San Valentín quizá sea un día inventado por los comerciantes para incentivar el gasto en sus tiendas, pero para Juan suponía la posibilidad no solo de celebrar la feliz relación junto a su pareja, Carla, también la opción de recibir el siempre bienvenido regalo. Juan no era una persona que se guiase por lo material, no ansiaba paliar sus inseguridades con nuevos objetos. No obstante, tampoco iba a hacerle ascos a un nuevo teléfono. Así se lo hizo ver a Carla semanas antes del San Valentín de 2019.
-Creo que mi móvil ya no funciona muy bien -dijo Juan una mañana mientras ambos desayunaban en un intento de arrancarse las legañas y las pocas ganas de ir a trabajar.
-¿Y eso? -respondió Carla sin prestarle demasiada atención. Untar la tostada con mantequilla se le antojaba más importante.
-Está muy lento, le cuesta abrir las aplicaciones. Y es imposible jugar con él.
-Vaya, cuántos problemas…
-Pues sí -Juan captó al instante la ironía. No se dejó amilanar-. Ya sabes que trabajo con él, necesito un móvil que mantenga mi ritmo.
-¿Tu ritmo de quemar partidas al Brawl Stars? -rio Carla mirándole a los ojos tras depositar la tostada, ya a punto para comer, en el plato-. Juan, no vas a comprarte otro móvil. Y mucho menos como el que seguramente quieres.
-Pero…
-Tenemos cosas más importantes en las que gastar el dinero. Como arreglar el baño.
-Supongo que tienes razón.
-¿Qué móvil es?
Juan percibió una chispa de esperanza. Debía aprovecharla.
-El Huawei Mate 20 Pro. Llevo meses detrás de él.
-¿Y cuesta?
-Pues… Ahora ha bajado de precio.
-¿Y eso cuánto es?
-Lo he visto por ochocientos euros…
-Anda, termina el desayuno. Que llegas tarde.
Cualquier general de infantería sabe que a un fuerte no se entra con un solo asalto. Tras el primer intento, claramente infructuoso, Juan fue dejando el rastro de sus intenciones asegurándose no solo de que Carla las tuviera presentes, también pretendía instalarlas en su subconsciente para que la idea de comprarle el teléfono le resultase tan natural como obvia. Conforme se acercaba el día de San Valentín, próxima parada en el ritual de entregarse regalos y buenos deseos, trazó un plan maestro que consistía en hacerle ver a su pareja lo mucho que necesitaba el tan ansiado Mate 20 Pro. Un día dejó abierta sobre la mesa del comedor una revista justo por la página donde aparecía la publicidad del teléfono; otro día le dejó caer a Carla lo contento que estaba un amigo común después de comprarse el mismo móvil; una semana más tarde, y ya próxima la fecha clave, arrastró a Carla hasta las tiendas que exponían el teléfono haciéndole un tour por sus innumerables ventajas o, siempre que veía la ocasión, preguntando a los dependientes si merecía la pena su compra. La respuesta de estos siempre era sí, quién iba a perder una buena comisión de venta.
-¿No estás un poco obsesionado con ese maldito teléfono?
-¿Qué teléfono?
-A ver si te crees que he nacido ayer. Anda, vamos a comprar lo que nos hace falta.
-¿Un nuevo móvil?
-Pan y leche, Juan.
Se sentía al borde de la rendición. El fuerte no solo era inexpugnable, también disponía de un ejército capaz de ejercer el contraataque. A sabiendas de que resultaría inútil seguir insistiendo, Juan claudicó dos días antes de San Valentín olvidando casi por completo el asunto. Mantuvo un halo de esperanza, eso sí; que se vio finalmente truncado. Visto el regalo que le esperaba la fecha clave, ese día que tanto había ansiado desde hacía semanas, un San Valentín que bien podría ser brillante o desastroso, terminó ocurriendo lo segundo.
-¡Feliz San Valentín, cariño!
Juan sostuvo el sobre envuelto en un lazo rojo que le tendía su mujer tratando de poner la mejor sonrisa posible. Los pendientes que le había regalado minutos antes a Carla resultaron un acierto, a ella le encantaron. Todo lo contrario que le ocurría a él.
-¿No vas a abrirlo?
-Sí, claro.
Retiró el ostentoso lazo dejando al descubierto un sobre blanco, sin nada reseñable en el exterior. Tamaño C6 a juzgar por sus dimensiones (Juan trabajaba en una oficina, de sobres sabía un rato). Sin nada escrito, sellado por el autoadhesivo de la solapa. Rasgó un lateral verticalmente y extrajo sin demasiada emoción la tarjeta que atesoraba la débil jaula de papel. Dicha tarjeta también estaba en blanco, igual que el sobre; a excepción de un misterioso código QR impreso en el centro de una de las caras.
¿Puedes ayudar a Juan a desentrañar el misterio?
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