Ignacio Echevarría
Hace poco más de tres años, V.S. Naipaul provocó escándalo y reprobaciones de todo tipo con unas declaraciones acerca de la literatura escrita por mujeres. Resulta difícil saber lo que en realidad dijo: cuanto la prensa inglesa -y en su estela toda la del mundo- ventiló con grandes aspavientos fueron unas pocas frases descontextualizadas, sacadas de una conversación mantenida por el escritor en la Real Sociedad Geográfica de Londres. Al hilo de no se sabe qué preguntas, Naipaul vino a decir, al parecer, que la literatura escrita por mujeres suele ser sensiblera, razón por la que le resultaba fácil detectarla leyendo apenas los primeros párrafos de un libro.Dijo más: dijo que, en términos globales, la literatura escrita por mujeres le parecía inferior a la escrita por hombres, y en respuesta a la pregunta de si creía que alguna autora conocida estaba a su altura como escritor, respondió soberbiamente que no. Por si fuera poco, Naipaul habló de la estrechez de miras que suele caracterizar a la literatura escrita por mujeres, y no dudó en referirse condescendientemente a las novelas de Diana Athill, su antigua editora, como "un montón de tonterías", aun celebrando sus excelentes dotes como crítica y profesional de la edición.
Todo muy políticamente incorrecto, como se puede apreciar. Pero bastante menos idiota que la mayor parte de las airadas reacciones a que dio lugar. Nadie que haya leído a Naipaul puede dejar de sospechar que se trata de declaraciones en absoluto categóricas, sujetas a un sinfín de matizaciones -por otra parte evidentes-, no pocas de ellas ligadas a la concepción que Naipaul tiene de la profesión de escritor y que lo ha convertido para muchos -entre los que me cuento- en el más grande e importante de los narradores vivos, da lo mismo si hombres o mujeres.
Como sea, la propia trayectoria de Naipaul como escritor sirve para enfocar la cuestión a la que sus declaraciones remiten y sobre la que venía a incidir yo en mi anterior columna, al hilo de una vieja entrevista a Susan Sontag. Me refiero a la escritura femenina y a la posibilidad de que se caracterice distintamente o no de la masculina.
Nacido y educado en una remota ex colonia inglesa, en el seno de una comunidad de inmigrantes hindúes, Naipaul hubo de labrar su fortuna de escritor venciendo las enormes dificultades que se derivaban de sus orígenes, su raza, la inferioridad de condiciones en que hubo de abrirse paso en la Inglaterra de los años cincuenta, a la que llegó a los dieciocho años gracias a una beca.
Quien en la actualidad ostenta presuntuosamente el título de Sir y corona su abigarrado palmarés con un merecidísimo Premio Nobel de Literatura, ha tematizado en su obra no solamente las consecuencias del desmoronamiento del orden colonial, sino también, por lo que toca a él mismo, su descomunal ambición de imponerse como escritor en una cultura predispuesta a tratarlo con condescendencia y a asignarle un papel previamente connotado de exotismo.
Dueño de la menos "colorida" de las prosas, de una escritura afilada, de asombrosa precisión, Naipaul es en la actualidad uno de los más penetrantes observadores del mundo contemporáneo, y ni la admiración ni los rechazos que suscita dependen de las "cualidades" de su raza ni de su origen, menos aún de haber caracterizado su literatura en base a ellos (otra cosa es que su propio desclasamiento haya agudizado su mirada y procurado fuerza a su particular testimonio).
Retomando sus declaraciones sobre la literatura escrita por mujeres, cabría especular con la posibilidad de que Naipaul tienda a reconocer en ella cuanto él mismo se esforzó en superar: la conformidad con los estereotipos, la renuncia de antemano a enfrentar en toda su amplitud y complejidad el mundo, la sociedad, la cultura que las ha segregado secularmente, y a hacerlo con autoridad y solvencia parejos a los que emanan de ese canon occidental en el que, en efecto, los hombres ostentan una sospechosa superioridad.
Como Susan Sontag respecto a su condición de mujer, Naipaul parece haber decidido muy pronto que su condición de indio llegado de una ex colonia (de muchacho en su caso más bien feo, y oscuro, y pobre, y sexualmente acomplejado) no iba a suponer más que un accidente, un punto de partida en absoluto determinante del carácter, de los atributos, de la dimensión de los logros que ambicionaba, en nada inferiores a aquellos a los que pudiera aspirar el más refinado colegial de Oxford.