Mariano Rajoy se enfrentó a una prima de riesgo que superaba los 638 puntos. La redujo al entorno de los 100. Recibió una herencia donde campeaba enmascarado un déficit del 11 %. Lo situó por debajo del 3. El paro caminaba a zancadas hacia los seis millones de personas. Lo disminuyó en 500.000, cada año. Resanó, en fin, el sistema financiero, saldó la deuda de 30.000 millones de euros que las Autonomías mantenían con los proveedores, resolvió la incertidumbre de los pensionistas y creció por encima de los grandes países europeos, Alemania, Francia e Italia. Conforme a las exigencias de Europa, consiguió que el Congreso de los Diputados aprobase una reforma laboral que enderezó la situación económica española, a punto de despeñarse por los barrancos a los que se asomó la España de Zapatero. Negar la brillantez de la gestión económica de Mariano Rajoy, durante los años en que fue presidente del Gobierno, sería ofender la evidencia. Habría que añadir, además, su habilidad para que la abdicación del Rey Don Juan Carlos I se produjera, dentro de la Constitución, con la serenidad y la dignidad que tan alta decisión histórica exigía y que contó con el apoyo y la lucidez de Alfredo Pérez Rubalcaba, hasta el punto de que el Congreso de los Diputados en el que está representada la soberanía nacional aprobó por el 86 % la ley de abdicación que era a la vez la proclamación de nuevo Rey en la persona de Felipe VI. Y el Senado por el 90 %. Todo eso lo explica con sencillez y sin petulancias ni altiveces Mariano Rajoy en su libro Una España mejor.
Pero si la gestión económica y el tratamiento de la abdicación fueron sobresalientes, su política con relación al desafío secesionista catalán podría calificarse de desastre. Actuó tarde, con debilidad y pusilanimidad. La gran política consiste en prever, no en curar. Rajoy aplicó la terapia con inaudita tardanza y torpeza. En primer lugar, pudo intervenir antes de que el Parlament proclamara la independencia de Cataluña. Y después, al aplicar el artículo 155, debió condicionar la convocatoria de elecciones autonómicas a que el Tribunal Supremo dictara sentencia sobre los dirigentes catalanes procesados. Con relación a la moción de censura que le escabechó a las finas hierbas, tiene razón en que la causa no fue la sentencia Gürtel. “Lo cierto –escribe Rajoy– es que la verdadera razón de la moción de censura no fue una sentencia judicial, sino la instrumentalización en beneficio propio de la misma”. Afirma el autor que estaba seguro de que el PNV le votaría en contra. Me parece que no es cierto. Creyó hasta el último momento en que los peneuvistas desbaratarían la moción de censura.
Un libro, Una España mejor, editado por Plaza Janés, que vale la pena leer por su sobriedad y su claridad. Bien escrito para tratarse de un aficionado a la escritura, certeramente estructurado, limpio de insultos, procacidades políticas y descalificaciones excluyentes. Cicatero, eso sí, con Aznar, pero imprescindible para entender lo sucedido en los últimos años.
Una gestión económica, la de Mariano Rajoy, que se merece un sobresaliente y una gestión política que se ganó el suspenso. Una España mejor, en fin, y también una España peor.
ZigZag
Si la pintura es antes que nada una cosa mental, Marta Maldonado ha reflexionado certeramente al desprenderse del abstracto a través de ráfagas figurativas que no empañan la descarga de emotividad de un color desbordado. La artista es capaz de detenerse en el instante y, con excelente dominio del oficio, trasladar al espectador a un mundo escarlata, empastado por algún azul insólito, en medio de las brumas verdes y entristecidas. No se arrepentirá el aficionado que acuda a la galería de Alfonso XII, 36 a contemplar el expresionismo tembloroso de Marta Maldonado y la orgía de sus colores, encendida sobre las huellas fugitivas de la armonía y el buen gusto.