En enero de 1928 André Gide viajó a Berlín –ciudad que frecuentaba– para dar una conferencia. Solo aceptó dar una entrevista: al prestigioso semanario Die Literarische Welt, fundado por Willy Haas en 1925. El encargado de hacerla era nada menos que Walter
Benjamin, que por esas fechas, habiendo renunciado ya a hacer carrera universitaria, se ganaba la vida –malamente– como periodista cultural, articulista, asesor editorial y traductor. Gide y Benjamin conversaron durante dos horas en el cuarto de hotel del primero. Benjamin no llevó grabadora ni, al parecer, tomó notas durante la entrevista. Destiló lo conversado cuando estuvo a solas, y el resultado fue publicado en la revista el 17 de febrero de ese año. Un texto enjundioso, que trasuda por parte de Benjamin una inequívoca admiración –fascinación, casi– por el autor de Los falsificadores de moneda.
Más adelante, instalado Benjamin en París, él y Gide volverían a verse ocasionalmente. Lo hicieron en algún encuentro privado, pero también en el marco del muy sonado Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, celebrado en junio de 1935. Poco después, en una “Carta desde París” publicada en Alemania, Benjamin salió al paso de los ataques que el escritor y periodista Thierry Maulnier, de posiciones ideológicas muy afines al fascismo en aquellas fechas, dedicó a Gide por haberse decantado hacia el comunismo. Por su parte Gide se contaría entre quienes avalaron la solicitud que en marzo de 1938 elevó
Benjamin para obtener la ciudadanía francesa (otro de los firmantes era Paul Valéry).
La relación de Benjamin con la obra de André Gide había comenzado con una tibia reseña de la traducción al alemán de la novela La puerta estrecha, publicada en 1919. De la conversación que los dos habían mantenido en 1928 surgieron, además del resumen
publicado en Die Literarische Welt, otros dos textos, entre ellos una charla radiofónica. Gide, además, ocupa un lugar destacado en el importante trabajo que Benjamin escribió en 1934 “Sobre la situación social que el escritor francés ocupa actualmente”, publicado en la revista que dirigían T. W. Adorno y Max Horkheimer.
Tras la publicación de 'Regreso de la URSS, en 1936, donde Gide denunciaba el régimen soviético, Walter Benjamin desaprobó el libro sin siquiera haberlo leído
Benjamin se contó entre quienes se tomaron en serio el decidido paso dado por Gide en 1931, cuando en unos pasajes de su Diario publicados en La Nouvelle Revue Française declaró su adhesión al comunismo y al proyecto social y político que encarnaba la URSS. Es difícil dar una idea del escándalo y de la indignación que esa declaración produjo en la Francia –y la Europa– de la época. Todavía en la actualidad es frecuente oír hablar de ese paso como de una episódica frivolidad que convirtió a Gide en una especie de “tonto útil” para la izquierda proestalinista, que en esos años se debatía a muerte contra el fascismo rampante (todavía no había tenido lugar el pacto germano-soviético). Sorprende la condescendencia con que algunos siguen evaluando una decisión que conllevó para Gide toda suerte de ataques y de repudios, no sólo por parte de la muy radicalizada y fascistoide derecha francesa, sino también por parte del entorno intelectual más bien conservador del que procedía y al que pertenecía Gide.
En su trabajo sobre la situación social del escritor francés, Benjamin señala a Gide entre los muy pocos que tuvieron “la resolución y la agudeza” de reconocer que “subsanar su situación [la del escritor], si no económica sí desde luego moral”, comportaba “una
penetrante modificación de la sociedad”.
“Si esta evidencia cobra expresión en André Gide y en otros escritores más jóvenes –añadía Benjamin–, su valor se nos antoja mucho mayor al representarnos las difíciles circunstancias en que ha de conseguirse.”
Como Gide, también Walter Benjamin mantuvo distancias respecto al Partido Comunista, al que nunca llegó a afiliarse; albergó además algunas reservas acerca del desarrollo de la revolución en la URSS, que visitó en 1926. Pero cuando Gide volvió a convertirse en piedra de escándalo tras la publicación de Regreso de la URSS, en 1936, donde denunciaba el régimen soviético, Benjamin desaprobó el libro sin siquiera haberlo leído, pues el momento, con la guerra civil española al rojo vivo, y Rusia como único aliado efectivo del bando republicano, no daba lugar para matices ni para fracturas.
No tuvo tiempo de reconsiderar este juicio.