Creatividad y maternidad
O cómo conciliar cuando dejar de crear no es una opción, o no la mejor. ¿Es posible tener esa “habitación propia” de la que hablaba Virginia Woolf? ¿Cómo condiciona la crianza la creación, la escritura?
Luisa Castro
Directora del Instituto Cervantes de Dublín y escritora. Su último libro es 'Sangre de horchata' (Alfaguara, 2023)
Procrear o no
Escribir para mí es un juego. Crear es un juego. Y procrear o tener hijos es lo menos parecido a un juego. Algo en lo que te metes sin saber lo que te espera. En el juego de la escritura eres tú quien pone las reglas, y se toman responsabilidades mientras dura el juego, y se establecen leyes inherentes al juego que en absoluto son aplicables fuera de él. En la experiencia de traer hijos al mundo –si uno no es un psicópata integral– se pone en marcha desde el mismo momento un mecanismo de protección e interdependencia que no cesa ni con la muerte. Más allá de la muerte, nuestros padres aún siguen tutelándonos y ejerciendo sobre nosotros su poder. Nuestros hijos nos llevan con ellos más allá de la muerte, y nos someten a nuevas lecturas y declinaciones del ADN.
Son tan diferentes ambas progenies o estados de “creación” que me resulta imposible encontrar una conexión entre ellos que no sea por oposición o directamente competitiva. Creo que uno crea o escribe en parte para sustraerse a ese determinismo y a esa ineludible cadena que nos mantiene presos entre padres e hijos a lo largo de infinitud de generaciones. Se escribe para romper las cadenas, para ensancharlas, para ser algo más que un padre, una madre, un hijo, o la mascota del vecino. Se escribe para trascender la contingencia, para sacudirnos toda ascendencia y descendencia. Se escribe para ser Uno.
Y si tengo que bajar a tierra diré que yo fui escritora mucho antes que madre. Que lo primero fue una decisión consciente y lo segundo una pulsión azarosa y sobrevenida. Los hijos llegaron. La escritura la busqué. Cuando veo a los hombres y a las mujeres planificar sus embarazos con tanto mimo, me pregunto si alguna vez, de haberlo yo pensado tanto, hubiera tenido hijos.
Nunca fui tan productiva como cuando viví con mis hijos. Y nunca callé tanto y desescribí tanto como cuando se marcharon y me quedé yo sola con todas las habitaciones de la casa para mí
Mis hijos son producto de la confianza en la vida y hasta cierto punto de la imprevisión, la generosidad y la ceguera, y mis libros son conscientes y premeditados frutos del miedo a vivir y el deseo de control. Que haya alrededor dos seres descontrolados pululando por el mismo espacio donde escribes, dos confiados satélites que te procuran mientras tú intentas mantener el control en la sala de máquinas, no deja de ser una hermosa contradicción, y he disfrutado con esa dualidad y con esa lucha desde que mis hijos nacieron.
He vivido en esa contradicción, la he padecido y me he sobrepuesto a ella cada segundo de cada día. Jamás la he vivido como una amputación de mi tiempo o de mi energía creativa. Me las he apañado y he bregado con esa frustración de tener que dedicar buena parte de mis años de juventud y de madurez a tareas mecánicas y domésticas y horarios enloquecidos, pero ahora miro atrás y lo que veo es que en realidad han sido el complemento ideal a una vida asquerosamente ascética y ermitaña, y si debo añadir algo más diré que nunca fui tan productiva como los años en que vivimos juntos y revueltos, yo escribiendo y ellos saltando, y nunca callé tanto y desescribí tanto como cuando se marcharon y me quedé yo sola con todas las habitaciones de la casa vacías y todos los juguetes del mundo para mí.
Carolina África
Dramaturga, guionista y actriz. Autora de 'El cuaderno de Pitágoras'
Bailando con la maternidad
¿Ser madre me ha hecho mejor creadora? Sinceramente, no lo sé. Lo que tengo claro es que ser madre me ha hecho ser creadora –a secas– del milagro más loco que se pueda imaginar: de mi vagina han salido criaturas que sienten, piensan, caminan y miran el mundo con ojos nuevos, y esto ha renovado, irremediablemente, también los míos.
Mi cuerpo ha librado dos grandes batallas: en la primera acarició las garras de la muerte mientras daba una vida y en la segunda se rompió algunos huesos saliendo del hospital y separándose por diez días de la cachorra que acababa de alumbrar. De ambas batallas, este templo divino ha resultado vencedor, aunque padezca secuelas imborrables. Indudablemente mi obra posterior está impregnada de este milagro tan poco contado en ficción y sí, soy otra, porque he conocido una felicidad, un dolor, un terror, una vulnerabilidad, una empatía y un amor tan grandes que son herramientas impagables para cualquier escritor o artista.
La maternidad me ha dado muchas cosas pero me ha arrebatado otras: me quitó mi habitación propia –ahora plagada de juguetes–, borró mi nombre de proyectos que exigían una disponibilidad total, me hizo renunciar a propuestas incompatibles con la crianza, limitó mis viajes, mi libertad, mis horas de sueño… y algunos sueños. Sin embargo, me he adaptado a las circunstancias y he tratado de exprimir lo mejor de cada momento. Me quedó claro en una milonga tanguera:
–¿Bailás?– me dijo un bailarín argentino.
–Apenas sé –respondí–.
–Cada uno se rasca con las uñas que tiene. ¿Bailás?
Y bailé.
Con la maternidad también bailo, y mucho…
Sigo aprendiendo de este infierno glorioso que ha supuesto para mí la maternidad: ahora soy cafeinómana, zombi, disfruto (y sufro a partes iguales) la crianza y tengo por delante proyectos ilusionantes
Y bailando he descubierto el valor de los cuidados como motor imprescindible para que funcione el mundo, que la habitación propia es también un espacio interior y que cuando la necesidad de escribir y crear me golpea fuerte, encuentro el momento; aunque sea sentada en la taza del váter con una criatura de dos años enredada entre mis piernas.
Con el tiempo, no sé si llegó el famoso pan bajo el brazo o si luché por hornearlo a toda costa yo misma, pero resultó que los proyectos en los que no contaron conmigo y a los que renuncié han dado paso a otros mejores, más ambiciosos, mejor pagados y donde he gestionado mi energía y mi tiempo sin posibilidad de autoexplotarme como había hecho hasta entonces. Aprendí a negociar con aplomo y seguridad, porque si las condiciones no merecen la pena no voy a perder mi, ahora más que nunca, valioso tiempo.
De momento, el baile va bien. Quizá ha sido cuestión de suerte: me consta que a otras compañeras madres no les ha pasado lo mismo y su carreras se han paralizado por completo. Quizá mis palabras les duelan, lo entendería y lo siento. En mi caso sigo aprendiendo de este infierno glorioso que ha supuesto para mí la maternidad: ahora soy cafeinómana, zombi, disfruto (y sufro a partes iguales) la crianza, tengo por delante proyectos ilusionantes, y me rasco con buenas uñas…
Ventajas, supongo, de no tener tiempo para cortármelas.