Gran parte de los objetos que nos rodean evolucionaron a Smart o «inteligente». Teléfonos, televisiones, microondas… Todos los dispositivos aspiran a ser más listos que el dueño. Pero ¿es necesario?
¿Recuerdas esa época en la que sólo habían aparatos «tontos»? Seguro que no porque todos lo eran. Al fin y al cabo, la tecnología nació como una manera de ayudar a las personas ofreciendo dispositivos que les facilitase la vida. Pero fue llegar el teléfono inteligente, ese que aspira a convertirse en el centro de cada usuario, para que todos los aparatos aspirasen a esa supuesta inteligencia.
Smartwatch, smart tv, smart washer… Cualquier aparato electrónico es susceptible de llevar la dichosa etiqueta en un intento de ofrecer más de lo que se le supone. Si una lavadora normal lava, una inteligente puede elegir por sí misma qué programa de lavado utilizar. Parece una enorme ventaja, pero no tiene por qué serlo. De hecho, que todo sea «smart» acarrea consecuencias paralelas no deseadas.
Lo smart necesita internet para funcionar
Ésta es una de las bases: los dispositivos inteligentes se conectan a Internet para descargar sus funciones, ofrecerse como asistentes personales o, por ejemplo, también para brindar Internet al dueño. Esto ha evolucionado al «Internet de las cosas» o IOT, un ámbito en pleno auge donde Google ha puesto gran empeño con su último Android Things.
Que gran parte de los objetos que nos rodean estén conectados es una ventaja, pero también un problema. Además de la necesidad de llevarles Internet, que se caiga la red acarrea su pérdida de funcionamiento. Por no hablar que suponen un riesgo para nuestra privacidad y para el propio Internet: el gran ataque DDoS que vivimos a principios de otoño lo provocaron los objetos conectados.
Los dispositivos inteligentes no aspiran a ser verdaderamente inteligentes por sí mismos ya que necesitan otros factores para conseguirlo.
- En primer lugar, hace falta el dueño: un móvil o un reloj no son smart per se hasta que su dueño no se hace con un mínimo control.
- En segundo lugar, también hace falta una nube que almacene datos y también los procese, lo que se llama»cloud computing».
Esta combinación complica enormemente un uso que debería ser sencillo. De ahí que la tendencia contraria también se encuentre en pleno auge: los «dumb devices» le roban terreno a aquellos que son Smart.
De vuelta a los objetos «tontos» o dumb
Es una tendencia que se impone. Frente a los objetos conectados y con cada vez más capacidad de procesamiento, nos encontramos con otros dispositivos que aspiran a ser tan sencillos «como los de antes». Consolas como la NES mini que se venden como churros y que ni siquiera se conectan a Internet, teléfonos básicos que se niegan a desaparecer en favor de los smartphones…
Puede que tener un objeto «smart» aporte un valor añadido sólo por el hecho de disponer de más funciones, pero quizá no todas nos hagan falta. Apostar por la sencillez de uso en lugar de por la versatilidad, adquirir objetos concretos que sirvan para aquello que necesitemos, pensar en todo lo que seguirá funcionando incluso aunque no tengamos Internet en casa… No sé tú, pero cada vez le veo menos sentido a los objetos inteligentes. Más allá del móvil o aquellos que sí demanden capacidad de procesamiento.
¿Necesitamos que todo sea inteligente? Ni mucho menos, gran parte de los objetos están muy bien como están. Más baratos que los smart y sin que aspiren a quedarse obsoletos fácilmente. Con el smartphone tenemos más que de sobra.