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¿Pueden los mítines políticos hacernos tan felices como los festivales de música?

Los grandes eventos musicales confirman nuestro carácter gregario, una condición que, en este caso, lejos de ser negativa, contribuye a nuestra felicidad. ¿Sucede lo mismo en mítines y manifestaciones?

Ignacio Morgado Manuel Martin-Loeches
27 junio, 2023 02:22
6 Ignacio Morgado

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Ignacio Morgado
Catedrático emérito de Psicobiología de la UAB. Autor de El cerebro y la mente humana (Ariel).

El comportamiento humano complejo es siempre fruto de la interacción entre factores genéticos, es decir, heredados, y factores ambientales, educativos y culturales. Como consecuencia, la conducta gregaria de las personas tiene siempre un componente atávico que nos retrotrae a las concentraciones humanas, grandes y pequeñas, que se dieron en todas las épocas de la historia y que el cine, especialmente, tantas veces nos ha recordado.

El pueblo, se nos dice al citar la antigüedad histórica, no solo necesita pan, también necesita circo, es decir, lugares donde la expresión individual pueda combinarse e integrarse con la expresión social. Lugares, asimismo, donde la gente puede decir o hacer cosas que nunca haría en situaciones de carácter privado. El circo de hoy es muy variado y polivalente, alcanzando su cenit expresivo en las grandes concentraciones musicales como las que vemos en muchas de nuestras ciudades. La gente es capaz de rellenar grandes estadios, permaneciendo horas en ellos mientras dura el espectáculo, aún sin poder asentar las posaderas para descansar.

La raíz genética de ese componente gregario parece radicar en la permanente búsqueda de sensaciones que caracteriza al cerebro humano y que hace que las personas suelan sentirse mejor en ambientes ricos y estimulantes que en los ambientes empobrecidos, los cuales, al carecer de estímulos variados, generan aburrimiento. El cerebro es un órgano interactivo que pierde sentido cuando se le aísla.

La raíz genética del componente gregario parece radicar en la búsqueda de sensaciones que caracteriza al cerebro humano, que es un órgano interactivo que pierde sentido cuando se le aísla

Pero la educación y la cultura modelan el impacto de los genes y de ahí que ese instinto buscador de sensaciones y emociones diversas pueda verse hoy condicionado al alza, especialmente en los jóvenes, a quienes se les ofrecen los grandes espectáculos lúdicos, particularmente los musicales, promocionados intensa y efusivamente en las redes de internet, que, además de satisfacer dicha búsqueda de estimulación y generar placer, también les evita sentirse socialmente excluidos si no participan en ellos. La exclusión social, el sentirse desconsiderado, rechazado por la tribu o incluso diferente a ella, genera una poderosa emoción negativa que, para superarla, incita a la participación en dichos eventos colectivos.

Pero, la educación y la cultura también pueden conducir los impulsos genéticos gregarios de las personas a la soledad y el recato, aunque esto ocurre menos en los jóvenes, mucho más estimulados socialmente, que en los mayores, más debilitados físicamente que aquellos y con más pérdida natural de dopamina, la sustancia neurotransmisora del cerebro que nos mueve a buscar el placer allá donde se encuentre.

Cuando el gregarismo es de carácter político, a las emociones positivas y negativas anteriormente consideradas se unen las que resultan de las fobias y filias ideológicas, lo que, en muchos momentos, como en vísperas de elecciones o acontecimientos sociales de especial relevancia, puede potenciar todavía más el gregarismo humano y la participación en las grandes manifestaciones. 

6 Martin Loeches

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Satisfaction

Manuel Martín-Loeches
Catedrático de Psicobiología en la UCM. Autor de La mente del Homo sapiens (Aguilar).

En un festival de música se aúnan dos factores de primerísima importancia para un ser humano, factores que nos definen como especie, que nos distinguen de otros seres vivos: la música y las relaciones sociales. Con esta fórmula, el éxito está garantizado. Decía Darwin que el lenguaje, eso que tan lejos nos ha permitido llegar como especie, tenía su origen en nuestra capacidad para el canto y la música.

Primero fue nuestra vocación musical, y a continuación llegaría nuestra capacidad para hablar. Podría ser. El caso es que muy pocos primates tienen la disposición, y la costumbre, de producir vocalizaciones que podemos llamar musicales, con su ritmo y melodía: algunos lémures y gibones, y poco más. Se requiere de una coordinación entre el sistema auditivo y motor que muy pocas especies exhiben. La nuestra destaca en este sentido, y el lenguaje hace uso exhaustivo de esta capacidad.

La vinculación de la música con nuestra naturaleza intrínseca conlleva que aquella provoque respuestas cerebrales que ponen de manifiesto su importancia. Así, una primera respuesta de nuestro sistema nervioso ante la música consiste en un aumento de su activación, de sus niveles de vigilancia, y esto incluye a la tan excitante adrenalina.

Los festivales de música tienen mucho de atávico. Son la versión moderna de las ceremonias que tantas veces se han repetido a lo largo de nuestra historia

Junto con esta, se elevan los niveles de algunos neurotransmisores interesantes como la dopamina, que no solo mantiene alta la atención, sino que nos resulta reforzante en sí misma, nos facilita sensaciones de satisfacción, de querer “hacer cosas”, de vivir. Cómo no nos va a gustar la música si, además de todo esto, facilita la liberación de opiáceos endógenos y endorfinas que, como sus nombres sugieren, son analgésicos y provocan bienestar. La música hace, además, que se nos mueva el cuerpo.

Gracias a esa vinculación entre lo auditivo y lo motor que mencionábamos, la música activa circuitos motores del cerebro, como el cerebelo y los ganglios basales. Estos son, además, receptores del aumento de dopamina que provoca la música, con lo que se cierra el círculo. Bailar y escuchar música son prácticamente una y la misma cosa. Cuando la música, además, la escuchamos en compañía –y en un festival esta es cuantiosa– no solo se potencian todos sus efectos, sino que aumenta notablemente la cantidad de oxitocina, muy conocida por mejorar y potenciar nuestras relaciones sociales, la autoestima y el bienestar.

No es de extrañar que la música y la danza hayan sido tan omnipresentes en los rituales religiosos. Realizadas en grupo, estas actividades potencian su cohesión, lo que conlleva enormes ventajas adaptativas. Pero es que, además, como decía Émile Durkheim, producen sensaciones inefables pero muy gratificantes y potentes, imposibles de alcanzar por otras vías.

Sí, los festivales de música tienen mucho de atávico: son la versión moderna de las ceremonias que tantas veces se han repetido a lo largo de nuestra historia. Y en este sentido contrastan con otras confluencias humanas que nunca serán tan provechosas, como los mítines políticos o las manifestaciones, que tienen más de confrontación que de comunión, y donde la música no es protagonista.

Hannah Arendt en el I Congreso de Críticos Culturales, 1958. Foto: Münchner Stadtmuseum, Sammlung Fotografie, Archivo Barbara Niggl Radloff

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