Si la II República española hubiera sido de todos, en lugar de mostrarse excluyente y sectaria, la sociedad española viviría hoy bajo el régimen republicano. La fascinación intelectual de la época se había residenciado en Moscú con el régimen comunista. Un sector cualificado del republicanismo español se deslumbró ante el faro del marxismo-leninismo encendido en la Unión Soviética.
Salvador de Madariaga lo explicó muy bien. Afirmó en los comienzos de la guerra incivil que el resultado de la contienda sería un sistema atroz: la dictadura del proletariado, es decir, el comunismo; o la dictadura de la clase media, es decir, el fascismo. Triunfó esta última, moldeada por Ramón Serrano Suñer, hasta que Franco se hartó, escabechó a su ministro voraz y estableció una dictadura militar pura y dura, que a eso se reducía su entendimiento de la política.
La deriva de un sector de los dirigentes españoles en 1935-36 hacia la dictadura del proletariado, estimuló la reacción de la clase media que terminó imponiendo su propia dictadura, el fascismo. Ambos extremismos regaron de muerte los campos y los pueblos de España con el argumento falaz de que “según la ley, todas las cosas se purifican con sangre y sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.
La victoria del Frente Popular en febrero de 1936 ensanchó y facilitó el camino que conducía desde la II República hacia la dictadura del proletariado. El resultado electoral sorprendió a muchos aunque a regañadientes fue aceptado.
El comunismo de entonces se mofaba de la democracia burguesa y auspiciaba las trampas que fueran necesarias para destruirla. El engaño electoral no era un baldón ni una ignominia. Por el contrario. Formaba parte de la ortodoxia marxista-leninista. Todavía hoy colea ese planteamiento en Cuba o Venezuela.
Ochenta años después, lo que era una sospecha -el “pucherazo” del 36- se ha convertido en una realidad documentada, contrastada y explicitada. Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García han publicado un libro de imprescindible lectura, 1936: Fraude y violencia, en el que tras largos años de investigación los autores demuestran con documentos incontrovertibles las trampas electorales que hicieron los comunistas.
“Las vergonzosas rectificaciones” en las actas electorales a las que se refería Niceto Alcalá-Zamora han quedado demostradas ahora y, según Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, al menos un 10% de los escaños no fue el fruto de la competencia electoral en libertad sino de un fraude con violencia.
Los 50 escaños, tal vez más, de la trampa frentepopulista significan que la victoria de la extrema izquierda no se produjo en la realidad pero el Frente Popular del pucherazo alteró gravemente el desarrollo de la Historia de España. En Valencia hubo escrutinios a puerta cerrada sin testigos. Los fraudes en Cáceres y Santa Cruz de Tenerife fueron descarados y también el desvío de votos en Berlanga, Jaén, Don Benito y Llerena.
El objetivo era perjudicar al centro derecha de la CEDA en favor de la extrema izquierda comunista. El escándalo de La Coruña alcanzó cotas de gran altura y grueso calibre con el recuento de votos cínica y gravemente adulterado.
La República excluyente, en fin, no fue capaz de ser de todos, albergó en su seno, y además con fruición, las trampas electorales de 1936 en favor de los comunistas y condujo a la sociedad española al enfrentamiento armado. La convivencia fracturada y yacente en una guerra atroz, comenzó extirpando de raíz la libertad, con el asesinato de Federico García Lorca, por un lado, y de Ramiro de Maeztu, por el otro, y con el exilio de muchos de los grandes intelectuales, entre ellos los tres que encabezaron el manifiesto Al servicio de la República: José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala.
Lección histórica, en fin, y de alcance intelectual incuestionable, la que se desprende del libro publicado por Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García.