Somos cada vez más conscientes de la importancia del apego en la infancia, no solo en cuanto a educar con refuerzos materiales sino también con refuerzos emocionales, los más importantes. Basar la estimulación y la seguridad de un niño con aportaciones materiales va a tener consecuencias. Incluso pensar que nada de premios ni achuchones es dejar al azar conductualmente el aprendizaje de ese niño. No usar las emociones, no expresarlas o verter continuas críticas y rechazos, muchas veces como forma de desahogo de los padres de sus propios problemas, va a tener consecuencias de por vida en ese niño, en ese adolescente y en ese adulto...
Por otro lado, el uso de premios materiales, únicamente, puede tener consecuencias conductuales tanto en la infancia como en la edad adulta. Crearemos personas caprichosas, con baja tolerancia a la frustración y cierto grado de tiranía. Con falta de apego veremos conductas impulsivas y tendencia a satisfacerse a uno mismo a través de compras, muchas veces de cosas innecesarias, pero que calman la ansiedad y la insatisfacción en el momento y poco después. La gratificación es pasajera.
Independientemente de los refuerzos, utilizados para conseguir o mantener un comportamiento, están las manifestaciones de cariño y protección de forma espontánea por parte de los padres: si no se producen durante los primeros años del niño, crearán problemas en el desarrollo emocional, psicológico y hasta físico. Es vital tocar, abrazar, besar, sonreír (la sonrisa es un gesto mínimo y a la vez muy poderoso para crear seguridad en el otro, aprobación, complicidad...).
No cualquiera tiene facilidad para expresar verbalmente sentimientos y a veces no hacerlo es por falta de costumbre, como de hasta cierta "vergüenza" que les frena. Son las personas más empáticas las más dadas a este tipo de comportamientos, las que con más facilidad lo hacen, también las personas acostumbradas a recibir estas muestras en su familia de origen. Todas las carencias afectivas en esta etapa de la niñez se traducen siempre en una baja autoestima, inseguridad, autoconcepto alterado, un mal control de las situaciones y, por tanto, dificultad de adaptación al entorno.
Relaciones de pareja
Cuando somos adultos seguimos arrastrando estas carencias y cuando más notorias se hacen es en los momentos de las relaciones interpersonales y en las relaciones de pareja. Hay una necesidad de aprobación y de establecer un vínculo de seguridad con los otros que se traduce en conductas de dependencia emocional y sumisión emocional, sobre todo. No siempre somos conscientes, pero buscamos la palmadita, el "no pasa nada", un gesto de aceptación que nos dé "tranquilidad", lo que sea que nos haga sentir válidos, aceptados, protegidos…
Se establecen relaciones de "necesidad" con personas en las que encuentras esas manifestaciones de cariño que te hacen sentir seguro, y se generan unas emociones de intenso miedo ante la posibilidad de que la relación se acabe. Este miedo puede traducirse en conductas de sumisión aceptando y haciendo girar tu vida en torno a las preferencias y necesidades del otro (dependencia emocional) o, por el contrario, en sentimientos de celos (miedo irracional a perder importancia para el otro, a ser sustituido por otros) y también en conductas de comprobaciones, reproches de tipo dicotómico (si haces tal me quieres, si no haces tal no me quieres), lo que provoca mucho sufrimiento en ambos y desconfianza también en ambos.
Se establecen esquemas mentales sobre la cantidad de amor, basados en conductas relacionadas con hacer "sacrificios". Cualquier señal interpretada como indicativo de amenaza de pérdida se traduce en intensificar agradar al otro o a los demás (tanto en relaciones de pareja como en relaciones de amistad) o en conductas defensivas basadas en ese pensamiento irracional, que lo único que consiguen es alejar a la otra persona por incomprensión de ésta de lo que pasa, llegando incluso a cumplirse la profecía autocumplida.
Necesidad de aprobación
Este patrón suele ocurrir en todas las posibles relaciones que se mantengan a lo largo de la vida de estas personas y se caracteriza por una necesidad constante de aprobación y manifestación (según esquemas personales subjetivos) de amor. El amor que todo lo puede, que todo lo pide y que todo lo da. Necesitamos ser queridos por naturaleza y querer pero sin patologizar.
Lo peor que les puede pasar a las personas con carencias afectivas es llegar a estar con personas manipuladoras, con malas personas, que aprovecharán esta circunstancia de "debilidad y necesidad" de cariño para su propio beneficio y sin ninguna actitud de empatía hacia el que sufre. Personalidades tóxicas y egoístas que pueden anular completamente a estos otros, entrando en manipulaciones y maltrato psicológico que una persona con carencias no es capaz de ver con facilidad y del que le va a costar salir. Hasta una persona sin problemas afectivos y en manos de un "buen manipulador" tampoco sería capaz al principio de darse cuenta, pero este es otro tema.
Comportamientos típicos
Y, por si tienes dudas de si eres una persona con carencias, te dejo algunas características de comportamiento típicas, aunque tú ya lo sabes y lo sientes por tantos momentos de ansiedad y/o depresión en los que te encuentras, por el miedo que sientes a no ser aceptado o a ser rechazado, y siempre un miedo irracional basado, claro, en tu propia experiencia de falta de afecto desde pequeñito, y que por supuesto tiene solución.
La principal característica es la baja autoestima, sentida en lo más profundo aunque sean personas muy valoradas en muchos o todos los ámbitos de sus vidas. Sus principales preocupaciones giran en torno a su relación con las personas cuando aún no han establecido vínculos con ellas y les resultan interesantes. Después la preocupación es sobre la posibilidad de dejar de ser querido.
Tienen miedo a la soledad, a la que se imaginan, porque quizás ninguno de ellos ha experimentado la libertad de estar solo para comprobar que sí son capaces y aprender a disfrutar por ellos mismos y con ellos mismos, aunque las relaciones de amistad y de pareja les proporcionen efectos sumatorios de gratificación... pero que no sean la única fuente de luz. Y a esto se aprende, por supuesto.
Desconfían de los sentimientos de los demás hacia ellos, otra vez por el miedo a ser abandonados o a ser "menos" queridos.
Presentan pensamientos obsesivos con respecto a la pareja y necesitan saber que está ahí o estar con ella para llenar el vacío que sienten si están solos. Hay como una prolongación de la relación que han tenido con sus padres, con el padre o madre dominante, que no terminan de soltar aunque en la pareja está buscando el sustituto de seguridad que en el seno de su familia nunca llegó a encontrar, dado los comportamientos ambiguos y hasta quizás patológicos de uno o de los dos padres. No llega a crearse una imagen certera de uno mismo e independiente de las figuras de apego con lo que se busca inconscientemente protección en otras personas.
Sentirse bien, muy bien, protegidos o flotando con otras personas es magnífico, pero estas sensaciones deben ser un extra al estar con esas otras personas, no una necesidad. Hay que empezar por quererse a uno mismo para querer aún más a los otros y SENTIRSE aún más querido, merecidamente querido SIEMPRE.
Ana María Ángel Esteban es una psicóloga y sexóloga con consulta en Toledo.