—¿Y qué podemos preguntar?
Se miraron buscando una respuesta sin encontrar más que dudas en sus respectivos ojos. Amigas antes de tener memoria, íntimas desde siempre y con tantas ganas de exprimir la vida que las tres aspiraban de manera constante al podio de las meteduras de pata. Como demostraba su última ocurrencia: jugar con una ouija en forma de aplicación móvil.
—En serio, tías. ¿Qué preguntamos?
Lorena, la mayor del grupo y dueña de la tablet con la que estaban experimentando, se impacientaba por momentos. El apodo de «la prisas» no se lo había ganado en balde.
—Yo qué sé —intervino Fanny, la más pequeña. Sus quince años no se trasladaban a su aspecto: parecía la adulta a pesar de que se distanciaba casi un año con sus amigas—. Cuando Marta dijo que con una ouija se hablaba con los muertos yo imaginé otra cosa, no que íbamos a jugar al Candy Crush.
—¿De dónde pensabas sacar una ouija? —Se defendió airada la aludida. No hacía falta mucho esfuerzo para llamar al mal genio de Marta, tampoco a su sarcasmo—. ¿Querías que la encargase por Amazon, abriera el paquete mi madre y le contara que iba a hacer el gilipollas un sábado por la tarde en casa de Lorena?
—Eh, no hemos venido sólo a hacer el gilipollas —dijo Lorena dándole un empujón cariñoso a su amiga—, que le he robado a mi madre una botella entera de Vodka.
—Espero que tengas naranja en la nevera.
—Y cerveza.
—¿Veis? —Intervino Fanny abrazando a las otras dos, sentadas cada una a su costado—. Al final va a ser un sábado de puta madre.
—Espera —dijo Marta con una pizca de desánimo—, que yo no veo tan claro lo de usar una ouija de mentira. Cuando lo propuse me refería a una de verdad, como las que salen en las pelis de miedo.
—Yo busqué y lo primero que vi fue la aplicación, en los comentarios dicen que funciona —dijo Lorena desbloqueando el dispositivo para arrancar después la citada ouija—. Es gratis, tampoco perdemos nada. Y ya veréis cuando vengan las copas.
—¡Eso, eso, las copas!
—Tú siempre pensando en beber —le recriminó Marta a Fanny. Ésta se había levantado para escenificar una danza más propia de una discoteca a las cinco de la madrugada que de una fiesta de pijamas a las siete de la tarde—. Aunque tienes razón, beber es mejor idea que usar esta chorrada de ouija.
—¡Ya sé! —Exclamó Fanny. Las otras dos la miraron sorprendidas—. Preguntemos qué le pasó al padre de Blanca.
—Sabes para qué sirve una ouija, ¿no? —Dijo Marta—. Es para hablar con los espíritus.
—Pues ya está, el padre de Blanca la palmó —Fanny volvió a sentarse en el suelo—. Como el de Javi.
—A mí me dijo Blanca que se había marchado sin decirles nada ni a ella ni a su madre.
—Lo que yo decía, tieso.
—Tú y tu imaginación. ¿Para qué mentiría Blanca? Y más escondiendo la muerte de su padre.
—¿Tú no la has visto rara en clase?
—Claro que está rara. ¿Qué te pasaría a ti si te abandonara tu padre?
—Se alegraba, fijo —cortó Lorena con la intención de que detuviesen la discusión antes de comenzarla.
—Que os den —dijo Fanny poniendo los dedos sobre la pantalla. Ésta mostraba el abecedario con una cuña a modo de señalador que parecía un corazón afilado. Letra a letra, formuló la pregunta—. ¿Es-tá a-hí el pa-dre de blan-ca?
—Qué lento es esto —dijo Lorena.
—Y qué gilipollez —agregó Marta con su desdén habitual.
Fanny soltó los dedos de la pantalla sin apartar los ojos de ella y esperó, igual que el resto. Incluso Marta, por más que hubiese expresado con sorna su escepticismo. Al fin y al cabo, también se estaba divirtiendo; de la misma manera que se sorprendió cuando la cuña se puso a trazar líneas entre las letras para formar una frase que no dejó a ninguna indiferente.
eres mala
—¿Y esto?
Las tres se miraron sin encontrar una respuesta a la pregunta de Lorena. La cuña de la ouija, impresa en pantalla sobre las enormes letras, también impresas, permanecía inmóvil apuntando a la «a».
