Permitan que amplíe y exprima un poco el ponderado análisis que Nadal Suau hizo de las listas de los mejores libros del 2015 publicadas por este suplemento.
Verán, hace tres años, en enero de 2013, dediqué esta columna a comentar, con más pitorreo que escándalo, el resultado que arrojaban las distintas listas de "los mejores libros del año" publicadas por los principales suplementos culturales españoles. Me centraba en la lista de los mejores libros de ficción en español, y sacaba a relucir las lacras de siempre: nula o escasísima presencia de autores latinoamericanos, así como de mujeres escritoras; predominio aplastante de autores consagrados y de edad madura; mínima atención atención a los sellos emergentes, alternativos o simplemente no hegemónicos...
Como si los vientos de cambio que zarandean la política española se hubieran extendido a la cultura, de pronto las cosas parecen haber dado un vuelco llamativo, en particular en lo relativo a la literatura escrita por mujeres. De pronto, he aquí que éstas alcanzan en algunas de las listas la paridad con los autores de sexo masculino, cuando no los sobrepasan ampliamente. Todo un avance, si se considera el escaso tiempo transcurrido. ¿Fruto de la casualidad, de un mayor número de libros escritos por mujeres o de una mayor atención a lo que éstas escriben? No sé yo, aunque de momento lo que cabe constatar -y por ahí quizás se expliquen algunas cosas- es una mayor presencia de las mujeres en no pocos de los elencos de críticos y colaboradores que han votado dichas listas.
En cuanto a la presencia de autores latinoamericanos, la cosa sigue siendo bastante sangrante. Más si se considera la excepcionalidad de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, con razón uno de los libros más destacados del año, con el que algunas listas salvan la cara en este campo. La cultura española sigue ostentando un elevado grado de papanatismo respecto a todo lo que llega recomendado desde el extranjero, en tanto que se desentiende absurdamente de la diversidad y de la riqueza de su propia lengua. ¿O es que algunos siguen sin entender que "narrativa en castellano" no equivale a "narrativa española"? En el caso del Cultural, ninguno de los nueve votantes ha dejado sin mencionar a algún autor latinoamericano, pero al menos cuatro de ellos mencionan solamente a uno, entre diez títulos propuestos.
Tal desproporción podría justificarla el hecho de que, por razones de oficio, dediquen una atención preferente a la narrativa española. De ser así, estaríamos señalando una tara endémica de estas listas de fin de año, sobre todo en lo que respecta a la narrativa en castellano: buena parte de quienes las votan se dedican profesionalmente a la literatura que se produce en España, de lo que se deriva una distorsión que sólo podría ser corregida ya con la aportación de nuevas miradas, ya con el desmantelamiento de la voluntariosa presunción de que la literatura en lengua castellana constituye un ámbito efectivamente común e indiferenciado.
Con todo, las listas de este año, aun sin tomárselas demasiado en serio (ya sabe uno con qué niveles de despiste, oportunismo, atolondramiento y desfachatez suelen estar confeccionadas), arrojan, en conjunto, indicios de una cierta actualización de los criterios discernidores. Se observa en algunas, por ejemplo, un notable incremento de los libros de relatos, y es cierto, como observaba Suau, que se aprecia una mayor dispersión de los gustos y de las jerarquías, también una saludable dilatación de la franja generacional de los autores seleccionados. Sin duda porque ha sido, en efecto, un año con escasas novedades de autores consagrados, lo cual ha redundado en beneficio de esa pluralidad.
Una pluralidad que, paradójicamente, se traduce en una insólita concentración de títulos publicados por un mismo sello editorial, en este caso Anagrama. Un dato que, bien mirado, dice tanto de la bien ganada hegemonía que este sello mantiene en el campo de referencias de una amplísima franja de lectores cultivados como del automatismo, la pereza y, en definitiva, la previsibilidad de la mayor parte de nuestros agentes culturales, que se proveen de lecturas en los más accesibles y concurridos abrevaderos, con muy escasa inquietud e inclinación por el riesgo.