Manuel Lozano Leyva
Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear. Autor de El sueño de Sancho
Una jugada hábil e inocua
Una universidad se diferencia de cualquier otro centro educativo en que además de transmitir conocimientos, habilidades y comportamientos adecuados, se investiga para generarlos. Así ha sido desde el siglo XIII, por lo que es lógico que las universidades hayan sido, y lo serán por mucho tiempo, la sede principal de la investigación científica, social, humanista e incluso artística. Pero el caso de la ciencia y la tecnología se singularizó en el siglo XX cuando ambas se convirtieron en fuerzas productivas directas.
Las sucesivas revoluciones industriales, imbricadas de manera tan estrecha con las científicas que se hicieron inseparables, exigieron cambios drásticos en la organización de la investigación. Se crearon poderosas organizaciones, centros e instituciones de objetivos generalistas o específicos. Piénsese a modo de ejemplos en el CSIC español, el CERN o la NASA. A pesar de la productividad innegable de esta infinidad de organismos, lo más eficiente globalmente era aprovechar el potencial intelectual y formativo de las universidades, sobre todo porque son las que nutren de personal al sistema. Se llegó así a que el fruto de la investigación universitaria en los países desarrollados varía entre el 50 y el 80 % (71 en el caso de España) de la producción científica y tecnológica total. Es lógico, por tanto, que el peso de los indicadores de la producción y calidad de la investigación sea enorme a la hora de establecer las clasificaciones de las universidades del mundo. Y también que el porcentaje de los fondos captados para y por la investigación sean una parte significativa del presupuesto total de las universidades. Al menos de las mejores.
"se ha creado un ministerio de universidades cuya gestión no solo está transferida a las comunidades autónomas sino que estatutariamente son autónomas por sí mismas"
¿Quién paga todo esto y cómo se gestiona ese gasto? En Europa se encauza a través de lo que se llaman Programas Marco. El próximo, el octavo plurianual, destina a la investigación una descomunal cifra que sobrepasa los 130.000 millones de euros. Luego vienen los planes nacionales, regionales e incluso los propios de cada universidad. Ese dinero lo gestionan los investigadores responsables de cada proyecto aprobado tras una selección rigurosísima basada en la excelencia, adecuación y viabilidad. En el caso de los profesores universitarios, lógicamente, una vez que han atendido sus tareas docentes, sus mayores esfuerzos se destinan a llevar a cabo esos proyectos.
¿Tiene sentido separar la investigación y las universidades en dos ministerios como ha hecho el recién estrenado gobierno? No se lo encuentran ni los ministros titulares, por ello ya han creado una comisión interministerial que solvente el supuesto problema. Por todo ello tampoco tiene sentido el enfado de los rectores, porque esto no ha sido más que un leve daño colateral en la organización de un gobierno de coalición. Se ha creado un ministerio de universidades cuya gestión no solo está transferida a las comunidades autonómicas sino que estatutariamente son autónomas por sí mismas. Se contenta así a un socio minoritario de gobierno con una jugada política hábil y, afortunadamente, inocua.
Manuel Martín-Loeches
Catedrático de Psicobiología de la Universidad Complutense. Coautor de El sello indeleble
Disipará recursos y mermará gestión
En su proceder, la ciencia suele descomponer en partes o elementos aquello que pretende estudiar en profundidad, para entenderlo mejor. Forma parte de un sistema de acercamiento a la realidad que ha demostrado ser fructífero, sin duda, y es aplicable a cualquier disciplina científica, desde la química o la física a la economía, la historia o la sociología. Pero en ningún caso se debe perder de vista que disgregar el todo en partes no es suficiente; se trata de entender, principalmente, las características y propiedades del todo, que no se derivan de la mera suma de las partes. Esto es especialmente aplicable a lo que llamamos sistemas, que, como decía el filósofo Mario Bunge, son objetos complejos “cuyas partes o componentes se relacionan con al menos alguno de los demás componentes”. El mundo que nos rodea está lleno de sistemas, sean estos sociales, económicos, informáticos o nerviosos, por mencionar solo algunos. Las instituciones que nos gobiernan reconocen que la ciencia, también, es un sistema, y de hecho lo denominan Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación, como se define por ley desde 2011.
"la iniciativa de tener Dos ministerios para un mismo trabajo es una vuelta atrás. la creación de un “órgano coordinador” entre ambos no es la mejor solución"
Gran parte de la ciencia, la tecnología y la innovación en España se realiza en las universidades, que, por definición, son los centros de enseñanza superior que posee nuestra sociedad. En sus manos está, por tanto, la formación de las personas de las que dependerá en gran medida el devenir de nuestra sociedad, y su competitividad respecto a las de otros países. Médicos, ingenieros o químicos se forman en la universidad, y la calidad de su formación dependerá, sin duda, de la calidad de sus docentes. Por eso, una fórmula que se aplica en todo el mundo occidental, y especialmente en los países más avanzados, es que los docentes universitarios sean también científicos, pues la ciencia es la vanguardia del conocimiento ¿Quién mejor para transmitir los últimos avances en una disciplina que quien está contribuyendo a ellos? Un docente así no solo enseñaría cuáles son esos avances, sino qué hay que hacer para seguir avanzando y producir más conocimiento. En las universidades españolas, en consecuencia, el profesorado es reconocido como PDI, personal docente e investigador, que, junto con el PAS (personal de administración y servicios) y los estudiantes constituyen el cuerpo de una universidad.
Resultará, por tanto, chocante, que ese personal cuyas labores docentes y científicas son inseparables por definición tengan que sufrir la esquizofrenia (que es una disociación de las funciones psíquicas) de depender de dos instituciones diferentes. La iniciativa de tener dos ministerios para lo que, en esencia, es un mismo trabajo, disipará recursos y esfuerzos innecesaria e injustificadamente, y muy probablemente mermará la gestión y la eficacia del mismo. Es una vuelta atrás. La creación de un “órgano coordinador” entre ambos ministerios ahondará aún más –me temo– en esta disipación de recursos y esfuerzos; no es la mejor solución. Y es que cuando separamos los elementos de un sistema, este deja de tener sentido; ya no es un sistema.