—¿Qui-én es ma-la? —Preguntó Fanny marcando las sílabas en voz alta mientras unía letra a letra la frase utilizando la cuña virtual.
marta
No hubo dudas: la cuña de la ouija unió las cinco letras de manera pausada pero medida, como se mueve un caracol tras una tarde de lluvia. La aludida, con claros síntomas de nerviosismo que iban más allá de la pura sorpresa, como demostraba su gesto marcado por la boca abierta y las cejas arqueadas, tomó las riendas de la conversación con el más allá y, sin mediar con el resto, cuestionó las razones para ser mala.
porque destrozaste a mi hijo
—¿Qui-én es tu hi-jo?
javier
Marta palideció al instante adquiriendo un tono blanco mortecino que se hizo más patente en cuanto Fanny le clavó los ojos como si ella fuese un vampiro y la mirada de Fanny una estaca. La pregunta que utilizó para atacar a Marta fue igual de afilada.
—¿No se estará refiriendo a mi Javier?
—No digas tonterías —se defendió Marta perdiendo la seguridad en su tono—. No sé de qué va la mierda ésta, pero estamos perdiendo el tiempo. ¿Vamos a por las copas?
Fanny le arrebató la tablet a Marta de su regazo y, sin dejar que la chica la recuperase bastándole para ello una de sus poco habituales «miradas asesinas», trazó una pregunta que la ouija no tardó en confirmar.
javier castro
La tablet resbaló por las manos de Fanny hasta dar contra el suelo sin que el golpe le produjese el más mínimo rasguño. Marta se irguió como si se hubiese soltado un muelle bajo su trasero, retrocediendo paso a paso de su amiga, centímetro a centímetro, despacio, mientras Fanny seguía sentada en el suelo y sin reaccionar. Tardó algo más de un minuto; tiempo tras el cual Marta casi había alcanzado la puerta del comedor que comunicaba con el jardín, la más cercana de las dos que tenía la estancia. Lorena miraba a ambas alternativamente sin atreverse a intermediar. Tampoco sabía cómo.
—¿Qué le hiciste a mi novio?
—Qué le voy a hacer yo a tu… —Se le atragantaron las palabras—. Tu novio.
—Su padre os vio, es él quien habla a través de la ouija.
—Vamos, Fanny, no te irás a creer esa tontería. Que yo soy tu amiga.
—Una amiga no se liaría con mi novio.
—¿Que yo…? Vamos, Fanny.
—Siempre lo sospeché, pero no quise creerlo —la chica se levantó tan despacio como Marta había avanzado hacia la puerta. Ésta se detuvo en cuanto vio la expresión de odio en su amiga—. Leí mensajes tuyos en su móvil. Y Javier cambió por completo una noche que estuvo conti…
—¡Mirad!
El grito de Lorena interrumpió la rencilla entre las dos amigas. Señalando la tablet, las tres dirigieron la mirada a su pantalla y a la cuña, que se movía de forma autónoma trazando una frase maldita.
vengare la desgracia de mi hijo
Las tres se miraron preguntándose con los ojos si habían leído correctamente la frase. Por su expresión de miedo, así era.
—¿Y qué hacemos? —Preguntó Lorena asustada—. Yo no tengo nada que ver en vuestras movidas.
—¿Qué nos va a pasar? —Dijo Marta—. Yo no le hice nada a Javier, sólo le dije que nunca habría nada entre nosotros. ¡Te lo juro, Fanny! ¡Eso fue lo que le…!
Unos golpes interrumpieron las palabras de Fanny dejándola con la boca abierta y sin fuerzas para cerrarla. Tampoco para moverse ni un milímetro, igual que le ocurría a sus amigas. Tras los golpes, primero débiles y luego más fuertes, como si se acercasen a la puerta de casa, se escuchó un estruendo mucho mayor: alguien, o algo, golpeaba la puerta con rabia, como queriendo meter miedo. Uno, dos, tres golpes. Silencio. De nuevo la serie, repitiéndose al mismo ritmo.
—¿Niñas? —Se escuchó—. He vuelto antes de tiempo, pero me he dejado las llaves en el gimnasio. ¿Niñas?
La madre de Lorena no obtuvo respuesta. Las tres habían huido al jardín para después saltar la valla que comunicaba con la calle y salir espantadas en dirección contraria. No volvieron hasta la noche. Tampoco mencionaron jamás lo ocurrido aquella tarde de sábado.