¿Qué ha ocurrido con las pequeñas salas de conciertos?
Salas de rock, de jazz, de cantautores... ¿qué ha ocurrido con los pequeños escenarios dedicados a sintonizar con el público sin intermediarios ni algoritmos? Nacho Vegas y Víctor Lenore reivindican su autenticidad con motivo del Día de la Música
21 junio, 2021 10:04Víctor Lenore
Periodista. Autor de Espectros de la Movida (Akal)
Apuntalar los cimientos de la casa
Recuerdo una comida que compartí hace diez años con amigos periodistas y músicos. Se apuntó el batería de una banda punk argentina llamada Flema, que nos contó que los grupos de Buenos Aires hacían extensas giras aprovechando su impresionante ‘conurbano’. Me impactó porque la idea nunca se me había ocurrido. Cierto que la zona del Gran Buenos Aires tiene cuatro veces más habitantes que Madrid, pero me di cuenta de lo infrautilizado del circuito de nuestra capital.
¿En qué me baso para esta aseveración? En la cantidad de recintos muertos que me cruzo paseando por los barrios. Viví varios años en la zona norte, que es la más rica, pero está totalmente desabastecida. Miraba incrédulo el abandonado Teatro Madrid (pegado a La Vaguada) y también los garitos cerrados en el barrio de Peñagrande (uno de ellos de flamenco, que conserva un precioso dibujo de Camarón en la fachada). La única sala emblemática en muchos kilómetros es Macumba, en la estación de Chamartín, especializada en electrónica y paralizada mucho tiempo tras la tragedia del Madrid Arena en 2012.
Nadie triunfa en los estadios sin sonar un millón de veces en los bares. No hay grandes equipos sin canteras. No se trata solo de subvencionar sino de no sabotear a quienes trabajan en la base
Tenemos pocos espacios pequeños y medianos, casi todos concentrados en el centro de las ciudades. La pandemia ha obligado a cerrar a muchos más (tablaos, garitos de rock, salas de cantautores…) y eso va a pasar factura. Igual ocurre con los bares musicales, que son importantes porque allí suenan canciones de grupos pequeños y medianos que buscan consolidarse. Nadie triunfa en los estadios sin sonar un millón de veces en los bares. No es un problema exclusivo de Madrid, se nota también en el pueblo de mis padres, una localidad de la España vacía llamada San Esteban de Gormaz (Soria). Tiene fama de ser el punto más fiestero de la zona, pero hoy apenas queda un bar centrado en la música. Entre los que cerraron, todos aún visibles, el mejor es uno llamado Zambra con letrero de estética setentera. Vamos para atrás.
Por supuesto, no estoy solo en este diagnóstico. Lo comparten casi todos los aficionados a la música popular. Hay que admirar a los superventas Vetusta Morla por su gira de garitos en 2009, pensada para ayudar a hacer caja a los locales de Madrid que les acogieron cuando no eran nadie. Sin salas pequeñas y medianas, construimos una casa sin cimientos. No hay grandes equipos deportivos sin filiales y canteras, igual que no hay doctores en literatura sin colegios ni bibliotecas de barrio.
Ya estamos mayores para lloriquear. Recuperar lo perdido en estos meses es posible: pasa por proteger a las salas pequeñas y medianas, fomentar la aparición de nuevos recintos y regular el uso de música en espacios públicos (parques, jardines, universidades…). Naciones con menos recursos que España lograron mucho: Jamaica se convirtió en potencia musical gracias a los sistemas de sonido callejeros, Detroit usó sus almacenes abandonados por la desindustrialización para inventar el techno y Río de Janeiro incendió pistas de baile con el funk de sus favelas. No se trata solo de subvencionar, sino de no sabotear a quienes trabajan en la base.
Nacho Vegas
Músico. Miembro del colectivo Caja de Musi@user-886
La orfandad musica
Hace pocas semanas echó la persiana de forma definitiva el Jazz Café, uno de los locales musicales más emblemáticos de Xixón, donde los conciertos y jam sessions que se programaban cada semana se vivían con pasión y con la complicidad activa del público. Refugio y sustento para algunos de los mejores músicos de la ciudad, su cierre a causa de la crisis derivada de la pandemia fue una noticia triste, como lo es el cierre de tantos jazz cafés que alegraban la vida musical de nuestros barrios. Pero más tristes aún son las preguntas que surgen a continuación.
¿Qué ha sido de todos esos músicos? ¿Quién escucha ahora a esos hombres y mujeres que tocaban en pequeños locales o en la calle y que son la base de la escena musical de una ciudad? ¿Dónde está la voz de toda esa gente que creaba riqueza cultural y hacía de nuestros barrios espacios vivos? Es difícil responder a estas preguntas de forma positiva si olvidamos que esa riqueza inmaterial tan necesaria precisa de unas condiciones materiales que la protejan, si obviamos que esa riqueza la creaba gente obligada a trabajar en negro o a ejercer de falsos autónomos.
Hablemos de políticas culturales. Quienes nos preocupamos por la cultura popular de nuestra tierra tenemos poco que pedirle a las instituciones públicas, pero sí hay algo que les exigimos: derechos laborales básicos. Arte en la calle, Cultura en rede; son los bonitos nombres de dos de los ciclos que en Xixón programa la empresa municipal de festejos, Divertia, y en toda Asturies la Consejería de Cultura. Pretenden dinamizar y promover nuestra escena musical y están especialmente enfocados a artistas jóvenes. Pero hay un detalle que no es tan bonito: ambos están diseñados de tal forma que los músicos solo pueden ser contratados por la vía mercantil (mediante factura), negándoseles la posibilidad de hacerlo por la vía laboral (mediante contrato de trabajo).
A nuestras instituciones públicas les encanta escenificar un espurio apoyo a la cultura cuando en realidad con sus mezquinas praxis contribuyen a precarizar más y más el trabajo cultural
Las ayudas al sector cultural que han ofrecido en esta brutal crisis estaban destinadas a trabajadores autónomos o condicionadas a haber trabajado por cuenta ajena en el ejercicio anterior. Es decir, se niegan a contratarte laboralmente y después te exigen haber sido contratado para acceder a una ayuda de 1500 euros. Parece de locos, pero es que a nuestras instituciones públicas les encanta escenificar un espurio apoyo a la cultura cuando en realidad con sus mezquinas praxis contribuyen a precarizar más y más el trabajo cultural. En el fondo es una vieja historia: políticas destinadas a una suerte de clase media cultural que abandonan a los más desfavorecidos. Son los huérfanos y huérfanas musicales; nadie les escucha, nadie les da respuestas.
Epílogo distópico: La ultraderecha se percata de que existen más seres olvidados por la izquierda progre entre los trabajadores de la cultura. Las respuestas llegan en forma de discurso proteccionista y xenófobo. Surge una nueva escena musical. La promotora Live Nation organiza en San Lorenzo de El Escorial la primera edición del Rojipardo Sound.
El festival es todo un éxito.