Orson Welles y el también cineasta Henry Jaglomse conocieron en 1971 con motivo de la participación de Welles en la primera película de Jaglom. Desde entonces se hicieron amigos y el discípulo se convirtió, además de en su mayor admirador, en su productor y su agente en el intento, que resultaría fallido, de conseguir que la leyenda del cine llevara a cabo algunos de los proyectos que una y otra vez eran rechazados por el nuevo Hollywood que conocía la fama del mito.
Dice el editor: “Jaglom recogió a Welles del suelo, le quitó el polvo, lo limpió, le sacó brillo y blanqueo su leyenda. Luego sacó su agenda e hizo una lista de las personas que quizá pudieran ayudarle: Le consiguió buena prensa, concertó entrevistas y ambos hablaron de nuevos proyectos (…)Jaglom rebatía enérgicamente lo que casi todos decían, que su amigo sufriera un trastorno de déficit de atención: “No es que no termine sus películas, ni mucho menos. Es que se le acaba el dinero y cuando alguien le da más es para hacer otra cosa (…) Sin embargo, aunque no quisiera admitirlo, Jaglom se había echado sobre los hombros una tarea propia de Sísifo…” (…) Le rendían honores como al más grande director de cine de los Estados Unidos, pero nadie daba un centavo por sus proyectos. Zarandeado por una tormenta de rechazos, tuvo que luchar como cualquier autor neófito salido de la escuela de cine.”
“A principios de 1978, Welles y Jaglom quedaban a comer prácticamente todas las semanas, y en ocasiones más de una vez, en Ma Maison, uno de los restaurantes favoritos del primero –acudía casi todos los días-. Ma Maison era un celebrado bistró francés propiedad de Patrick Terrail que estaba en West Hollywood, en Melrose Avenue, 8360, cerca de Kings Road.”
“Welles sabía que Jaglom había estado treinta años grabando muchas cosas que le contaba su padre y le pidió que grabase sus conversaciones: Y le puso una condición que escondiera la grabadora, que la pusiera en un bolso, en una mochila, donde fuera, pero que él no pudiera verla: Jaglom empezó a grabar en 1983 y continuó hasta que Welles sufrió el ataque al corazón que acabó con su vida la noche del 10 de octubre de 1985 (…) las conversaciones se conservaron. Jaglom metió las cintas, unas cuarenta, en una caja de zapatos y ahí estuvieron acumulando polvo, casi treinta años. ”
Peter Biskind, periodista, conoció a Jaglom y todo vino rodado para publicar estas veintisiete conversaciones con las que el lector tiene la sensación de que, “es casi como estar sentado a su mesa; y, por cierto, menuda mesa. Welles resulta ser un fascinante cúmulo de contradicciones: belicoso y vulnerable como un niño; intrigante y a veces tan impulsivo que logra hacerse daño a sí mismo; tan tímido que se oculta bajo un sinnúmero de máscaras y tan exhibicionista que no hay nada que adore más que el clamor de los aplausos.”
“En estas páginas aparece relajado, con la guardia baja y desinhibido, desenchufado, si quieren con tendencia a dejar escapar todo tipo de opiniones políticamente incorrectas – y se diría que es sexista, racista, homófobo, vulgar…, pero vamos a ser amables y digamos “rabelaisiano”.”
En fin, un libro de cine lleno de anécdotas, películas, actrices, estrellas, actores, historias, chismes y opiniones sobre lo divino y lo humano a veces tan desmesurado como el principal de sus protagonistas que no defraudará a cualquier amante del cine. Una gozada.
Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles. Edición de Peter Biskind. Ed. Anagrama, 2015. 352 páginas. 24,90€