El curioso caso de María Díaz y unos tíos machistas
Es asombrosa María Díaz. No me extraña que haya alcanzado tan alto cargo en las Cortes de Castilla-La Mancha. De la revolución callejera a los salones del poder en un santiamén, y subiendo. El talento político tiene estos sobresaltos. Subida en el púlpito de su evidente superioridad moral y la alta posición que le concede su pertenencia al Club de los Almendritas Saladas en estrecha sociedad con la Cofradía de la Gente Seria Muy Seria, la destacadísima diputada regional de Podemos acostumbra a aleccionar a medio mundo y regañar al otro medio, de manera que su pontificado recibe veneración incluso extramuros castellano-manchegos y es tan admirado que lo lleva reflejado cada día en su carita política de ángel y hace orgulloso motivo de ello. Sus piezas y las de su partido cotizan en Bolsa y son muy admiradas en las salas de subasta de mayor gala y reserva.
Vista la situación con perspectiva, es inexplicable cómo ha podido el Parlamento castellano-manchego mantener su propia existencia en los treinta y tantos años de ausencia de María Díaz. Yo no me lo explico, y lo digo con la misma humildad y falta de conocimiento con las que a día de hoy soy incapaz de explicarme la vida humana anterior a la llegada de internet. El misterio es total. El caso es que la audaz parlamentaria de Gilitos, sobrada de populismo y salvando el mundo cada día por la mañana, lo último que ha donado al planeta tierra desde el atril de su sabiduría en las redes sociales y tocada por la magia de representar a media Humanidad ha sido un logradísimo texto de agresión total contra este periódico por haber tenido nosotros la ocurrencia desde un comentario de opinión editorial, qué mala cabeza, de cuestionar su tarea política, la de su partido en la región y la de algunos de sus compañeros, como el vicesegundo de la Junta, José García Molina. Somos machistas, sexistas, deleznables y de baja pluma, con perdón, y ahora mismo, a la voz de ya, debemos pedir disculpas, no ya a María Díaz, sino "a todas las mujeres", retirar después la pieza en cuestión y a continuación irnos a llorar a los infiernos, escondernos de la gente y pasarnos el resto de la eternidad en el rincón de pensar y con los brazos en cruz. Qué pereza y qué miedo. Deslizar de forma tan gratuita, frívola e injusta como ha hecho esta dirigente política conceptos tan ofensivos y gruesos contra nosotros y nuestro medio es una notable bajeza de la que, además, ha dado cuenta completa el periódico de Nacho Escolar, practicando periodismo del bueno y en una pieza maestra que ha dejado admirada y feliz a la propia María Díaz: menos mal que no todos somos iguales y aún quedan gurús que nos enseñan el camino. Alabado sea el señor.
Y es que le ha salido tan contundente, tan sobrecargada e inquisitorial, tan hinchada de descalificaciones, tan brutal, desenfocada y condenatoria la homilía a la diputada Díaz que ganas me dan de no volver a mirarme en el espejo y salir huyendo lo menos a Marte. Es tan desproporcionado y teatral el textito de respuesta de María Díaz a nuestras pobres, machistas y vergonzosas consideraciones, tan demoledor desde la primera a la última palabra, tan escrito desde el cielo asaltado y podemita, tan contumaz y elevado en la ofensa y la certidumbre que tengo dudas ahora mismo del nuevo rumbo que debe llevar mi vida. Esta gente sí que sabe aplastar y poner cordones sanitarios: me siento la pobre mosquita a la que intentan cargarse a cañonazos y no sabe dónde esconderse para evitar el chorreo, seguido además por un hilito de tuiteros fans de la diputada tan faltón y cazurro que no salgo de la congoja. A ver ahora qué hago.
En fin, he pensado mucho si publicar o no esta columna, pero no hay que dejar que te avasallen. No pienso callarme. Hay que luchar contra la estupidez política ambiental. Hay que combatir la mentira y la demagogia. La corrección política, el victimismo sobreactuado y a estos nuevos censores que nos dan lecciones todos los días y nos quieren calladitos y obedientes. Hay que rebelarse, y hacerlo humildemente, pero con firmeza. Confieso que me siento muy ofendido por las falaces, pueriles y torpes acusaciones de María Díaz, no porque sean suyas, sino porque, aparte de su propia injusticia y su falta total de elegancia y originalidad, proceden de un alto cargo público con sueldo oficial que no suele dejar títere con cabeza y porque me siento utilizado, objeto de un aprovechamiento político a partir de una exageración total y una vulgar sobreactuación, vehículo conductor a la fuerza de una insidiosa maniobra de propaganda que es pura falacia. Teatro de la victimización en el agujero negro del machismo donde cabe todo manoseo político y sectario. Intolerable frivolidad con un asunto mayor.
Es lamentable, o sea: nadie políticamente honesto utiliza tan irresponsablemente el sexismo, que es una criminal lacra social, para darse el pisto, impostar y hacer postureo aprovechón. Es una vergüenza, María Díaz. Qué piel tan fina para encajar las críticas y qué gruesa para lanzarlas a todo el mundo. María, para impartir tantas clases hay que ser catedrático y aquí todos somos becarios. Y para "machismo ilustrado", con reincidencia y alevosía, el de Pablo Iglesias, el líder del partido del que usted inexplicablemente aún no ha dimitido y ante el que ha permanecido con la boquita bien cerrada. Nos quedan todavía, en fin, muchas lecturas pendientes, María. Así que retire usted esa pieza penosita que ha redactado con estilo escolar y pida disculpas: no hace falta que sea a todos los periodistas del mundo, ni a los medios internacionales, tan solo a nosotros: tengamos un poco de humildad. Nos lo merecemos después de la que usted ha montado a mayor gloria. Quiero decir: ¿puede de verdad usted dedicarse a hacer política?