Conmovido por una intensa emoción he terminado de leer …y todo lo que es misterio, la última creación de Andrés Sorel. ¡Qué gran novela! Hacía mucho tiempo que no leía yo un relato tan erizante, tan profundo, tan bien articulado, tan excepcionalmente escrito. La Literatura es, antes que nada, la expresión de la belleza por medio de la palabra. Andrés Sorel ofrece al lector una escritura hermosa y cimbreante en la que brilla la adjetivación certera, la encendida metáfora, la sintaxis quebrada, el aliento poético.
El autor ha novelado la preguerra mundial, la atroz contienda, la enervante posguerra. Por sus páginas desfilan los grandes personajes de la vida intelectual europea, fabulados unos, reales otros, interesantes todos. Los amores entre Ingeborg Bachmann y Paul Celan arden en las páginas de …y todo lo que es misterio. "Almendrada, que hablaste solo a medias pero temblando toda desde el germen, a ti te hice yo esperar, a ti. Acógeme. Estaba la pizca de higo en tu labio, estaba Jerusalén a nuestro alrededor. Yo estaba en ti". Adrés Sorel se recrea en el "amado viejo libro de los amores del rey Salomón" para evocar el erotismo de Ingeborg, la escritora que fustigó a los nazis y admiró a Wittgenstein y a Günter Grass.
En la obra poética del judío Paul Celan alientan Emily Dickinson, Valery y, sobre todo, Rimbaud. Tradujo el gran poeta a Marx, a Rosa Luxemburgo, a Kropotkin. Escribió en alemán, la lengua del exterminador de los hebreos. Su poesía se fue haciendo atonal como la música de Anton Webern. Su gran poema Todesfuge, Muerte en fuga, se devasta, entre añoranzas musicales, en Auschwitz. Y se derrama como un presagio. La relación entre Paul y su antigua amante se cierra con el suicidio. "Caía la noche en aquel jueves santo de 1970 cuando Heidegger regresó a La Cabaña. No transcurriría mucho tiempo antes de que recibiese el comunicado informándole de lo que había presentido y expresado: Paul Celan se había suicidado arrojándose al Sena y yacía en el silencio difunto que él mismo, esa tarde, le había predestinado".
Especialmente atractivo resulta el personaje de Hannah Arendt, escritora a la que leí en mi juventud con especial dedicación. Hannah tenía diecisiete años menos que Heidegger pero desde el primer momento se sintió seducida por el filósofo, al que lo único que preocupaba del nazismo, para indignación de Celan, era "que no fueran algo más cultos". El autor de Sein und Zeit se acostaba con alumnas, con damas de la alta sociedad, con atractivas sirvientas y con cualquier amiga que se prestara al fornicio. El filósofo "no prestó ninguna atención a los escritos que Hannah, desde su juventud, ya había realizado. Solo deseaba su cuerpo. Se lo entregó en su despacho de la Universidad…". A partir de entonces, el profesor y la alumna mantuvieron una relación enmascarada. Hannah se sentía como un fantasma y cuando se trasladó de Marburgo a Heildeberg, aunque el filósofo la visitaba periódicamente, entabló relación con Günther Anders al que conoció en Berlín y se casó con él, dejando a Heidegger chasqueado y contrito.
Al fin, según el novelista, el camino de las estrellas, Holderlin, con sus palabras yacentes: "Este genio a veces se ensombrecía y se hundía en los amargos pozos de su corazón". Sobre aquel loco lúcido que fue Paul Celan - "todos los nombres quemados a la par, tanta ceniza por bendecir"- Andrés Sorel descarga el pensamiento de Theodor Adorno y, sobre todo, de Walter Benjamin: "Una sola catástrofe que incesantemente va acumulando ruinas sobre ruinas y las esparce por delante de mis pies". El escritor tiene un verso atravesado en su garganta, cuando desgrana su último poema: "Viñadores excavan el reloj de horas oscuras, de hondura en hondura".
"Basta ya de nombrar a los asesinos -escribe Andrés Sorel en esta novela sobrecogedora, que tendrá defectos pero yo no se los he encontrado- los asesinos somos todos, y nuestras palabras constituyen este tejido de polvo, sí, retumbar vacío de las sílabas, cuando se va a morir, morir, morir". Menos mal que, sobre el desierto de lágrimas que es la vida, se balanceará siempre el interrogante del poeta: "¿Qué vale todo lo que los hombres hacen y piensan durante milenios frente a un solo momento de amor?"