Los hijos establecen varias etapas en la evolución de la pareja y hasta determinan conductas y emociones de forma directa e indirecta que influyen en la mejora del entendimiento y complicidad o, por el contrario, siembran un campo de minas que puede terminar con la relación.

 

Cuando los hijos se marchan de la casa de los padres se dan varias situaciones posibles, tanto a nivel individual como de pareja. Una de ellas, quizá la más conocida, es la del síndrome del nido vacío. Pero también puede ser la contraria, la del deseo de que se vayan cuanto antes. En general las madres son las que están más apegadas y “entregadas” al cuidado de los hijos. Ya desde el momento en el que se toma la decisión de ser padres cada uno lo está haciendo por su propia razón, y puede ser para cumplir con un esquema particular de vida en el que es necesario o deseado tener un hijo o por causas que tienen que ver con el otro, como intentar cubrir una carencia en la relación o asumir el deseo del otro de tener hijos, aunque en principio no se comparta. Y esto va a influir también en cómo se gestionará el momento del “vuelo”, a nivel individual y de pareja. Ya he comentado en ocasiones que las razones que nos unen al iniciar una relación muy pocas veces se mantienen en el tiempo, y si además introducimos factores variables como los hijos, puede empezar a crearse una disonancia tal entre “la realidad de lo que queríamos” y “la realidad de lo que vivimos” que se hace presente el popular dilema: “Los hijos unen o los hijos separan”. Y aunque se les quiera mucho, como es en la generalidad de los casos, también individualmente y a nivel de pareja se interrumpieron proyectos para ser padres que quizá se quieran retomar. Y ahí veremos las consecuencias si se quiere hacer individualmente o por el contrario se integran en la pareja si las circunstancias lo permiten.

Ahora somos otros tras el intervalo de tiempo que les hemos dedicado a los hijos y a las demás situaciones y cuestiones que paralelamente han ido sucediendo en nuestras vidas. Básicamente estamos cambiados, evolucionados y perfeccionados en nuestros deseos, preferencias y comportamientos. Teóricamente más maduros. La marcha de los hijos supone un vacío en la costumbre de quien ha dedicado más tiempo a ellos que puede traducirse para algunos en una depresión y para otros en una liberación si sentían que “sus demás cosas” quedaban relegadas al futuro. A nivel de pareja, independientemente de que se tenga una buena relación antes de que lleguen los hijos, el criterio para educarlos, formas de llevar a cabo esa educación o la comunicación cómplice entre los dos va a hacer que la pareja se fortalezca más o que se vaya distanciando. En parejas con mala relación, los hijos no unen. Muy a menudo se dice y se tiende a pensar que los hijos unen, pero es un completo error tenerlos con el único objetivo de mejorar la relación.

Al contrario, si antes ya era complicado aguantarse, ahora hay más motivos de discrepancias y enfrentamientos, lo cual influirá además en el propio desarrollo emocional de los niños que lo están viendo y sufriendo. Y cuando los hijos ya son mayores y por razones de estudios o de independencia definitiva se van de casa, se hace más evidente qué tipo de relación de pareja queda. La marcha puede unir más a la pareja con buen rollo porque les permitirá tener más tiempo para reencontrarse y disfrutar la vida en común, compartir actividades, más momentos de comunicación, exteriorización de pensamiento, gestos de cariño, sexo.... Por fin otra vez ellos, juntos. Si por el contrario la pareja tiene una mala relación o simplemente no existe desde hace tiempo, que se vayan los hijos supondrá multiplicar el malestar y las situaciones de conflicto que los hijos diluían, se hará más evidente que no se aguantan y necesitarán una terapia de pareja o separarse.

En este tipo de parejas es habitual que cada uno lleve en muchos aspectos una vida paralela sin contar con el otro. Que se vayan los hijos puede ser el detonante para separarse y continuar haciendo esa vida, sin problema, que ya estaba establecida por el desencuentro en la pareja. Separarse es una liberación, no siempre es un trauma. Individualmente, cuando los hijos se van se llevan a cabo esas cosas que siempre pensaste que querías hacer si tuvieses más tiempo. Me refiero sobre todo a las madres-cuidadoras que además trabajan. Retomas actividades abandonadas, descubres otras, quedas más con amigos. Entonces, cuando los hijos se van, es el otro momento para los hijos, es otra etapa en sus vidas y también una nueva y prácticamente última para la pareja, en la que hay que valorar cómo se está “dentro de” y con uno mismo. Ahora que los hijos no están es necesario sentir que el otro te apoya, te mima, te cuida, te hace sentir importante, protegido y que el presente y futuro es de los dos, con todo lo que quieras imaginar y que sepas que vas a sentir. La vida comienza de nuevo en muchos aspectos. Los hijos ya se han ido y aquí queda la pareja, ¿qué sientes?, ¿sois dos cómplices o dos desconocidos? O peor aún, ¿enemigos? Ya lo hiciste y lo diste todo por tus hijos, AHORA SÉ HONESTO CONTIGO MISMO Y HAZLO POR TÍ. Nunca es tarde, ni siquiera ahora, para que todas las ilusiones y personas que tienes ahí, al alcance y que te quieren, sean para tí. Incluidos los hijos que se han ido del hogar.

Ana M. Ángel Esteban. Psicóloga Clínica, Sexóloga. Toledo. 615224680

 

ARTÍCULOS ANTERIORES DE LA MISMA AUTORA

Cómo afrontar las críticas sin sentirte hundido

Terapia de pareja, la mejor forma de ordenar la relación

¿Cuántos hombres reconocen sentirse atraídos por otro hombre transexual?

¿El tamaño influye?

Qué hacer ante una pérdida de erección

Adictos al sexo

Cuando calienta el sol, ¿se calienta todo lo demás?

El desamor como acto de amor hacia tu pareja

La eterna pregunta: ¿Existe el punto “G”?

El primer objetivo y casi el único de la sexualidad: Disfrutar

El orgasmo y la penetración van por caminos distintos