PANTEÓN. Los restos mortales de José Maria Eça de Queirós (1845-1900), quizás el mayor novelista luso, fueron depositados, el pasado 8 de enero, en el Panteón Nacional de Portugal. Fue una ceremonia solemne, con música selecta, escolta militar en uniforme de gala y asistencia de las primeras autoridades de la República. Queirós, gran polemista y muy crítico con la sociedad portuguesa de su tiempo, abogado y periodista muy combativo en sus inicios profesionales, se pasó media vida fuera de su país –La Habana, Newcastle, Bristol y, por fin, París–, según los destinos consulares adjudicados tras su ingreso en la carrera diplomática.

El Panteón Nacional es la tercera morada de sus huesos, trasladados, tras solventar la oposición de algunos de sus bisnietos, desde el cementerio de Santa Cruz do Doiro, en Baião. La trashumancia funeraria fue también el sino del desasosegado Fernando Pessoa (1888-1935), enterrado primero en la tumba de su abuela en el Cementerio de los Placeres –¡vaya nombrecito!– e inhumado en 1985, en una curiosa tumba estrecha y vertical, en el claustro del imponente Monasterio de los Jerónimos, en el barrio lisboeta de Belén.

Los muy proliferantes turistas españoles han tenido ocasión de ver, en sus obligadas incursiones en el Chiado, las muy diferentes estatuas que honran la memoria de Pessoa y Queirós. El poeta aparece sentado a una mesa, con su inseparable sombrero y una mano sobre un libro, junto al Café A Brasileira. El novelista se yergue monumental y alegórico, en la plaza (largo) Barao de Quintela, mientras cubre con un manto a una mujer desnuda. Al pie dice una inscripción: "Sobre la desnudez de la verdad, el manto diáfano de la fantasía". Y es que el militante realismo de Queirós no estaba reñido con la imaginación.

HETERÓNIMO. Esta excursión fúnebre y estatuaria nos lleva, con retraso, a aterrizar en la actualidad editorial de Queirós en España: Renacimiento ha publicado una perla que nos faltaba en las librerías, las muy divertidas, incisivas e iconoclastas –marca de la casa– Cartas inéditas de Fadrique Mendes (1929), con traducción y prólogo de José Antonio Martínez-Pereda, póstumo complemento de la también póstuma –en libro– Correspondencia de Fadrique Mendes (1900).

Fadrique (Fradique, en portugués) Mendes fue un heterónimo inventado por Eça de Queirós y algunos amigos, que debutó como personaje de ficción en la primera novela del escritor, la excelente, epistolar y criminal (su intriga) El misterio de la carretera de Sintra (1870), escrita junto a su colega Ramalho Ortigao.

Eça de Queirós trajo el realismo a las letras portuguesas y, con ironía e incluso sarcasmo, agitó la escena literaria y sociopolítica de su país

Hace bastantes años, parecía que las obras de Eça de Queirós no terminaban de chutar en España, que quedaban para una degustación en los márgenes, pero gracias a la persistencia de Alianza, Pre-Textos, Penguin, Acantilado y otras editoriales hoy su bibliografía es aquí amplísima y gozan, desde luego, de reconocimiento y buena salud sus cuatro novelas fundamentales, ya tenidas a la altura de la mejor literatura realista europea del siglo XIX: El crimen del padre Amaro (1875), El primo Basilio (1878), Los Maia (1888) y La ciudad y las sierras (1901, póstuma), las dos primeras reimpulsadas, tal vez, por sendas adaptaciones al cine realizadas en 2002 y 2007, respectivamente.

MODERNIDAD. Empujando una puerta que abrió camino a la modernidad (en todos los sentidos) y dejó atrás el agotado romanticismo que representaban el turbulento y muy popular Camilo Castelo Branco (1825-1890) y su exitosa y abracadabrante Amor de perdición (1870), Eça de Queirós trajo el realismo a las letras portuguesas y, con ironía e incluso sarcasmo, agitó la escena literaria y sociopolítica de su país.

Eso queda magníficamente reflejado en Cartas inéditas de Fadrique Mendes, que son seis –implacables, muy divertidas y de gran vigencia actual–, y en los cuentos y artículos o miniensayos que complementan la edición. Regocijante su rechifla de la novela histórica, por ejemplo.