Abadía. Milo Manara (Luson, 1945) ha elegido el rostro (¿impenetrable?) de Marlon Brando para poner cara a Guillermo de Baskerville, el franciscano exinquisidor que protagoniza su versión en cómic de la novela –más de 50 millones de ejemplares vendidos– El nombre de la rosa (1980), de Umberto Eco.
Más allá de la posible treta comercial, lo que hace Manara es materializar un primer deseo de Jean-Jacques Annaud, el director de la adaptación cinematográfica (1986), que quiso contar con Brando –y también con Jack Nicholson, Michael Caine y Robert de Niro, entre otros– como protagonista de su película, antes de que Sean Connery le diera el sí definitivo. El cómic que Lumen acaba de editar es el primer volumen de un díptico.
Si la novela de Eco transcurre –con numerosas digresiones eruditas– en una gélida, imponente y remota abadía benedictina durante siete días, señalizados por las ocho horas canónicas de cada jornada, esta primera entrega termina al final del tercer día, justo cuando el joven novicio Adso, acompañante y discípulo de Baskerville y narrador desde la vejez de la historia, queda extasiado ante la belleza de la campesina sin nombre.
No tiene Manara ocasión de reverdecer –salvo muy puntualmente– su acreditada y polémica fama como muy erótico, e incluso pornográfico, dibujante. Veremos en el segundo volumen cómo se las apaña para reflejar el encuentro sexual entre Adso y la chica. Aquí todo su indiscutible talento está al servicio de reflejar el agreste paisaje montañoso, las muchas dependencias de la abadía y los caracteres físicos y psicológicos de los cultos, convulsos, lujuriosos, criminales y –según, o todo a la vez– enfrentados monjes.
Crímenes. Recordemos que la acción transcurre a finales de 1327, en los revueltos tiempos para la Iglesia Católica de Juan XXII que precedieron al cisma papal. Lo que para Baskerville iba a ser una difícil participación en un debate entre franciscanos y dominicos, se convierte, nada más llegar, en la investigación de un crimen, al que seguirán, por lo menos, cuatro más.
La prolija novela de Eco –más de 500 páginas, antes de sus apostillas–, que ha tenido que ser muy aligerada por Manara, es leída con fruición como una apasionante novela histórica –y también de ideas, su distintivo específico–, pero no hay duda de que son la intriga y la investigación criminal lo que viene atrapando al público mayoritario y lo que Manara sigue como hilo esencial con no poca capacidad de síntesis. No renuncia a alguna de las digresiones de Eco como, por ejemplo, cuando, utilizando otro tipo de dibujo y otros colores, se extiende en un magnífico flash-back, sobre las violentas y sexuales andanzas del herético predicador Dulcino.
Jean-Jacques Annaud quiso contar con Marlon Brando como protagonista de su película
Libros. Los libros son, en cierto modo, los protagonistas de la novela, y, en concreto, un ejemplar de la Poética de Aristóteles, madre del cordero de los hechos violentos. El griego se mostró en su obra partidario del reír y de la risa, cosa que enfurece sobremanera al monje español Jorge de Burgos. Libros, manuscritos, bibliotecas, laberintos… Estamos en territorio Borges, implícitamente aludido por Eco al llamar Burgos al mencionado monje, para más señas ciego y exbibliotecario. Manara logra resumir lo suficiente este asunto de la risa, también con su recreación de miniaturas burlescas, objeto de agrias disputas teológicas en su momento –Jesucristo nunca rio– y clave de los acontecimientos.
Es una de las muchísimas alusiones históricas, literarias, teológicas y filosóficas que hizo el sabio semiótico y catedrático Eco en la primera de sus siete novelas. Brando se añade ahora al filósofo navajero Guillermo de Ockham y a Sherlock Holmes –El perro de Baskerville– para reforzar el atractivo de su franciscano protagonista. Aficionado y estudioso del cómic, Eco no habría visto mal el proyecto de Manara. Los dos han tenido el mismo ídolo dentro del género: Hugo Pratt.