Desde la sinceridad, todos los hombres tienen derecho a la rectificación. El Carrillo estalinista se transformó en un eurocomunista dialogante y jugó un papel especialmente constructivo durante la Transición. Mantuve con él largas conversaciones, en las que se mostró especialmente afable y en las que, sin duda, me mentía con sinceridad. Odiaba a Pedro Sainz Rodríguez, sé muy bien por qué, y no podía soportar a Don Juan III, pero quería con ternura a su hijo Don Juan Carlos I. Tuvo Santiago Carrillo un amigo por el que siento especial admiración: Teodulfo Lagunero. El comunismo español tal vez no haya dado nunca un hombre de inteligencia tan veloz, tan generoso, tan lúcido, tan consecuente. Lagunero se distinguió por su lealtad y por su sentido de la realidad. Recogió, por cierto, de forma exacta en un periódico la conversación que mantuvo en el hotel Meurice de París con Don Juan, en las postrimerías de Franco.
Paul Preston, desde la objetividad del historiador, reconoce la capacidad de Carrillo, pero dispara contra él con un arsenal de datos incontrovertibles. Su libro El zorro rojo es un modelo de ensayo histórico desapasionado y cabal. El historiador británico demuestra con datos exactos la participación de Carrillo en los asesinatos de Paracuellos. El “no sabía nada” de sus Memorias no se tiene en pie. Al salir de la cárcel en 1936, Carrillo viajó a la Unión Soviética donde fue agasajado y seducido. Aquel jovencito ambicioso decidió traicionar al PSOE y se convirtió, según Preston, en un submarino en las filas socialistas. “Tenía -ha dicho el historiador- aquello que no se nota en los muy ambiciosos: lamer el trasero de los de arriba e ir pisando a los de abajo”.
Paul Preston relata el ascenso de Santiago Carrillo en el exilio y cómo su egoísmo y sus hábitos estalinistas provocaron grandes problemas en el PCE. Según el historiador británico ni siquiera fue buena su relación de fondo con Pasionaria. (Por cierto, me ha sorprendido lo que cuenta Lamet en su biografía del Padre Llanos sobre la conversión al catolicismo de Dolores Ibárruri).
Con solo 19 años, Carrillo clamaba ante los jóvenes revolucionarios españoles: “Si este Gobierno, entregado a las derechas, no rectifica, serán estas juventudes las que asalten el poder, implantando su dictadura de clase”. Preston saja con su bisturí histórico las carnes prietas de Carrillo y le presenta, en el mejor capítulo del libro, como el estalinista implacable que eliminó a su vieja guardia para alzarse con el mando absoluto del PCE. Gaudensque viam fecisse ruina, gozoso de abrirse camino a través de las ruinas como el César de Lucano.
Del libro del historiador británico, se deduce que Santiago Carrillo fue un gran mentiroso que lo supeditó todo a su ambición de poder. El zorro rojo cae abatido ante el fuego graneado de Paul Preston. El Carrillo al que yo conocí y con el que hablé a ráfagas era otro hombre. Tal vez su transformación no fue sincera pero resultó muy útil para la Transición, para la consolidación de la Monarquía parlamentaria, de la Monarquía de todos, que defendió Juan III desde su exilio contra la dictadura de Franco. Carrillo contribuyó de forma indiscutible a desatascar las atarjeas políticas para facilitar la transición desde una dictadura de 40 años a una democracia pluralista plena. No niega esto Paul Preston. Lo que rechaza es la tendencia del intelectual español al bóvido y al pienso. En su libro demuestra de forma concluyente lo que significó durante largos años el Carrillo estalinista, con su larga vida plagada de mentiras y contradicciones.
ZIGZAG
Sorprendente y atractiva exposición fotográfica sobre Londres en Exit Art Gallery, sin cabinas, sin esmerilados policías, sin lugares comunes, sin puentes célebres ni torres sórdidas. Leticia Campos y Álvaro Ortiz han aprovechado el milagro digital para retratar en blanco y negro al Londres más insólito de la modernidad y la vanguardia. Las imágenes montadas sobre aluminio adquieren una belleza ávida de cristal y acero, donde los espacios geométricos se recrean en poderosas formas con remembranzas al constructivismo de Naum Gabo. No se arrepentirá el espectador que contemple está exposición de inquietante originalidad.