Una delicia. Ningún lector se arrepentirá de adentrarse en la lectura de Simposios y banquetes griegos, libro en el que Carlos García Gual recrea los almuerzos y las cenas de aquella época impar, los banquetes que contribuyeron a que la sociedad conociera mejor el alcance de las decisiones políticas, de la profundidad filosófica, de la imaginación literaria.
Y, sobre todo, nada nuevo bajo el sol. La realidad creadora de las sobremesas ha llegado hasta nuestros días, tras atravesar siglos en la China de Wang Wei y Tufu; en el Japón de Basho y sus haikus; en la India del Taj Majal y la de Rabindranath Tagore; en el Egipto de Nefertiti y Hatshepsut; en la Rusia de Catalina y Rasputin; en la Francia de madame Pompadour y Versalles; en la Roma de Julio César y Tiberio; en la Inglaterra de Disraeli y Churchill; y también en la del Boris Johnson provocador. Dos políticos hostiles perfilaron en las sobremesas, bajo cuerda, la Constitución de la que ahora disfruta España.
Carlos García Gual se apoya en Platón, Jenofonte, Luciano, Plutarco y Ateneo para sentar al lector en la mesa de los banquetes griegos en los que brillaron, además de los discípulos de Sócrates, varios autores que aguzaban su ingenio con el vino, los ávidos manjares y la cena que recrea y enamora de nuestra poesía clásica.
Los simposios, “a los que hoy llamamos charlas de sobremesa”, completaban su atractivo con el canto y el baile de artistas populares, en una época en que el café y el tabaco eran desconocidos. Entonces, como ahora, el vino, “fogoso don del divino Dionisio”, luz de nuestra Celestina, versos inolvidables de Claudio Rodríguez, era el gran protagonista de las veladas simposíacas. A su amparo, escribe García Gual, el banquete “despliega un abanico de alegres placeres, bebidas, perfumes, cantos, música, danzas, juegos, charlas, embriaguez y erotismo”. Los griegos de la antigüedad imitaban en sus banquetes a los que Zeus celebraba en el Olimpo, servido el vino por el inmortal Ganímedes, príncipe troyano, amante del dios pagano y copero de su mansión, además de juez de la belleza femenina.
Pero sobre artistas, danzarines y saltimbanquis, lo que predominaba en aquellas sobremesas, como explica Ateneo de Náucratis en El banquete de los eruditos era el ingenio de los comensales sabios. Carlos García Gual es lo más lejano al erudito a la violeta. Su equipaje cultural, tan sabio e inigualable, se descarga en su nuevo libro que nos conduce a la cena en que Apolodoro explica lo que le contó Aristondo, testigo del festín en casa de Agatón; apunta la aparición de Sócrates y la propuesta de temas por Erixímaco; relata los seis discursos de elogio al eros, pronunciados por Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates; y cuenta, además, la llegada de Alcibíades y su discurso desbordado.
A Jenofonte, que relató en la Anábasis, la retirada de los diez mil, García Gual le destaca como reportero y no como historiador. Subraya su admiración por Sócrates y su afición a los banquetes. Varias docenas de relatos jalonan el libro de García Gual, algunos tan sorprendentes como el de Apolodoro. Explica en él que Pirítoo convidó a los centauros al banquete de su boda con Hipodamia. La bebida embriagó a los invitados, que intentaron, entre otras lindezas, violar a la novia. Pero Pirítoo y Teseo entablaron combate contra ellos y arreglaron las cosas.
La huella sustancial de los simposios griegos es la filosófica, también la literaria. Aristéneto, un millonario pedante, se rodeaba de la intelectualidad, igual que hizo Calias. Invitaba a los filósofos a sus ágapes entre ellos al estoico Zenótemis, a Dífilo llamado “el laberinto”, a Cleodeno, el parlanchín, al epicúreo Hermón, al gramático Hístico y a Dionisio, el retórico. El cínico y escandaloso Alcidamante se colaba en las fiestas. Como ahora. Las cosas no han cambiado mucho. Resulta fácil comparar en las cenas españolas de hoy a los personajes que desfilan por el libro de García Gual, que completa su relato con varios de los poemas recitados en aquellas fiestas, albriciados todos por el vino inagotable de las cráteras instaladas en lugares preferentes.