Y sin embargo amigos. Federico García Lorca, poeta, dramaturgo, hombre de vaga ideología socialdemócrata, mantuvo amistad con José Antonio Primo de Rivera, fascista, fundador de Falange Española, hijo del dictador, hombre de indiscutida honradez. A José Antonio le asesinaron por orden del Gobierno de la República, tras una parodia de juicio; a Federico también le asesinaron pero fueron, por orden de Queipo de Llano, los sublevados.
Conviene recordar a los que se les llena la boca al hablar sobre “el Gobierno legítimo de la II República” que en 1936, aparte de los asesinatos de Maeztu y Muñoz Seca, de las sacas y los paseos, Julián Besteiro, político íntegro y admirable, llamó a Ortega y Gasset para decirle que se exiliara de España porque los milicianos “republicanos” le iban a matar. El filósofo atendió la advertencia. Melquiades Álvarez aseguró que ellos, los autores del manifiesto “Al servicio de la República”, los creadores del Régimen, no podían tener problemas. Se quedó en Madrid y los “republicanos” le dieron el paseo. Emilio García Gómez, el sabio soleado de lorcas, machados y benquzmanes, me dijo un día mientras paseábamos ante los budas de Bamiyán en aquel Afganistán del rey Zahir y la nostalgia: “Nadie en la historia de España ha tenido tanta influencia sobre su época como Ortega y Gasset… Hablaba siempre desde el Olimpo y todos aceptábamos compartir conversación con Zeus”. Parece claro, sin embargo, que si Ortega llega a permanecer en Madrid durante el verano de 1936, los “republicanos” le hubieran asesinado.
José María Zavala, autor de varios libros relevantes, está reconocido como uno de los historiadores más rigurosos de la nueva generación. Su libro Las últimas horas de José Antonio es excelente. Por su objetividad, por el copioso equipaje de documentación, por su aportación de datos inéditos incontrovertibles, destaca en la selva de lo mucho que se ha publicado sobre el fundador de Falange Española. Escrito con prosa clara y eficaz, el nuevo libro de Zavala se puede calificar de definitivo. El autor desvela incluso la clave de la animadversión de José Antonio hacia Alfonso XIII. El Monarca se permitió ser padrino de boda del gran amor del falangista: Pilar Azlor de Aragón, duquesa de Luna, que se casó con Mariano Urzáiz. Tuve amistad con Pilar, que era una mujer inteligente y bella. Un día en su casa madrileña, sobre el Jardín Botánico, me permitió leer algunas de las frases que, en cartas encendidas, le escribió José Antonio.
Solo he echado de menos en el definitivo libro publicado por José María Zavala, las gestiones que, a petición de la familia Primo de Rivera, hizo Don Juan de Borbón en favor de José Antonio. Consiguió el hijo de Alfonso XIII que un barco británico y marinos ingleses se dispusieran a liberar a José Antonio en una fulgurante operación militar. Londres solo puso una condición: el visto bueno del Gobierno de Franco. Don Juan recibió desde el cuartel del Generalísimo un telegrama brutal: “No interesa”. El entonces Príncipe de Asturias pensó que Franco tendría un plan mejor. Conocía vagamente los esfuerzos de Agustín Aznar, Hans Joachim von Knobloch, Ramón Cañazal, García Venero, Mayalde, Romanones…. Más tarde se dio cuenta de que Franco tenía recelos de un José Antonio potente y que le convenía más contar con él como mártir de la “Cruzada”. Pero todo esto no es más que una hipótesis. Nadie ha conocido cuales eran las intenciones, cual el pensamiento de Franco sobre el destino de José Antonio. Zavala demuestra gran prudencia en relación a este asunto.
José Antonio, en fin, mantuvo la esperanza del indulto o la liberación hasta la última hora. Federico se dio cuenta en Víznar de que lo iban a asesinar y, volviéndose hacia sus verdugos, les gritó: “No me matéis, que yo creo en la Virgen”. José Caballero, en su impresionante serie gráfica en 14 estaciones, Pasión y muerte de Federico García Lorca, da cuenta de los minutos postreros en la vida del autor de Sonetos del amor oscuro.