Ignacio Echevarría

"Una Grecia revivificada podría muy bien cambiar por completo el destino de Europa".



Son palabras de Henry Miller, pertenecientes a El coloso de Marusi (1941), exaltada crónica del viaje que hizo por Grecia en 1940, con motivo de visitar a su amigo Lawrence Durrell. El libro, publicado en su día por Seix Barral, ha sido recuperado hace poco por Edhasa, así que puede conseguirse fácilmente en librerías. Lo recomiendo muy vivamente, pues se trata de un texto luminoso, escrito en un contagioso estado de euforia, lleno de sensualidad, de vehemencia, de alegría.



Deslumbrado por Grecia, Miller reconoce en ella -en su pasado, en su paisaje, en su gente, en sus más genuinas formas de vida- la senda perdida de la civilización occidental, que por aquellos días se adentraba en la Segunda Guerra Mundial. Releer hoy El coloso de Marusi, teniendo por trasfondo el dramático pulso que el gobierno griego mantiene con la Unión Europea, el BCE y el FMI, constituye una experiencia agridulce y extrañamente aleccionadora, muy expuesta a la melancolía. O a la indignación, también.



Si el lector es más proclive a abonar este sentimiento, que lea luego Apartamento en Atenas (1944; publicada por Lumen en 2005), del también norteamericano Glenway Wescott, estupenda y durísima novela escrita apenas tres años después del viaje de Miller, y que constituye algo así como su reverso infernal, centrada como está en las humillaciones a que, durante la ocupación de Grecia por los alemanes (que tuvo lugar a los pocos meses de abandonar Miller el país), somete un oficial nazi a una familia obligada a hospedarlo.



La invasión de Grecia por las fuerzas del Eje arruinó, como es sabido, la economía del país, y produjo la muerte por hambre de más de 300.000 civiles, a los que deben sumarse los más de cien mil caídos en la represión de la heroica resistencia que hizo frente a los invasores. El saldo de la ocupación fue una devastadora guerra civil, que suele ser recordada como el primer conflicto bélico de la Guerra Fría, y que profundizó aún más la ruina y la división del país, teniendo por consecuencias una masiva emigración y el confinamiento en distintas prisiones de las islas del Egeo de decenas de miles de guerrilleros y militantes comunistas.



Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Grecia -de un modo tan dramático, a veces, como el de España durante la Guerra Civil- viene siendo escenario de enfrentamientos en los que se juegan subrepticiamente cuestiones de enorme trascendencia. El que se está produciendo en la actualidad ilustra angustiosamente la batalla que se libra en todo el mundo entre la Economía y la Política, por así decirlo. Lo que se está dirimiendo en Grecia estos meses, con el pretexto de la deuda, es el margen de soberanía que le resta a una ciudadanía cada vez más coaccionada por los intereses de las grandes entidades financieras que hoy parecen tutelar los destinos de la humanidad entera.



A esta conclusión llega Pedro Olalla en un libro extraordinariamente oportuno, a pesar de haber sido escrito antes de la llegada al poder de Syriza. Me refiero a Grecia en el aire. Herencias y desafíos de la antigua democracia ateniense vistos desde la Atenas actual (Acantilado, 2015), en el que un paseo por la vieja Atenas sirve al autor para evocar, con sus luces y sombras, el episódico florecimiento en aquella ciudad de un sistema político que no ha dejado de ejercer una enorme fascinación en el transcurso de veinticinco siglos, y el escrutinio de cuyo funcionamiento -en no pocos aspectos ejemplar- contribuye a poner en evidencia las limitaciones y las servidumbres de los sistemas que en la actualidad ostentan el mismo nombre.



El libro de Olalla, vibrante y bien documentado, está escrito con una prosa apasionada y eficaz, con la que arrastra al lector al convencimiento de que "la democracia sigue siendo un proyecto radical y revolucionario", que reclama hoy más que nunca la implicación de una ciudadanía resuelta a restaurar al término su significado. El resultado de la pugna que el actual gobierno griego sostiene con sus acreedores no es ajeno a este objetivo, de ahí la atención que todos le prestamos.