Los cervantistas españoles y extranjeros son numerosos y en no pocos de ellos sobresale la calidad intelectual. Creo ajustarme a la verdad al decir que José Manuel Lucía está a la cabeza del cervantismo, hoy. Es un hombre muy inteligente, un investigador infatigable, un excelente escritor que huye de tópicos, estereotipos y lugares comunes y se esfuerza por enraizar sus trabajos en la objetividad.
Mantuve largas, larguísimas conversaciones con Martín de Riquer, académico de la Real Academia Española, miembro del Consejo Privado de Don Juan III, intelectual de indiscutido prestigio y profundo conocedor de la vida y la obra de Miguel de Cervantes. En mi penúltima conversación con Martín de Riquer me habló de forma muy precisa sobre Jerónimo de Pasamonte y El Quijote de Avellaneda, puntualizando su conocido ensayo histórico sobre el personaje. Lástima que muriera sin publicar lo que me dijo y que contribuyó a replantear mi idea acerca de la dimensión humana y las envidias de Lope de Vega.
José Manuel Lucía ha dedicado lo mejor de su vida intelectual a profundizar sobre Cervantes y su obra. Son millares los libros y estudios que se han publicado en España y fuera de España sobre el príncipe de la literatura española. Imposible hacer referencias concretas sin ofender a la justicia, si bien no puedo olvidar la sagacidad de Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, al analizar la obra del autor de El Quijote.
José Manuel Lucía acaba de publicar la primera parte de la biografía cervantina en la que trabaja desde hace muchos años. Se titula La juventud de Cervantes. He terminado el libro dominado por el asombro, tal es el arsenal de datos, muchos de ellos inéditos o casi desconocidos, que aporta el autor; tal es la objetividad con la que, al margen de la secular mitología, está tratada la figura del autor de El curioso impertinente.
Se refiere José Manuel Lucía, con controlada extensión, al Cervantes sin rostro porque los seis retratos más solventes que existen, entre ellos el de la Real Academia Española, son todos falsos. Analiza Lucía al Miguel de Cervantes estudiante, la dudosa presencia del joven en el Estudio de la Villa de Madrid con López de Hoyos, la “alcobilla” académica del duque de Alba y los primeros poemas -no muy felices, por cierto-, escritos por Cervantes en 1567 y 1568. Apenas tenía 20 años de edad.
Desde 1569 a 1575, el autor de las Novelas ejemplares se mantuvo en la vida durísima del soldado. No fue tan heroico como los mitómanos han escrito pero nadie puede dudar de su valor, aunque se le negaran ascensos y honores. José Manuel Lucía deja claro, con documentación incontrovertible, que Don Juan de Austria no visitó a Miguel de Cervantes, soldado herido en la gran batalla de Lepanto contra la voracidad del enemigo turco.
Con todo, lo mejor de esta primera parte de la biografía cervantina es el cautiverio en Argel. Desde 1575 a 1580, Cervantes sufrió prisión en Argel y José Manuel Lucía desmenuza los aspectos positivos y negativos de esa etapa en la vida de su biografiado, etapa que tanto influyó en su pensamiento, su religiosidad y sobre todo su sentido de la libertad, certeramente estudiado por Luis Rosales. Me han sorprendido algunas de las aportaciones sobre las gestiones de la familia Cervantes para reunir el dinero del rescate porque acabo de leer el interesante libro Cervantes y la orden trinitaria de José A. Ramírez en el que se desmenuza la acción generosa de aquellos frailes y la intervención decisiva de Juan Gil, no suficientemente reconocida. José Manuel Lucía deja claro que por el rescate se pagaron 500 escudos de oro, cantidad muy copiosa para la época. La familia de Cervantes contribuyó con 300 y el resto se consiguió gracias a los desvelos de los trinitarios.
Estamos, en fin, ante un libro La juventud de Cervantes que debe calificarse de excepcional. Nadie, en el futuro, podrá estudiar al autor de El Quijote sin leer esta obra y meditar sobre lo que su autor aporta y sobre sus reflexiones desapasionadas y objetivamente críticas.