Tras Winston Churchill, Pablo Picasso es el hombre más destacado que ha producido el siglo XX junto a Chaplin, Einstein, Stravinski, Heidegger, Wernher von Braun, Juan Pablo II, Le Corbusier, Gandhi, Neruda, Bernard Shaw, Toynbee, Mandela, Proust… Como todo el mundo opina sobre Picasso, la figura del genio aparece deformada. “Las personas que se cruzaron con Pablo quieren tener algo que contar”, declaró su hija Maya tras la muerte del pintor. Los más varios personajillos declaran que han sido amigos íntimos del genio.
Yo no tuve la suerte de mantener amistad con Picasso pero, como escribí en su día, “estuve con él dos veces y consumí a su lado muchas horas… En ambas ocasiones acudí a ver al genio en compañía de Luis Miguel Dominguín”.
No tengo del pintor esa imagen de hombre brusco, de ojos crueles y ademán ensoberbecido. Todo lo contrario. Era sencillo, burlón, divertido, dotado de un gran sentido del humor.
El mundo occidental ha producido centenares de pintores de calidad extraordinaria. Aunque sea caer en la simplificación el gran nombre del siglo XV es Leonardo; del XVI, Miguel Ángel; del XVII, Velázquez y Rembrandt; del XVIII, Goya; del XIX, Turner y del XX, Picasso. Picasso, el grande, tiene no pocos detractores, pero está reconocido universalmente como el nombre cimero de la pintura del siglo XX.
Todo el temor y el temblor de la pasada centuria, todas las atrocidades de la guerra, todos los guernicas y los holocaustos, todas las atrocidades totalitarias de la dictadura desde Stalin a Pol Pot, desde Pinochet a Franco; toda la explosión de la belleza, del arte de vanguardia, de la ciencia y el cine, del espacio y la relatividad, de los agujeros negros y el esplendor digital, del amor apasionado, todo está en la pintura del malagueño genial que puso un espejo delante de la sociedad en la que le tocó vivir.
No tengo del pintor esa imagen de hombre brusco, de ojos crueles y ademán ensoberbecido: era sencillo, burlón, divertido, dotado de un gran sentido del humor
Se conoce poco, por cierto, que Picasso escribió dos obras de teatro de desiguales botargas: Las cuatro niñas y El deseo atrapado por la cola, dirigida esta última por Albert Camus e interpretada por Jean-Paul Sartre, el filósofo ávido de arena y óleos rojos.
En mi opinión, cuatro son los más grandes pintores españoles de todos los tiempos: Velázquez, Goya, Picasso y Sorolla. Tras ellos figuran muchos de los genios que robustecen nuestra pintura: El Greco, Murillo, Miró, Domingo Zapata, Juan Gris, Dalí, Fortuny, Zuloaga, Tàpies, Antonio López, Barceló… y tantos otros que desbordarían este artículo sin olvidar a las mujeres desde la hispanoitaliana Sofonisba Anguissola a Alicia Framis, pasando por Carmen Laffón, Mercedes Gómez-Pablos, María Blanchard, Juana Francés, Maruja Mallo…
También escribió Pablo Picasso poesía de notable aliento lírico en la que el surrealismo es columna vertebral. El poeta esculpió sus versos sobre las costillas de André Breton. Los poemas picassianos se disparan en el aquelarre desquiciado del onirismo. Rozan la pesadilla. Pinta con luz hirviente la cal viva de palabras que chorrean cenizas.
El poeta se mira en el espejo “ardiendo como un loco” y sus versos huelen a carne quemada. “Sombra que el silencio desmorona”, la poesía de Pablo Picasso se ilumina con el “pálido gusano del queso” o se refugia en la noche desplomada donde se exhiben las señoritas de la barcelonesa calle de Avignon. El poeta enciende entonces entre sueños, “la razón perentoria del azul sentado en su silla curula” y sorbe la miel “retratada en la pared de la casa de putas”.
Cincuenta años después de su muerte ahí está erecto y desafiante Pablo Picasso. A su pintura, que vertebró el entero siglo XX, quisiera añadirle hoy la pincelada de su teatro altivo y de su desconocida poesía que duele porque está todavía sin cicatrizar.