Nomenclator
También los mentecatos tienen suerte. En medio de la tradicional sequía informativa del verano, cuando ya los más celosos vigías de la sacrosanta democracia habían agotado todo el arsenal retórico con el que condenar la “dictadura” de Maduro en Venezuela; con el Parlament catalán a medio gas, debido a las vacaciones; con el culebrón de Juana Rivas dejando entrever algunas flaquezas del guión; vino a desatarse, oportunísimamente, la que no tardó en calificarse como “la controversia cultural del verano”. Me refiero a la polémica armada en torno al informe encargado por el Ajuntament de Sabadell sobre el nomenclátor callejero de la ciudad. Como es bien sabido a estas alturas, el informe fue encomendado al historiador Josep Abad por la regidora de Cultura de la localidad, Monserrat Chacon (ERC), “para saber qué tenemos en las calles y disponer de una fotografía con la que comenzar a trabajar”. ¿En qué? En la revisión y actualización del nomenclátor conforme a las vagas orientaciones de la Ley de la Memoria Histórica.
No he sido capaz de averiguar qué méritos acredita Josep Abad para recibir un encargo de este tipo. No han de ser muchos, dados los emolumentos convenidos por su trabajo: 600 euros, al parecer. Si es cierto el dato, no da para rasgarse las vestiduras, al menos por ese lado. Pese a lo cual, sería procedente obtener, si no se ha dado aún, alguna explicación, por casera que sea, sobre el criterio que condujo a escoger para la tarea a un tipo de tan cortas luces (por mucho que su prolijo informe lo revele, además, como hombre voluntarioso).
Digo que Josep Abad tuvo suerte porque, cuando la polémica empezaba a calentarse, sobrevinieron los atentados de Barcelona y Cambrils, y la cosa se desinfló. Escribo estas líneas cuando el asunto emerge nuevamente en la prensa a consecuencia de la declaración oficial hecha el 30 de agosto por el consistorio de Sabadell en el sentido de “descartar” el informe de marras, con el argumento de que la polémica que ha suscitado “lo invalida como la herramienta inicial de trabajo que debía ser”.
Pasada la calentura, no parece que haya motivos para abundar en lo ya ventilado. El contenido íntegro del informe (fechado en marzo de 2016, que conste) está disponible en la red y su consulta permite hacerse cargo, en su contexto, de todas sus memeces. La más sangrante, sin duda, es la que ha servido como detonante de la polémica: la recomendación de sustituir el nombre de la “Plaça Antonio Machado” de Sabadell con el argumento de ser Machado un “personaje hostil a la lengua, cultura y nación catalanas”. Los razonamientos que sostienen esta afirmación son en efecto miserables. Pobre Machado, condenado a ser objeto recurrente de algunas de las más mezquinas rabietas culturales que han aflorado en España desde su muerte. El sagacísimo Josep Abad, que si alguna vez ha leído a Juan de Mairena no se ha enterado de nada, se permite decir que a través de él “se visualiza de forma inequívoca una idea excluyente de la diversidad”. Pero todo su informe, elaborado con datos de tercera mano, está trufado de necedades de este calibre, especialmente abundantes en el apartado titulado “Excesos del modelo pseudo-cultural franquista”, entre los que incluye el que Sabadell tenga calles dedicadas a Garcilaso, a Góngora, a Quevedo, a Lope de Vega, a Calderón, a Espronceda, a Goya, a Larra, a Bécquer, etcétera.
Tienta considerar todo esto como una anécdota veraniega. Conformarse con las rectificaciones del alcalde de Sabadell y menear la cabeza condescendientemente, admirándose uno de que pueda circular gente tan sectaria, y encima cobrar por serlo. Pero, dadas las circunstancias, no cabe restar importancia a lo que constituye otro indicio preocupante de la cerrazón, de la cortedad de miras, de la supina y arrogante ignorancia con que viene tejiéndose -tanto en la calle como en los medios y en las instituciones- la malla cultural del independentismo catalán. Josep Abad es un ejemplo en absoluto excepcional, hoy, en Cataluña, de agente cultural ansiosamente predispuesto (como el escritor Màrius Serra hace un par de años) a ejercer de comisario, de censor, de chivato, de inquisidor.
No solamente un tipo lamentable: también un peligro.