuciones, muertes y exilios. En los días siguientes de la exhumación, la democracia española se sentirá más honrada, más digna, más fuerte. Se habrá avanzado, aunque sea simbólicamente, en un proceso que comenzó con la transición de una dictadura a una democracia.
Es probable que a algunos, ni de la derecha ni de la izquierda, les haya gustado la exhumación de Franco. Vox ha dicho que era un acto electoralista. Ha coincidido Iglesias, después de haber manifestado, hace pocos días, que Sánchez no se atrevería con Franco para no entorpecer el pacto, que ellos se han sacado de la manga, entre PSOE y PP. La táctica de juntar en campaña a PSOE con PP ya la emplearon en otras elecciones con algunos beneficios entre los votantes más crédulos de izquierdas. Pero, con independencia de los gustos, de las manipulaciones electorales, lo indudable es que se ha cumplido un tiempo que comenzó cuando los políticos de la Transición organizaron un modelo de relaciones que garantizaba derechos iguales para todos. Ese fue el talante de la Transición y ese ha sido el talante del acontecimiento en Cuelgamuros.
Sí alguien habla ahora de victoria es que no sabrá nada de derrotas. No sabrá de la guerra civil ni, de la no menos cruel, postguerra. No sabrá del hambre, ni del miedo, ni de los desgarros sicológicos y morales de quienes tuvieron que exiliarse por haber sido derrotados en una contienda golpista. Aunque la historia quedaría incompleta, sino se considerara el papel que los socialistas desempeñaron en la Transición y continúan protagonizando. Apostaron porque el pasado no se volviera a repetir. Y contribuyeron a crear una Constitución que mirara hacia el futuro, descentralización territorial, incluidos los riesgos que podía acarrear. Véase Cataluña. Más tarde gobernaron y pusieron en marcha proyectos que modernizarían a España. Posteriormente hicieron una Ley, mal llamada, de Memoria Histórica. Como consecuencia de esa normativa, varios años después, garantías judiciales por medio, ha sido posible la exhumación del dictador del panteón que se construyó para conmemorar su victoria. Apuestas efectivas que no deberían olvidarse para el futuro que aún tenemos pendiente de construir.