Image: Pingüinas

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Opinión

Pingüinas

15 mayo, 2015 02:00

Ignacio García May

Escribe Javier Villán que Pingüinas no es ni vanguardia ni provocación. Tiene razón, pero no por los motivos que él cree. No es vanguardia porque a estas alturas, Arrabal, tanto si gusta como si no, se ha convertido ya en un clásico. Por lo demás, la obsesión por ser vanguardista es algo muy rancio de lo que algunos parecen no saber desprenderse. Ya explicó René Clair que todo evoluciona menos la vanguardia. La obra tampoco es provocativa porque no era eso lo que se pretendía: Pingüinas es una apasionada confesión de amor a Cervantes que se pasa por el lomo de Clavileño los más elementales principios del Teatro-Para-Celebraciones-Oficiales; un texto coñón y macanudo, a medio camino entre la erudición autista y el despiporre, que reivindica a un Manco con dos brazos, prisionero, místico, inmortal y femenino, no apto para coleccionistas de efemérides ni embalsamadores de teatro.

Lo que Pérez de la Fuente ha hecho con este texto bizarro es un espectáculo epifánico, misterioso en el sentido estricto del término, en el que se encuentran las más bellas imágenes que un servidor ha visto en los escenarios patrios desde aquella legendaria arena azul que alfombraba El Público de Fabiá y Pasqual. Pero no sólo es cuestión de estética, sino también de discurso. Porque la regla acostumbrada es que los directores, nada más aterrizar en un teatro público, pongan en pie alguna pieza del gran repertorio, casi siempre innecesaria y veinte veces vista, con la que blindarse el prestigio, la taquilla, la crítica y el currículo, mientras que Pérez de la Fuente ha elegido estrenarse con un texto nuevo de autor contemporáneo, arriesgado, difícil y polémico. De esto, nadie dice nada.