Acaba de publicarse un libro de cuyo interés y oportunidad conviene hacerse eco. Me refiero a Conversación con Manuel Borja-Villel, de Marcelo Expósito (Turpial). El libro ha aparecido en el marco de una colección de contenido eminentemente político en la que se llevan publicadas sendas conversaciones con Pablo Iglesias, Ángel Gabilondo, Irene Lozano y Juan Carlos Monedero. Importa subrayar este contexto por cuanto previene de que, lejos de tratarse de un libro que discurre prioritariamente sobre arte y museografía, según cabría esperar, se trata más bien de una lúcida y vibrante contribución al debate sobre la nuevas políticas y sobre el papel que a la cultura le cabe cumplir en ellas.
Sobre la destacada labor desempeñada por Manuel Borja-Villel al frente de la Fundación Tàpies de Barcelona, primero (1990-1998), del MACBA, a continuación (1998-2008), y en la actualidad, desde 2008, del Museo Reina Sofía, se sabe que ha recabado un amplio reconocimiento internacional y que ha constituido una punta de lanza de la creciente tendencia a reclamar para los museos una nueva relación con la ciudadanía. Lo que no es tan sabido, quizá porque no se disponía del recorrido ni de la perspectiva suficientes para percibirlo cabalmente, es que, desde los museos que ha dirigido, Manuel Borja-Villel ha venido experimentando, con asombrosa audacia y tenacidad, un nuevo modelo de institucionalidad que, si bien aparentemente circunscrito al ámbito de la cultura, señala el camino a seguir en todos los demás campos de la actividad pública.
La impresión que deja en el lector la apasionante conversación de Borja-Villel con Marcelo Expósito es la de que el trabajo realizado por el primero, siempre en equipo, constituye la experiencia política -sí, política, y no solamente cultural- más avanzada y exitosa que ha tenido lugar en España durante los últimos veinticinco años. Esto no es ninguna exageración. Cabe hablar aquí con toda propiedad de vanguardia institucional: del museo concebido no solamente como colección y sede de exposiciones, sino además como laboratorio de nuevas prácticas democráticas, que incorporan estructuralmente la crítica y la disensión, y que aspiran a redefinir el concepto tanto de lo público como del público.
Que una experiencia de este tipo haya sido posible ante las narices mismas del poder, en instituciones emblemáticas tanto de Barcelona como de Madrid, debe ponerse a cuenta del papel más bien accesorio que en la España de la Transición ha solido atribuirse a la cultura, concebida antes que nada -por decirlo con expresión de Noam Chomsky- como "ingeniería del consenso". Desde este punto de vista, Manuel Borja-Villel, aprovechándose siempre de las particulares coyunturas en que se ha incorporado a los tres centros de los que ha sido director, ha actuado en cada ocasión como un infiltrado resuelto a, desde el interior mismo de las instituciones que se proponía transformar, subvertir su orientación y funcionamiento tradicionales conforme a un plan desarrollado por su parte con resolución, instinto y pragmatismo ejemplares.
Conducida magistralmente por Expósito, profundo conocedor de la trayectoria de Borja-Villel, a quien no cesa de acosar con planteamientos a menudo delicados o incordiantes, las casi 300 páginas que ocupa la conversación entre ambos constituye un relato casi épico -tan rico en perspectivas como falto de grandilocuencia- acerca de qué posibilidades nos caben de modificar los relatos hegemónicos en que se sustentan los poderes establecidos. La narración historiográfica y museográfica es aquí sólo un herramienta más con la que trabajar en esta línea.
Guía necesaria -imprescindible más bien- para comprender y apreciar los logros obtenidos por el trabajo todavía en marcha de un proyecto en buena medida pionero, que despierta la expectación internacional por su manera de conectar "el arte de vanguardia, la cultura popular y la pedagogía social", este libro es además un verdadero manual de práctica institucional del que deberían tomar buena nota todos los ciudadanos comprometidos de una u otra forma en la batalla política. Transido de un saludable espíritu de utopía, embargado por un contagioso "optimismo de la voluntad", propone el museo como paradigma de institución abierta, dinámica, en constante transformación en su empeño por reconstruir y radicalizar la democracia.