Gabi Martínez
Escritor. Autor de Un cambio de verdad (Seix Barral)
¿Catorce o dos?
Además de conexiones 5G, antibióticos o aviones,la ciencia ha descubierto que los humanos poseemos al menos catorce sentidos, no cinco, aunque la vida ‘moderna’ impulsada desde las ciudades se limite a exprimir básicamente dos: la vista y el oído. ¿Cómo activar los otros doce? ¿Cómo experimentar la condición humana del modo más completo posible? Viajar es una alternativa ideal.
¿Viajar ahora, con el virus en despliegue? Habrá que ver cómo evoluciona la pandemia pero está claro que cada vez que el planeta se sacude, sea por atentados terroristas, ciclones o virus, emergen infinitas voces de alarma recomendando no moverse, confinarte en tu país, tu ciudad o tu hogar. Es una opción. Pero también puedes hacer uso de la responsabilidad individual para, ajustando los movimientos, explorar nuevas realidades e incluso descubrir la otra cara del miedo.
Por supuesto que se impone la cautela, el viaje no existe si no lo puedes contar, pero cabe confiar en que todo suele ir bien y en que lo aprendido acaba diluyendo temores. Aparte de que tampoco se trata de ir al corazón de Wuhan: existe el viaje de proximidad, que revela maravillas muy cerca. Puedes caminar en lugar de volar, y llegar incluso más lejos.
Exponerse a una realidad diferente espabila, porque el territorio ajeno nos hace sentir vulnerables multiplicando nuestra atención. Cada sentido se agudiza y, con ellos, accedemos a los dominios de lo intuido. Si deseas intuir más, viaja. La intuición es un mecanismo de supervivencia estupendo, y para entrenarlo hay que atender con cuidado al paisaje. Atender a cómo vive la gente, los animales, las plantas de esos lugares más o menos extraños, y a discernir las claves de responsabilidad y respeto que les permite salir adelante... o sucumbir. Apreciar lo ajeno refuerza la diversidad propia, e inmuniza contra bastantes cosas, contra los metemiedos también.
El viaje es una postura física basada en no conformarse con imaginar. Imaginar está muy bien, pero cuando viajas y hueles y tocas y aspiras y te pica una avispa y te salpica el mar, es fácil que luego imagines mejor. Que te vincules de un modo más sensorial con un mundo al que percibirás envuelto en una sensualidad memorable. “Viajar es un acto total mientras que pensar es un acto parcial”, resumió Ralph Waldo Emerson.
"Exponerse a una realidad diferente espabila, porque el territorio ajeno nos hace sentir vulnerables multiplicando nuestra atención. Cada sentido se agudiza. para intuir más, viaja"
Así que cuando vengan a decirte que te encierres o te coartes alegremente porque siempre te quedarán las pantallas y la imaginación, podrías contestar que la imaginación ya está contigo, pero los exteriores no. Y si te dicen que es que el mundo ya está contado o que ya no quedan rincones por explorar, podrías responder que lo mismo decían antes de que Lawrence Osborne escribiera El turista desnudo y, amortizando el discurso agorero, demostrara que los lugares nunca dejan de cambiar, igual que los relatos eternos.
Siempre hay alguien anunciando la muerte de la novela o del viaje, y al poco tiempo mueren ellos mientras las novelas y los viajes aún respiran.
Un principio del viaje es: no temas. Confía.
Pablo D'Ors
Sacerdote y escritor. Autor de Biografía del silencio (Galaxia Gutenberg)
Éxodo contracultural
Todo viaje exterior o geográfico puede ser, bajo ciertas condiciones, un viaje al interior, así como éste un viaje hacia el mundo. ¿Cuáles son esas condiciones o, lo que es lo mismo, cómo hacer para que los quehaceres cotidianos –nuestros viajes ordinarios– alimenten el alma?
En el evangelio se nos habla de cómo José, el esposo de María, tuvo algunos sueños. En uno de ellos se le ordenó que tomase al niño (es decir, nuestro fruto, nuestra misión), que tomase también a la madre (es decir, a nuestro maestro, a nuestra tradición) y que partiera. Se le ordenó salir de la propia tierra. Escapar de lo consabido. Desinstalarse y comenzar de nuevo. Ahora bien, para José este viaje no es un punto y aparte –como si todo lo anterior no hubiera existido o no valiera para nada–, sino más bien un punto y seguido, puesto que debe llevarse consigo al niño y a la madre. Es nuestro futuro y nuestro pasado lo que también nosotros hemos de meter en la mochila si deseamos emprender un viaje interior: lo que hemos recibido y lo que vamos a dar, la tradición y la renovación, la fidelidad y la creatividad; y con eso, partir rumbo a lo desconocido.
El problema radica en que casi todos preferimos quedarnos donde estamos: ya no somos tan jóvenes –nos decimos–, aquí estoy, al fin y al cabo, bastante a gusto. ¿No lo estropearé todo si me muevo? Y, más aún: ¿No es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer? Podríamos como máximo –argumentamos– introducir algunas variantes, pequeñas mejoras o algunos parches. A eso sí estamos dispuestos como muestra de nuestra buena voluntad. Esta actitud inmovilista, tan extendida, es letal para el viaje interior. Apenas podemos hacernos cargo de hasta qué punto. Si José no hubiera obedecido su sueño y no hubiera emigrado con su familia, el resultado habría sido el homicidio del niño. Herodes, el rey, lo habría asesinado, como a todos los demás niños de esa edad, los llamados santos inocentes. Nos morimos –matamos nuestra inocencia– si no introducimos periódicos éxodos en nuestras vidas.
"Nos morimos –matamos nuestra inocencia– si no introducimos periódicos éxodos en nuestras vidas. Quien no huye de lo convencional pone en grave peligro su alma, su singularidad"
Nuestra generación ha perdido hasta tal punto los modelos de referencia que no son pocos los que efectivamente parten, aunque sin abandonar su comodidad. No se llevan consigo a su hijo (un horizonte concreto, una tarea) ni a su madre (el legado del pasado) ni a su cónyuge (su compromiso presente). Pero ningún viaje puede ser calificado de interior o espiritual si no es para proteger y promover nuestro tesoro particular. Quien no huye de lo convencional pone en grave peligro su alma, su singularidad. Ese tesoro personal que cada uno de nosotros guarda en su interior es algo sumamente delicado. En realidad, basta poco para profanarlo, arrinconarlo y olvidarnos de él. Los muchos reyes Herodes de este mundo lo desvirtúan, pervierten o minimizan, convirtiéndolo en un residuo del pasado o en un recuerdo infantil. Se diría que hay una conjura mundial para acabar con el tesoro de cada cual; de ahí la importancia de exhortar a ese acto contracultural que es el viaje interior.