Me pregunto qué dirá, cuarenta y ocho horas después de la debacle personal de Pedro Sánchez, José Luis Rodríguez Zapatero sobre el talante del que ha hecho gala su compañero de partido y secretario general.
La noche de las elecciones no abrió la boca. A la mañana siguiente, del rey abajo, nos enteramos de que habría elecciones el veintitrés de julio. No tuvo tiempo, ni antes ni después, para felicitar a Feijóo, ni mucho menos a los candidatos del PP que habían ganado las elecciones en la mayoría de las Comunidades Autónomas y los principales Ayuntamientos de España. Mal perder se llama eso en mi pueblo, porque en cualquier democracia, aunque no esté escrito en su constitución ni contemplado en ninguna ley, lo suyo es felicitar al adversario, y afortunadamente otras personas de su partido no se han olvidado de ello, como es el caso del famoso alcalde de Valladolid que, aunque había ganado las elecciones, reconocía y felicitaba a quién a todas luces ocupará el sillón de la alcaldía. Afortunadamente, decía, lo de Pedro Sánchez y su no felicitación a los vencedores ha sido la excepción y no la regla.
Lo grave y significativo viniendo de un secretario general de un partido que uno supone de Estado y orden es que, además de no tener esa deferencia y mínima educación con sus adversarios, tampoco lo tenga con sus propios compañeros de partido y mucho más cuando no son muchos los alcaldes o presidentes de Comunidad que puedan llamarse ganadores.
Según los datos, de toda España Emiliano García-Page ha sido el único candidato socialista a la Presidencia de una Comunidad que ha logrado la mayoría absoluta y con un porcentaje de votos muy cercano, unos o dos puntos, a los obtenidos en la Comunidad de Madrid por el fenómeno de Isabel Díaz Ayuso. Unos resultados, en fin, para enorgullecerse y para que todo el PSOE lo hiciera en toda España. Lo más lógico y lo que cualquier persona normal esperaba era que Pedro Sánchez, al menos, felicitara a Emiliano García-Page con todas las de la ley y personalmente, y disimulara su ira, su mal perder y su talante de sociópata, con un mensaje de cumplido para los adversarios. Se ve que los dos asesores que le acompañaban y que con él tomarían la decisión de convocar elecciones, pasándose por el forro la opinión del partido, se olvidaron de algo tan elemental.
Pero no. La noche de las elecciones lo último que se le ocurrió al autócrata que habita la Moncloa fue cumplir con el deber para la normalidad democrática que a cualquier persona de buen talante, crianza y educación le hubiera salido de manera natural. Me temo que su compañero y amigo Rodríguez Zapatero tiene mucho que enseñarle, sobre como al menos, salvar las apariencias.
Si no estaba ya suficientemente claro, Pedro Sánchez ha señalado, con esa felicitación que brilla esplendorosa por su ausencia, a otro enemigo político, que no adversario, más para añadir a la cuenta.