María Martinón-Torres
Directora del CENIEH (Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana)
Al son del darwinismo
Las enfermedades infecciosas han acompañado al ser humano desde el comienzo de la civilización. Ante la dramática pandemia que nos asola, quizá sorprenda saber que nada de lo que nos está sucediendo es realmente nuevo. El estudio genético de algunos de los principales patógenos que han atosigado a la humanidad estima que grandes cuadros infecciosos como la fiebre tifoidea o la tuberculosis pueden tener unos 50.000 años de antigüedad, coincidiendo con el periodo en el que el Homo sapiens alcanzó la densidad poblacional suficiente como para salir de África y poblar todo el planeta. Ser muchos y vivir tan próximos nos convirtió en el huésped idóneo para que virus, bacterias, hongos y parásitos pudieran multiplicarse y, a través del contagio, propagarse por el mundo. Hoy sabemos que más del 60% de las enfermedades infecciosas son zoonosis, es decir, tienen su origen en los animales, con quienes estrechamos la convivencia a través de la domesticación y la ganadería hace al menos unos 10.000 años. Nada es nuevo. Nuestro sistema inmune se adapta y se defiende, pero no solo los humanos evolucionamos. También los virus y las bacterias se adaptan a un mundo cambiante, y desarrollan resistencias con las que franquear las nuevas barreras que nosotros levantamos. Nada es nuevo. En todos los reinos, la vida compite y se abre camino al son del darwinismo. El sarampión, el sida, la gripe aviar, la viruela, la peste, el ébola, la tuberculosis, ahora el Covid-19… el mismo perro con distinto collar nos aúlla desde finales del Pleistoceno. No hay nada nuevo en la amenaza recurrente en la aciaga estrella de la modernidad que el Homo sapiens lleva en la frente desde que se hizo una especie global. Pero sí es nueva la forma en que nos defendemos de ella. No estamos solos. Cada uno de nosotros se beneficiará de los hallazgos de una humanidad brillante que, a través de la ciencia, no solo encontrará tratamientos con los que atajar enfermedades sino formas de anticiparse a ellas.
"El sarampión, el sida, la gripe aviar, la viruela, la peste, el ébola, la tuberculosis, ahora el Covid-19… el mismo perro con distinto collar nos aúlla desde finales del Pleistoceno."
Nada es nuevo en esta pandemia para el Homo sapiens, salvo quizás la necesidad de una reflexión. El Covid-19 se está ensañando con nuestros mayores. Conviene recordar que debe su éxito demográfico precisamente a los abuelos y a las abuelas. La selección natural favoreció el desarrollo en nuestra especie de un periodo postreproductivo más alargado que en cualquiera de nuestros parientes más cercanos. Junto con la aparición de una niñez prolongada, la Tercera Edad es una delas grandes claves evolutivas delos humanos. El Homo sapiens triunfó al contar con una parte de la población que, a pesar de estar fuera del periodo reproductivo, fue y es esencial para garantizar la supervivencia y cría de los hijos de sus hijos. Gracias a esos abuelos fuimos más y mejores. Sin ir más lejos, en los grupos Hadza, una de las últimas tribus cazadoras-recolectoras de la Tierra, la diferencia entre tener o no al menos una abuela viva puede suponer hasta un 40 % más de supervivencia de los niños desde que nacen hasta los 20 años. Una sociedad que ve a sus mayores como parte prescindible de la población está atentando contra su propia naturaleza .
José María Bermúdez de Castro
Codirector del Proyecto Atapuerca
Coevolución e inteligencia
La pandemia que nos azota podría ser un problema recurrente o la consecuencia de un mundo globalizado. Ya sabemos que en épocas relativamente recientes, incluida la llamada Edad Media, las enfermedades infecto-contagiosas han sido relativamente frecuentes y han llenado capítulos dramáticos de la historia de la humanidad. Pero ¿desde cuando nos han acompañado fenómenos como el Covid-19? La respuesta es sencilla: desde siempre.
El origen de los virus se remonta a un período entre hace 3.000 y 2.500 millones. Desde entonces han aparecido cientos de millones de especies. Son organismos muy sencillos, con un tamaño inferior a 0,75 micras. Una pequeña cápsula de proteínas envuelve un fragmento más o menos largo de ADN o ARN, cuya función es la de construir su propio envoltorio proteico y replicar en la célula huésped la molécula que protege su código genético. Puesto que los virus no tienen una membrana protectora, como todas las demás células, carecen de metabolismo propio y no pueden replicarse por sí mismos, los expertos plantean incluso si los virus son o no seres vivos.
"La globalización ha llegado para quedarse. Ahora ya sabemos que el hecho de ser una especie cosmopolita y con cifras de sobrepoblación pasa factura y hemos de pagar un alto precio."
Vaya paradoja. Quizá no sean seres vivos, pero pueden ser letales y los padecemos de manera dramática. Y aún podemos plantear otra cuestión inquietante. Los virus han obligado a la evolución de otros seres vivos. Esa coevolución puede ser beneficiosa para la biodiversidad y controlar el tamaño de las poblaciones. De no ser por nuestra inteligencia, que ha generado un sistema de salud sofisticado y estrategias de aislamiento muy eficaces, podrían morir hasta 77 millones de personas en el planeta y este virus controlaría la población mundial. La tasa de mortalidad del Covid-19 se acerca al 1%, según han estimado instituciones tan prestigiosas como el Imperial College. Puesto que el 95% de los fallecidos tienen más de 60 años, la enfermedad no afectaría de manera significativa a la existencia de nuestra especie. Pero si carecemos de vacunas podrían fallecer cerca de tres millones de personas jóvenes en cada oleada del virus. Una cifra difícil de asumir.
El distanciamiento entre los grupos de cazadores y recolectores de la antigüedad habría evitado una pandemia como la que padecemos. El Neolítico comenzó hace unos 8.500 años. La agricultura asentó las poblaciones humanas, y el crecimiento demográfico ya fue imparable. Los virus encontraron un ambiente muy favorable para infectarnos y propagarse gracias al contacto directo con los animales domésticos y a la falta de higiene y de un sistema moderno de sanidad. Pero el contacto entre las poblaciones nunca llegó a los niveles actuales. La globalización ha llegado para quedarse. Podríamos hacer una lista de los beneficios de esta nueva forma de entender la vida de nuestra especie, por los que hemos de pagar un alto precio. Ahora ya sabemos que el hecho de ser una especie cosmopolita, globalizada y con cifras de sobrepoblación pasa factura. La mejor noticia sería que hubiéramos aprendido esta lección, para bien de las generaciones futuras.