La podredumbre de la sociedad cediza en que vivimos queda al descubierto en la pluma de Buero. “Puedes seguir tan tranquilo en la basura general -se escucha en Diálogo secreto-. El basurero está muy organizado”. Y se refiere luego a la solidaridad del estercolero y el albañal: “Al sinvergüenza le amparan los sinvergüenzas”.
Buero emparenta así con la amargura sartriana de Les mains sales. No hay manos limpias en la política. Para gobernar es necesario meterse en el lodo. El Creonte de Anouilh, es decir, el Petain colaboracionista con los nazis, afirmará que “alguien tiene que remar”, cuando se enfrenta al “no” de Antígona, al rechazo heroico de la Resistence. El Hugo de Les mains sales terminará igual, manchándose con asco y sin remedio, a diferencia del Tarrou de Camus. Pero el drama de la inocencia, de la pureza, quedará ahí, sin resolver, como en Unamuno, como en la Simone Weil de Intuiciones precristianas. La idea del basurero que acerca a Buero y a Sartre es más profunda en el escritor español aunque la incredulidad y el escepticismo del autor de El concierto de San Ovidio carezca de la naturalidad del filósofo francés. Buero, sin embargo, supo sacudirse los dogmatismos. Por eso penetra hasta la médula, mucho más que Sartre, en la condición humana. En la sociedad patética que el escepticismo feroz de Buero retrata, por ejemplo en Lázaro en el laberinto, queda una vez más triunfante, sobre la revolución traicionada, el espíritu burgués que representa Fina. Es la forma de vida tradicional que, en el convencionalismo, busca la seguridad y el acomodo. Lázaro, que no está lejos del Frantz de Le séquestrés d'Altona, no sabe salir del laberinto de la duda y del tormento. Está aterido y preso y sólo le salvará el amor, mientras los timbres de la conciencia le ensordecen en el hendido estercolero en que se ha convertido España.
Con el muro de Berlín se derrumba para Buero el arco sobre el que había sedimentado durante largos años un pensamiento coherente y responsable. El autor es demasiado sincero para no reconocer los errores cometidos. Pero eso no le hace bascular hacia el lado contrario. Desmoronado el comunismo, la salvación no está en el capitalismo salvaje que explota al hombre y que es capaz de sacrificar el medio ambiente al beneficio económico. Buero deriva hacia el ecologismo y la defensa de la naturaleza. Y escribe una de sus más profundas y extraordinarias obras: Las trampas del azar, donde retrata con Matilde a la burguesía como es, lejos de Buñuel y sus dulzuras. Matilde tiene los pómulos cubistas como las señoritas de Aviñón, las manos ojivales, la nariz de paloma encelada, el cuerpo suntuoso. Por delante es hermosa, atractiva y seductora. Deslumbra. Por detrás, un accidente ha dejado su espalda cubierta de llagas sin cicatrizar, purulentas y repugnantes. Es tan repulsiva que hay que disimularla y esconderla. Gabriel el socialista demócrata acepta a Matilde, la burguesa, tal y como es y se casa con ella. Participará así del egoísmo brutal del capitalismo que erosiona desde la fábrica familiar el medio ambiente. “De su chimenea sale humo negro que ensucia todo el cielo y de este gran colector, un torrente de agua negra que se vierte en el río. Arriba, pájaros que caen: abajo, peces muertos…”
El pesimismo atroz del más lúcido y profético Buero Vallejo se desborda en una escena que parece escrita por el Genêt cautivo de Les Paraventes. El capitalismo salvaje conduce a la Humanidad, paso a paso, a su destrucción total. Las trampas del destino atenazan al hombre que nace condenado a muerte en una mazmorra de rejas insalvables. El azar del “big-bang” de Hawking conduce al otro azar final de la aniquilación completa. No sólo el ser, también la Humanidad, el mismo planeta Tierra, están para la nada, están para la muerte. Gabriel avanza por la vieja calle de sus sueños infantiles. A su paso, las farolas de la vida van estallando. Es la miseria, el quejido del hambre, la agonía de los niños famélicos, los temblorosos padres, el tercer mundo asolado, la despiadada guerra, la contaminación que todo lo invade. No hay esperanza para el hombre en un sistema egoísta y carnicero. Gabriel se acerca a la última farola encendida, que apenas parpadea frente a la capa de ozono quebrada, frente a la radiactividad sin controlar, frente al hombre suicida que ha destrozado su propio hábitat. Pero ya no habrá más explosiones. La luz y la vida se extinguen calladamente sobre la faz de la Tierra.
Buero Vallejo es la zarza ardiente del teatro español, el dramaturgo más importante que ha dado nuestra literatura desde Calderón.