Image: Otra vez El Gatopardo

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Opinión

Otra vez El Gatopardo

Por J.J. Armas Marcelo Ver todos los artículos de 'Al pie del cañon'

10 mayo, 2013 02:00

J.J. Armas Marcelo


Prueba de que ha sobrevivido al tiempo: seguimos leyéndolo y hablando, discutiendo y admirando El Gatopardo. Hace unos días, discutimos algunos amigos y, sin embargo, escritores, sobre la novela de Lampedusa y la película de Visconti. No dudé en afirmar que la película de Visconti era una de las excepciones en el debate entre la literatura y el cine. Visconti había conseguido entender tan bien la novela que hizo una película mejor que el texto de Lampedusa, cosa que hizo también con La muerte en Venecia. No todos estuvimos de acuerdo, pero prevaleció el cine entre escritores. La versión cinematográfica de Visconti duraba en el original más de tres horas y sólo el baile de los aristócratas más de tres cuartos de hora. Las productoras exigieron los cortes y encargaron a Sidney Pollack que acomodara la estética locura de Visconti, que ahora cumple cincuenta años de frescura, al cine y las salas comerciales. La aventura de El Gatopardo empezó el día en que los grandes editores italianos, empezando por Vittorini, rechazaron el original del Príncipe afirmando que era un texto reaccionario. Lampedusa murió en Roma, de cáncer y de pena, sin ver publicada su única novela, pero un proyecto editorial que Feltrinelli entregó a Giorgio Bassani hizo que el autor de El jardín de los Finzi Contini rebuscara aquel original que él sabía que estaba en manos de Elena Croce, que lo había dejado olvidado en una portería en la que había trabajado, mientras ejercía también de agente literaria.

Cuando Feltrinelli publicó la novela cayeron sobre ella los lobos oficiales de la crítica y la destrozaron. Pratolini, el fino crítico italiano, llegó a escribir que con la publicación de la novela de Lampedusa "la novela italiana se había atrasado sesenta años". Sic transit gloria mundi... Hasta que llegó a las despistadas costas intelectuales de la izquierda italiana el pope francés Aragon y dijo lo que dijo: que El Gatopardo era una excelente novela que había que poner en su sitio, en lo más alto. Así fue. El primero que leyó y habló maravillas de la novela fue Enrico Berlinguer. Finalmente, Visconti leyó la novela y cayó rendido ante el Príncipe. Quiso que el protagonista fuera Lawrence Olivier. Después trató de fichar a Marlon Brando. Dicen que también lo intentó, tercer fallo, con David Niven. Pero el destino quiso que un actor que en principio no le gustaba nada a Visconti, Burt Lancaster, se llevara el papel luego de conocer al director italiano, que se enamoró de él. De modo que ahora no podemos imaginarnos al príncipe Di Salina más que recordando a Burt Lancaster en su papel principal en El Gatopardo, la mejor de todas las interpretaciones de una carrera cinematográfica extraordinaria y muy versátil.

En mis correrías sicilianas tras Lampedusa, visité sus casas en ruinas en Palermo y me acerqué un par de días a Santa Margherita de Belice. Vi su palacio medio destruido y la iglesia que se llevó por delante el terremoto de 1968. Y vi el homenaje plástico que hizo a aquel pueblo el artista Alberto Burri. Pasé en Santa Margherita de Belice dos días únicos e inolvidables persiguiendo al Príncipe en sus invento novelesco y terminé familiarizándome con aquellos secos parajes del centro de la isla más hermosa del mundo, desde donde, mirando al este, pueden contarse sobre el mar más de treinta siglos consecutivos de cultura.

Todo eso conviene recordarlo de vez en cuando aunque ya lo saben desde hace tiempo: no hay estética sin ética (Valverde). Y no la hay. Visconti tuvo la intuición y entendió que en aquel texto estaba la historia entera de Sicilia, Italia y Europa. La historia y la decadencia de un tiempo que en algunas cosas fue mejor que el que estaban viviendo tras la Segunda Guerra mundial en Italia.

Esta semana he vuelto a regalarme, como homenaje a Visconti y al príncipe de Lampedusa una larga sesión de lectura de la novela y otra sesión, más larga, de la película original de Visconti, con los tres cuartos de hora de los aristócratas bailando en medio de su final. Y allí, en la Librería Feltrinelli de Palermo, junto a Quatri Canti, pueden ver ustedes al Príncipe, Burt Lancaster, colgado para siempre de la historia.