Cinco años atrás dediqué una de estas columnas al Premio de la Crítica que concede anualmente la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL). Decía entonces que la lista de los libros distinguidos con este galardón (sin dotación alguna) “revela un criterio más bien convencional, conservador, poco amigo de riesgos”. Y añadía: “No parece que los críticos reunidos sumen una mirada particularmente escrutadora ni exigente, como cabría tal vez esperar”. Terminaba mi columna declarando no saber qué cosa sea ni para qué sirve la Asociación Española de Críticos Literarios, de la que no consta ninguna otra actividad que la de conceder el dichoso premio. “¿Quiénes y cuántos son los críticos literarios españoles? ¿Con qué objeto se asocian? ¿Recuerda alguien que la AECL se haya pronunciado alguna vez a propósito de nada, ni siquiera en lo relativo al campo específico de la crítica y de los ocasionales conflictos que tienen lugar en él o a su propósito?”, preguntaba, sin obtener respuesta.
Días atrás el jurado del Premio de la Crítica distinguió, en el apartado de narrativa, a Arturo Pérez-Reverte por Línea de fuego, su celebrada novela sobre la Guerra Civil española. Al parecer, la declaración del jurado calificaba esta novela como “la Ilíada del siglo XX” (juro que esto mismo ponía, entrecomillado, en la nota de agencia que reprodujeron la mayor parte de los medios), destacando su “calidad técnica contada en presente para hacer más vivo el relato y el uso de técnicas como el simultaneísmo, la concentración de tiempo y espacio, la plasticidad descriptiva de las escenas, la detallada documentación y la fuerza de los diálogos que retratan a personajes sólidos”. (Por fraseología, que no quede.)
Por su parte, el actual presidente de la AECL, Fernando Valls, abundaba en las razones de la elección: “No solemos premiar obras como la de Pérez-Reverte, tan conocidas, pero en esta ocasión nos ha encantado y hemos creído que lo merecía. Dentro de todo lo que se ha escrito sobre la Guerra Civil española, Línea de fuego destaca por la pluralidad de voces que aporta. Muestra el horror de la batalla desde el aspecto humano, con personajes que a veces están en un bando u otro por azar, todo muy bien contado. No es equidistante, pues la narración parte de la legalidad de la República, pero los franquistas tampoco aparecen como monstruos. En definitiva, pensamos que es una novela compleja, plural y múltiple”.
¿Asumir la legalidad de la República supone no ser equidistante? ¿Alguien esperaba que en una novela de Pérez-Reverte sobre la Guerra Civil aparecieran los franquistas como unos monstruos? ¿Estamos hablando del mismo territorio histórico, narrativo y moral ya reflejado con técnicas “simultaneístas” y “pluralidad de voces” por autores tan dispares como José María Gironella y Camilo José Cela, décadas atrás? ¿Se trata de la misma novela a la que Jordi Gracia, en la reseña que hiciera de ella, objetaba, entre otras cosas, proponer una visión de la Guerra Civil entendida poco menos que como “un ‘choque de cabreros’, donde unos y otros luchan bravamente”, todos repitiendo a modo de estribillo eso de que los del otro bando son, mira por dónde, unos “tíos de pelo en pecho”?
Claro que antes, en la reseña publicada en esta misma revista, se saludaba Línea de fuego como “la gran novela a favor de la reconciliación nacional”. ¡En 2020! ¡Y veinte años después de la publicación de Soldados de Salamina! El Premio de la Crítica, en el apartado de narrativa, distinguió en su día novelas como Herrumbrosas lanzas de Juan Benet o La leyenda del César Visionario de Francisco Umbral. También un libro de relatos como Capital de la gloria de Juan Eduardo Zúñiga. Qué tiempos. Ya he dicho que su trayectoria revela, en general, un criterio más bien prudente. El año pasado pareció amagar –y recuperar– cierta voluntad de contraste, o de contrapunto al menos, destacando Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez. Premiando este año Línea de fuego, sin embargo, confirma su tendencia a suscribir con cada vez más entusiasmo precisamente aquella literatura que menos precisa de la crítica para abrirse paso e imponerse. Con lo que el premio no hace más que agravar su lamentable irrelevancia.