Otra vez se rinde uno al equipo de asesores de Emiliano García-Page, porque su aportación a la semántica política contemporánea española pasa ya del notable alto para rozar el sobresaliente. El último hallazgo de la factoría Page, el estado pluriemocional, que el presidente de CLM sacó como la última, mejorada y selecta munición contra el independentismo, en su paso por el desfile de la fiesta nacional en Madrid, contiene mucha más miga conceptual de un aparente mero juego de palabras: estado plurinacional vs. estado pluriemocional.
Los nacionalismos se basan en tocar el resorte humano de las emociones. Si se aplica la mera razón, los nacionalismos, en el mundo actual, no tienen ningún sentido. Y mucho menos aquellos basados en el principio contrario del que surgieron grandes naciones como la Italia o la Alemania actuales. Esas dos grandes naciones surgieron gracias a lo que alguien definió como fuerzas centrípetas destinadas a confluir alrededor de un concepto que hace grandes a todos los participantes. Justamente lo contrario del efecto de las fuerzas centrífugas tan presentes en España desde principios del siglo XX en los denominados nacionalismos históricos: dispersar, dividir y atomizar todo lo que costó siglos aglutinar. Así de idiota si cualquiera aplica una mínima porción de la cadena de sus neuronas en la resolución del problema.
Los nacionalismos se crean y alimentan a través de la educación de emociones tan elementales como la idea de madre, algo a lo que muy pocos se podrían resistir sin aparecer delante de la tribu como un enfermo degenerado que reniega de lo más sagrado. Las banderas, los himnos, los símbolos, la liturgia, en fin, que los envuelve a como a cualquier religión o ideología que se precie, aclaran muy bien hacia qué parte de la anatomía humana envían sus mensajes.
Al hallazgo de la pluriemocionalidad, Emiliano García-Page, ha añadido un recuerdo de lo más elemental para cualquiera que tenga la fortuna de vivir en el mundo occidental. De la Revolución Francesa para acá el concepto fundamental para la convivencia de cualquier sociedad sana es el de igualdad de la ciudadanía ante la ley. No hay otra.
Y lo curioso es que en toda esta historia que no cesa de la desigualdad promovida y las diferentes varas de medir y formas de aplicar las leyes del embudo por parte de los nacionalismos, la izquierda, muy mayoritariamente, sea por convicción o sea por simple oportunismo, se ha agregado a la fiesta de una manera entusiasta.
Pero, en fin, después de gran pensador que fue ZP, ya se sabe que lo de nación es un concepto discutido y discutible… Siempre que hablemos de España y no de cualquier otra cosa. España pluriconceptual.