Los asistentes personales no solo llegaron para quedarse, también para hablarte desde casi cualquier dispositivo. Y es literal.
Me levanté como cada día, con idéntico sueño y siguiendo la misma rutina. Intentar abrir los ojos cuando suena el despertador, pararlo al tercer «posponer», ponerse en pie y buscar a tientas la ropa porque aún no conseguí despegar los párpados. «Ok, Google», dije en voz alta. La pantalla del despertador se encendió avisando de la escucha por más que llevase escuchando desde que lo compré. «¿Qué tiempo hará hoy?». «Hoy hay previsión de lluvias, Iván. Será mejor que te lleves el paraguas».
Logré ponerme la ropa, salí de la habitación y encendí el móvil. También la regleta que distribuye la luz al router, a la tele, a la barra de sonido, al Android TV y a la cámara de vigilancia del comedor. Una vez completada la rutina de encendidos electrónicos tocaba activar el cuerpo al mismo nivel, por lo que me dirigí a la cocina para prepararme la pertinente taza de café. Eso sí, antes tocaba poner algo de música.
«Ok, Google. Reproduce Ed Sheeran». Se encendió el Google Assistant de la televisión, el del móvil, el de la barra de sonido, la cámara aguardaba instrucciones y también el reloj; que segundos antes me había colocado en la muñeca tras sacarlo de la base de carga. Dejé de hablar y esperé a que se desconectara la escucha de todos los aparatos. Abrí Spotify en el móvil y le di al play de manera manual. Cómo pone las pilas «Sing» de buena mañana.
¿Por qué no pedirle un café bien cargado a la cafetera?
Para una mañana con sueño no hay nada como un café bien cargado, ya lo decía mi padre; o haber dormido suficiente la noche anterior porque no me quedé despierto enganchado a Netflix, pero eso ya lo solucionaré esta noche. Me adentré en la cocina, se encendieron las luces al detectar movimiento y escogí una taza limpia del friegaplatos. «Ok, Google. Café espresso doble», dije colocando la taza en la bandeja de la cafetera. La diminuta pantalla reconoció el mensaje y puso todo en marcha para moler el café y preparar el delicioso elixir oscuro. «Aún tienes café en la despensa. ¿Quieres que te pida otro paquete». La nevera iba a su rollo. Pasé de ella.
Reconozco que mi hogar está excesivamente tecnificado. No lo puedo evitar, me gustan tanto los cacharros como a Google los datos de quienes los usamos. Empecé por los móviles, después los smartwatches, televisiones, pantallas inteligentes, electrodomésticos que recibían su dosis de inteligencia con su respectivo asistente personal… En fin, que podría hablar hasta con la calefacción. No es un chiste.
¿Cuándo empezó ese ansia por conectar todos los aparatos y añadirles un sistema de reconocimiento para interactuar con ellos usando la voz? Parecía buena idea en los móviles, o en una tele. Vale, también en la domótica: encender las luces sin levantar el culo del sillón mientras hundes la mano en el bol de palomitas, qué gustazo. Pero ese ansia de colocar un asistente en todo lo que tenga un chip es absurdo, cada vez tengo menos ganas de usar la voz con los cacharros.
No necesitamos un asistente virtual en cada dispositivo, pero eso no importa
Todo lo anterior es una parodia que exagera la ubicuidad de los asistentes, pero no creas que es descabellada: caminamos hacia un futuro inmediato en el que podremos tener Google Assistant, Alexa, Cortana o Siri en casi cualquier dispositivo que esté conectado. Altavoces, pantallas, electrodomésticos, auriculares… No se va a librar nada, los fabricantes están decididos.
Tener un asistente en el móvil es práctico en algunas ocasiones, sobre todo cuando no puedes interactuar directamente con una pantalla. En un reloj también, en unos altavoces, incluso en una tele. Pero el ansia de ir más allá no tiene demasiado sentido: ni resulta práctico ni estamos preparados para interactuar de esa manera con nuestros objetos cotidianos.
¿Te ves hablándole hasta a la nevera? ¿O preparando un café doble dictándole la orden a la cafetera? Parece cómico, y creo que lo es pero ya lo tenemos encima.
«Ok, Google. Publica este artículo».