220 centímetros de un jugador fuera de serie alumbran al Real Madrid. De Cabo Verde, un pequeño país completamente rodeado de agua, emergió Walter Samuel Tavares da Veiga hace 31 años, un escándalo de deportista que una y otra vez guía al conjunto blanco hacia el éxito sin que nadie pueda remediarlo.
Edy Tavares es una pieza fundamental del conjunto blanco, y la última demostración la dio en la semifinal de la Final Four de la Euroliga. En El Clásico contra el FC Barcelona el pívot volvió a salirse. Lo dicen sus números, históricos y de otro planeta, pero es que hay una serie de intangibles que no se reflejan en las estadísticas con los que el caboverdiano suma a raudales.
Si el Real Madrid está en la final peleando por La Undécima es, en gran parte, gracias a él. Pero no sólo eso. Los blancos llegaron a la Final Four cuando lo tenían todo en contra en la eliminatoria ante el Partizán debido a una sensacional remontada en la que Tavares tuvo mucho que ver.
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El pívot intimida tan sólo con mirar su envergadura. Es prácticamente imposible parar su juego en la pintura en el plano ofensivo, mientras que en el defensivo, como sucedió ante el Barça, también condiciona el juego de los rivales. Se siente a gusto, sabe que es importante, que impone respeto en la cancha, y todo eso se traslada a sus exhibiciones sobre el parqué.
En El Clásico fue determinante para llevar al Real Madrid a la final. Sus 20 puntos le convirtieron en el máximo anotador del encuentro (encestó más del 25% de los tantos de los blancos), sus 15 rebotes fueron capitales en un equipo al que en ocasiones le cuesta brillar en esta faceta y sus 39 dígitos de valoración fueron el segundo registro más alto de toda la historia de una Final Four de la Euroliga.
Una actuación histórica
El Real Madrid tiene un tesoro con Tavares. El juego interior de los blancos llegaba considerablemente mermado a un partido tan importante como una semifinal de la Final Four de la Euroliga por las ausencias de Yabusele y de Poirier, pero lo cierto es que después de este encuentro a vida o muerte nadie se acordaba de ellos dos.
El caboverdiano se bastó y se sobró prácticamente él solo para mandar en la pintura y ser el dueño y señor del partido en el juego interior. Sus 7 de 9 en lanzamientos y sus 6 de 9 en tiros libres le llevaron hasta los 20 puntos, una cifra que puede no resultar extraordinaria por sí sola pero que en un envite de baja anotación como fue este Clásico resultó ser definitiva.
Sin embargo, Tavares no aportó sólo en el plano anotador. También se convirtió en el máximo reboteador del partido, ya que logró cazar hasta 15 balones que fueron despedidos por el aro, unos guarismos a los que tan sólo se pudo acercar Satoransky en el Barça con 11 rebotes. El madridista se hizo con 11 esféricos rebotados en defensa y otros 4 en ataque que supusieron un factor desequilibrante, más aún cuando los blancos de vez en cuando se atascan en esta tarea.
Tavares fue, indiscutiblemente, el MVP de esta segunda semifinal de la Final Four de la Euroliga y así quedó claro al comprobar que su tarjeta de presentación arrojaba 39 puntos de valoración. Esa cifra es la segunda más alta de toda la historia de una Final Four, tan sólo superada por Shane Larkin (43). El estadounidense logró esa marca con el Anadolu Efes en la semifinal de 2019 ante el Fenerbahçe.
Los 39 tantos de Tavares se situaron por encima de los 37 de Trajan Langdon, los 36 de Ekpe Udoh o los 34 de Ginóbili y Bodiroga. Una hazaña que puede tener su culminación en la final ante el Olympiacos.
Asustó al Barça
La presencia de Tavares atemorizó al FC Barcelona, que se vio obligado a cambiar su plan de ruta. El caboverdiano expulsó de la zona a los culés, anuló por completo su juego interior y les obligó a marcharse más allá de la línea de 6,75. Tanto fue así, que los 18 puntos que consiguió el Barça en el primer cuarto los consiguió a través de seis triples.
Abrines mantuvo a flote a los catalanes con su acierto desde el perímetro, pero aquello era un plan provisional que no podía mantenerse todo el partido. Tavares le cerró la puerta a todos los que pasaron por su zona, le daba igual que se llamara Mirotic, Sanli, Vesely o Nnaji, todos recibían la misma medicina. Un tapón final sobre Abrines fue la escenificación final de su exhibición.
Además, el caboverdiano supo defender de tal forma que no se cargó de faltas como sí que sucedió en algunos momentos de la serie contra el Partizán. El pívot del Real Madrid terminó el partido con tan sólo dos personales cometidas, otro síntoma más del auténtico recital que ofreció. Ahora Tavares, al igual que el resto del equipo, ya mira a la final ante el Olympiacos donde todos sueñan con levantar La Undécima.