Manuel Lozano Leyva
Físico. Autor de El sueño de Sancho (Debate)
Las vacaciones de Don Quijote
Si queremos meditar sobre algún aspecto de la vida, casi cualquiera que este sea, conviene acudir al Quijote. Hagámoslo al acabar las vacaciones y enfrentarnos a la cotidianeidad regida por el trabajo para tratar de salir del estupor que nos provoca, ese estado en que disminuyen las luces intelectuales y crecen el asombro y la indiferencia. Don Quijote, que se sepa, no había trabajado desde que nació, pero cuando decide dejar su vida regular, dominada sin duda por el ocio que le permitió leer todo lo que leyó, lo que hace es “irse por el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban”. Tras esa intención está el espíritu con el que los europeos nos vamos de vacaciones, tanto las veraniegas como las de los frecuentes puentes festivos.
"Don Quijote, que se sepa, no había trabajado desde que nació, pero cuando decide dejar su vida regular lo que hace es "irse por el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras."
Poco a poco, nos percatamos que los molinos (perdón, aerogeneradores) no son gigantes, las ventas (los hoteles) no son castillos y los titiriteros (muchos otros turistas) no son moros (árabes sin petróleo). Tampoco, ni mucho menos, todos los lances son divertidos, porque nuestro hidalgo y su escudero, como nosotros, son a menudo víctimas de engaños, burlas y afrentas. Y nadie se asombre de que tratemos de compararnos con un loco, porque don Quijote estaba lo suficientemente cuerdo como para que antes de partir se proveyera de “ropa limpia y dineros”. Sí, de manera cierta, lo mismo que don Quijote quiere emular en sus andanzas las gestas y contingencias propias de sus admirados caballeros andantes, nosotros tratamos de reproducir las vivencias anunciadas por internet para los veraneantes. Nada hay de ridículo en ello, porque como para nuestro insigne hidalgo, la fuerza de nuestra fe se antepone a la realidad, y si esta no coincide con nuestra idea preconcebida de las vacaciones, inventaremos excusas para justificar los contratiempos. Pero, sobre todo, los europeos afrontamos las vacaciones con el ánimo de libertad que impulsa a don Quijote. Fracasaremos o no en nuestro empeño de disfrute veraniego, pero sabemos que lo impulsa el libre albedrío (indiscutible) que “no hay yerba ni encanto que le fuerce” (más difícil de sostener).
Si es exagerado comparar nuestras vacaciones a las andanzas de don Quijote, es porque a él lo que le espera al concluirlas es la muerte. Esto es demasiado en comparación con la posibilidad de reencontrarnos con un jefe intratable, unos compañeros que nos acosen, unas tareas anodinas o una ciudad agobiante. También hay quienes están deseando encontrar nuevos amigos de clase, dar forma a proyectos pergeñados en la holganza y volver a disfrutar de las comodidades del hogar y los placeres de nuestro pueblo.
Una satisfacción y esperanza no hay quien nos las quite en la bruma del estupor posvacacional: cuando centenares de millones de chinos afanosos y anglosajones de creencias puritanas y austeras reivindiquen las vacaciones europeas, día que llegará, se equilibrarán nuestras balanzas comerciales. No sé si el mundo, en consecuencia, será más justo, pero sí más divertido y pacífico.
Antonio J. Durán
Matemático. Autor de Crónicas matemáticas (Crítica)
Las leyes del síndrome postvacacional
Todo buen científico va por la vida tratando de reducir la complejidad que le rodea al efecto provocado por leyes simples. Así que para explicar las complejidades del síndrome postvacacional, y a ser posible paliar sus efectos, propondré un par de leyes simples.
La primera ley dice: “Este síndrome es inversamente proporcional a lo que le guste a uno el trabajo al que vuelve después de las vacaciones”. Aunque quizás fuera mejor sustituir “trabajo” por “situación”, dado que buena parte de las obligaciones estresantes que parecen causar el síndrome no son necesariamente laborales. La ciencia, que suele ser una actividad bastante vocacional, ofrece magníficos ejemplos que avalan la pertinencia de esta primera ley. Así, muchos científicos a lo largo de la historia cuando han estado en pleno proceso creativo no se han visto afectados por síndrome postvacacional alguno. Más todavía, se han olvidado de las mismas vacaciones. De comer, de dormir e, incluso, algunos, del aseo personal. Durante los dos años largos que le llevó a Newton componer su obra cumbre, los Principia, su asistente nos lo describe así: “Tan concentrado, tan volcado en sus estudios que incluso se olvidaba de comer”. Fue muy comentado el desaliño con que por esa fecha se veía a un fantasmal Newton recorrer los claustros del Trinity College de Cambridge. Y el mismísimo Einstein reconoció : “A menudo me he olvidado hasta de comer”, especialmente durante los últimos de los casi nueve años que le llevó parir su Teoría General de la Relatividad..
"Como diría Richard Dawkins, es muy probable que el síndrome postvacacional no exista, pero si llegando Navidad todavía sigue molesto y desorientado vaya a un especialista o cambie de vida."
La primera ley debe matizarse con una segunda: “Lo más frecuente es que el síndrome se reduzca a unas molestias pasajeras sin importancia”. A pesar de que soy corredor habitual de medias maratones, si por algún motivo dejo de correr durante tres o cuatro semanas sufro después de agujetas los primeros días en que vuelvo a la carga. Algo parecido ocurre tras volver de las vacaciones; adaptarse a las a menudo atosigantes rutinas de la vida laboral y/o familiar conlleva casi necesariamente la aparición durante un tiempo de molestias. El convertir esas molestias –las agujetas, por así decir– en un problema real –el síndrome– es mayormente achacable a la publicidad. Es bien conocido el poder inmenso que tiene la publicidad, que ha conseguido el milagro de convertir un refresco negro y dulzón en la chispa de la vida, simplemente repitiendo la frase billones de veces. Y desde hace un tiempo, cada septiembre el síndrome postvacacional recibe publicidad gratuita al ser tratado con bastante frecuencia por medios de información de toda laya –¡y este ‘dardo’ es un buen ejemplo!–. Y como somos mayoría los que tenemos tendencias hipocondríacas, acabamos convirtiendo las agujetas en síndrome –a lo que se une el maniqueísmo imperante que asocia las vacaciones con lo bueno y el trabajo con lo malo–.
Así que, parafraseando aquella gloriosa frase atribuida a Richard Dawkins: “Probablemente el síndrome postvacacional no existe, relájate y disfruta de la vida”. Pero si llegando Navidad todavía sigue molesto y desorientado con su rutina diaria, vaya a un especialista… o cambie de vida.