Mitología. Los estrenos de El cazador de recompensas (Walter Hill) y Extraña forma de vida (Pedro Almodóvar) hacen pensar en la larga pervivencia del wéstern, en su salud, su universalidad y sus variadas formas en el tiempo, pese a los reiterados e infundados anuncios de sus crisis y de su muerte. Ahora se cumplen 120 años de Asalto y robo de un tren (1903), de Edwin S. Porter, considerado el primer wéstern de la historia.
“El wéstern –escribió André Bazin en ¿Qué es el cine?– es el encuentro de una mitología con un medio de expresión”. El medio de expresión es, obviamente, el cine, que tenía, en 1903, diez años de restringida historia desde que el norteamericano Thomas Alva Edison inventara el rudimentario quinetoscopio –solo un espectador podía ver en solitario y por dos agujeros imágenes en movimiento en el interior de una caja– y ocho años, en medio de una guerra de patentes, desde que los hermanos Lumière organizaron en París el acto fundador de lo que luego se ha considerado el espectáculo cinematográfico: la proyección pública de películas en una sala y sobre una pantalla para un público abundante y de pago.
La mitología de la que hablaba Bazin era la generada por la conquista del Oeste, esto es, por la exploración, fijación fronteriza y explotación de un vasto territorio que, al mismo tiempo, forjó, entre la violencia y la ley en construcción, una nueva nación y una patria idealizada para millones de personas procedentes, sobre todo, de la emigración europea.
Se cumplen 120 años de Asalto y robo de un tren, considerado el primer wéstern de la historia
Bocetos. Hay tratadistas que niegan a Asalto y robo de un tren –puede verse en YouTube– la condición de primer wéstern, pero no se ponen de acuerdo en qué otra película, de idéntica sofisticación –dentro de su sencillez–, puede arrebatarle tal título. Existían, cierto, filmes cortísimos, a menudo de una sola escena, tenidos por bocetos o viñetas, que recreaban una estampa de wéstern. Sus fuentes eran los relatos orales, los periódicos y, particularmente, las ya existentes novelas populares y obras teatrales del Oeste.
También había fotografías, dibujos y pinturas, como los cuadros de Frederic Remington que tanto inspirarían después, en ocasiones literalmente, a John Ford. Porter tomó prestado lo esencial del argumento de una pieza teatral de Scott Marble y tuvo en cuenta los atracos recientes de Butch Cassidy, inmortalizado, junto a su colega Sundance Kid, en Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969).
Un disparo. Producida por el propio Edison, muda, por supuesto, y sin intertítulos (carteles), Asalto y robo de un tren tiene unas características que, en su conjunto, le hacen acreedoras a una notoriedad fundacional del wéstern: dura más de diez minutos (metraje muy considerable para el momento); ofrece catorce escenas distintas en interiores y exteriores rodadas en diversas localizaciones; tiene varios efectos especiales; presenta acciones simultáneas; la cámara –a veces, a bordo de un tren– permanece quieta, como era habitual entonces, pero hace algún leve atisbo de movimiento panorámico; las escenas de disparos son muy violentas e incluyen asesinatos a sangre fría, utiliza numerosos extras… Lo más chocante es un plano final en el que el protagonista mira a la cámara y dispara su revólver. Es decir, dispara sobre el espectador. Este impactante plano podía situarse también, según criterio dejado al proyeccionista –cosa bien rara–, al comienzo de la acción.
Porter, que llegaría a hacer 250 filmes, dejó aquí un inventario de lo que después serían emblemas del wéstern: la banda de atracadores, el asalto a un tren en marcha, la creación de un grupo ciudadano perseguidor, persecuciones a caballo con caídas, un baile con hombres y mujeres en el saloon con músicos, los disparos burlones alrededor de los pies de un hombre apocado e intimidado… Nacía, sí, el más que centenario wéstern.