Del Guadiana a la puerta grande
Estas cosas solo ocurren en el toreo. Hace apenas unas semanas el torero extremeño Antonio Ferrera era rescatado por los bomberos y los servicios de emergencia de las aguas del río Guadiana a su paso por Badajoz. Eran las siete de la mañana y todo indica que él mismo se había arrojado desde el puente de la Autonomía. Se supo que había sido ingresado en un hospital universitario de la ciudad, pero nunca se hizo público un parte médico. La siguiente noticia fue la de su reaparición en Córdoba, donde cortó una oreja, un día antes de que afrontara la primera de las tres corridas que tiene firmadas en la feria de San Isidro en la plaza de toros de las Ventas.
Como es natural, cuando se produjo la noticia de su rescate en el río, en el ambiente taurino se dijo de todo, aunque rápidamente se impuso la lógica. Antonio Ferrera pasaba por una mala racha en lo personal y en un impulso se habría arrojado al río. Cuando le sacaron del agua sufría una hipotermia y un ataque de ansiedad. Se supo que estaba en planta del hospital y que su vida no corría peligro. Después el silencio hasta su reaparición en Córdoba. Al día siguiente le esperaba nada menos que Madrid, la primera plaza del mundo y con una afición muy poco dada a sentimentalismos y a dejarse llevar por nada que no sea lo que ocurre estrictamente sobre la arena.
Y el milagro se hizo. De las aguas del Guadiana a la puerta grande de las Ventas del Espíritu Santo en la capital del toreo. Tres orejas, que pudieron ser cuatro y Antonio Ferrera, de la desesperación a la gloria. Del fracaso en su vida personal a tocar el cielo con las manos en lo profesional. Una paradoja que no es la primera vez que se da en el mundo del toro. Personas infelices y frustradas que hacen felices a miles con su triunfo. El milagro de la empatía con alguien al que suponemos acabado y triturado por la vida y que de pronto tiene la oportunidad de mostrarnos la otra cara con la expresión de algo que aparentemente debería solucionarle todos los problemas.
Y sin embargo uno no cree que el chorro de adrenalina que a buen seguro corría por las venas del hombre Antonio Ferrera, y que se transmitía a los espectadores en los tendidos y a millones que veían la corrida por televisión, haya solucionado su problema. Él fue feliz dos horas y nos hizo felices a muchos. Luego, no sé. Lo fácil es ver simplemente el hecho de que alguien a quien se recoge de un río, unos días después sale a hombros de miles de personas que lo aclaman. Los milagros existen en el toreo. Son más difíciles en la vida.
Mucha suerte Ferrera, porque me temo que para ti la salida a hombros de la primera plaza del mundo no es suficiente.