Al hilo de "El 1% c'est moi", la muy recomendable retrospectiva de Andrea Fraser recientemente inaugurada en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), se publicó en Babelia una entrevista de Ángela Molina con la artista que no tiene desperdicio. Fraser (Montana, USA, 1965) se ha distinguido por sus intervenciones en el campo de lo que se entiende por "crítica institucional", centrada en las condiciones de producción y consumo del arte, sobre cuyos circuitos, mecanismos y estructuras jerárquicas reflexiona a partir siempre de situaciones específicas. En su obra polifacética, atravesada por las influencias del psicoanálisis, el feminismo y la antropología cultural, Fraser explora radicalmente -sirviéndose del humor y de unas extraordinarias dotes histriónicas- "las limitaciones discursivas del trabajo artístico". Ella es la primera en admitir que, por grande que sea el potencial crítico de una determinada actitud, éste termina desgastándose en la medida en que "las practicas artísticas, incluidas las llamadas prácticas críticas, siempre van a ser institucionalizadas". Y como si se tratara de ofrecer un irónico correlato de esto último, el mismo MACBA acaba de inaugurar Punk, un voluntarioso pero decepcionante esfuerzo por abordar museísticamente los rastros de este movimiento en el arte contemporáneo. Nada parece probar mejor cuanto dice Fraser acerca de la muy limitada duración que tiene el impacto de cualquier intervención y la necesidad de cambiar constantemente de estrategias.
Preguntada por Ángela Molina acerca de dónde encuentra hoy el artista los espacios de resistencia, Fraser replica: "¿Resistentes a qué? Uno siempre ha de preguntar. Hemos rechazado el esteticismo, el arte por el arte, y ahora tenemos la resistencia por la resistencia. Yo creo en la reflexión por la reflexión, entendida como una reflexividad crítica o autoanálisis. Pero cuando se trata de imaginar una acción política, uno tiene que dejar muy clara cuál es su postura frente a las relaciones de poder".
Una de las más célebres e impactantes performances de Andrea Fraser ha sido Untitled (2003), presente en la retrospectiva del MACBA. A través de su marchante, Fraser contactó con un coleccionista dispuesto a pagar veinte mil dólares por la primera copia del vídeo en que él mismo y la artista iban a ser grabados en la habitación de un hotel manteniendo relaciones sexuales. Le llovieron las críticas, algunas muy agrias. Preguntada sobre el efecto que tuvieron en ella, responde: "El arte existe dentro de ciertas estructuras sociales y psicológicas que van más allá de la intención individual y que, simplemente, son imposibles de controlar. Con todo, creo que los artistas somos responsables de todas las respuestas que la obra engendra".
Fraser toma posición aquí respecto a una cuestión palpitante, sobre la que no siempre parece posible mostrarse tan categórico como ella. Se trata de una cuestión que ha venido planteándose cada vez más recurrentemente en la medida en que el arte, la literatura y el pensamiento en general han tendido a adentrarse en terrenos cada vez más peligrosos. ¿Es la voz responsable de sus ecos? Paul Bourget dedicó al asunto una novela que sirve excelentemente para debatir esta pregunta: El discípulo (1889). Y entretanto el siglo XX ha dado lugar a toda una casuística que vuelve muy complicado, en ocasiones, depurar esa responsabilidad, muy difícil de establecer cuando, como Fraser dice, el artista ha ido perdiendo el control sobre los efectos de su trabajo.
Con motivo de la retrospectiva del MACBA, la editorial Siglo XXI ha publicado De la crítica institucional a la institución de la crítica, una cuidada compilación de "ensayos teóricos, alocuciones públicas y relatos de actuaciones artísticas" de Andrea Fraser que permiten hacerse una idea bastante cabal de la lucidez, la complejidad y la agudeza de sus reflexiones. No se lo pierdan. Especial interés guarda el modo en que empieza por subrayar que "cada vez que hablamos de la 'institución' como algo distinto de 'nosotros' desestimamos nuestro papel en la creación y perpetuación de sus condiciones". De ahí que no sea cuestión, dice, de estar en contra de la institución: "Nosotros somos la institución. La cuestión es qué clase de institución somos, qué clase de valores institucionalizamos, qué formas de práctica premiamos y a qué clase de premios aspiramos".