Imagen | Una estética de la avidez

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Mínima molestia

Genazino

La reputación del escritor está destinada a un incremento lento pero constante, en medio del griterío de las novedades.

27 mayo, 2019 10:25

Me entero casualmente, seis meses después de ocurrida, de la muerte de Wilhelm Genazino, el pasado 12 de diciembre de 2018. ¿Es posible que ningún medio cultural español, cuando menos entre los hegemónicos, diera la noticia? Me temo que sí, que es posible. Como lo ha sido, mucho antes, que los sucesivos intentos de divulgar en España la obra deliciosamente cautivadora de este escritor se hayan saldado con un fracaso comercial, lo que explica que buena parte de sus libros permanezca sin traducción a nuestra lengua.

Menuda calamidad.

Genazino ha muerto a los 75 años de edad. Para mí era reconfortante saberme coetáneo de un escritor como él, y que una literatura como la alemana lo reconociera y lo distinguiera con los más importantes premios que concede, si bien eso fue bastante tardíamente, y a partir de una apasionada recomendación de Marcel Reich–Ranicki en su programa Cuarteto literario. Corría el año 2001. Fuera de Alemania, sin embargo, la fortuna de Genazino ha sido más bien discreta, con la relativa excepción de Francia. Probablemente intervenga en ello la aparente insignificancia de sus personajes, de sus novelas mismas; el hecho de que Genazino pertenezca a la estirpe humilde y tenuemente luminosa de Robert Walser, de Franz Hessel, de Kafka. Puede que, como la de ellos, su reputación esté destinada a un incremento lento pero constante, en medio del griterío de las novedades. Cecilia Dreymüller, una de las pocas valedoras que Genazino ha tenido en España (acudan al estupendo capítulo que le dedica en su libro Incisiones, Galaxia Gutenberg, 2008), hablaba a su propósito del “susurro de lo insignificante”, subrayando cuánto conviene a la condición “del sujeto posmoderno desorientado”. Por mi parte, y salvadas las notables distancias, reconozco ese tono susurrante y levemente cáustico en escritores como los chilenos Roberto Merino o Gonzalo Maier, cuyos libros empiezan a circular en esta orilla. En España, se me ocurre pensar en el mejor Javier Tomeo, pero vaciado de su intensidad neurótica; en el mejor Vila–Matas, pero vaciado de la chatarrería metaliteraria. En cualquier caso, la bonhomía y la sorna de Genazino, su ternura chaplinesca, su manera tan sonriente como implacable de observar nuestra sociedad, hacen de él un escritor singularísmo y amable, adictivo y edificante. Por decirlo en cursi: adorable.

Reconozco ese tono susurrante y levemente cáustico de Genazino en escritores como Javier Tomeo, pero vaciado de su intensidad neurótica, o en Vila–Matas, vaciado de la chatarrería metaliteraria

Busquen, háganse el favor, allá donde los encuentren –difícilmente en librerías, me temo–, El amor a la simplicidad (Grijalbo Mondadori, 1993), Mujeres cantando suavemente (Bassarai, 2003) y, ya todos en Galaxia Gutenberg, Un paraguas para este día (2002), Una mujer, una casa, una novela (2004), Desvarío amoroso (2006) y Un poco de nostalgia (2008). Creo que no me dejo ninguno de los títulos de este escritor disponibles en castellano. Verán qué dicha. Si pueden, empiecen por Un paraguas para este día o Una mujer, una casa, una novela. Ya luego da lo mismo, pues los libros de Genazino apenas difieren entre sí, y hasta admiten ser leídos como una larga novela por entregas.

Los antihéroes de Genazino son casi todos flaneurs, paseantes entre la multitud, figuras socialmente inadaptadas, outsiders. Poseen una buena formación que, si bien no les ha servido para abrirse camino en la vida –por decirlo convencionalmente–, sí los hace aptos para la reflexión, y los provee de una cierta conciencia social que se expresa a veces muy críticamente.

En un emocionado y agudo obituario publicado en el diario alemán Die Zeit, el crítico y editor Ulrich Rüdenauer escribía: “Como ningún otro, Wilhelm Genazino nos permitió asociarnos con el ‘interés total de la vida’ y lo impenetrable, dejando una vaga esperanza para la obstinación indestructible del hombre. Era un mago de la desilusión, que sin embargo entendía cómo reconciliarnos con nuestra incomodidad. Su literatura, que, como cualquier gran literatura, surge de la falta de comprensión del mundo, consuela a los lectores más allá de su propia incomprensión”.

En los muchos años en que permanecía ignorado por el público, Genazino, aficionado al circo, pensó seriamente convertirse en payaso. En lugar de eso, se hizo colaborador de la influyente Pardon, revista quincenal satírica surgida en la estela de la Escuela de Frankfurt. El humor –él prefería hablar de ironía– es un aspecto sustancial de la narrativa de Genazino, magistralmente cordial e inteligente.