Agustín Fernández Mallo



La Enciclopedia Británica deja de editarse en papel, se pasa a digital. Lo que para algunos representa la renuncia al placer de tocar la carne [la obsesión por las bondades del libro en papel es de carácter netamente erótico, nada tiene que ver con la lectura], en realidad es algo muy lógico; ya tardaba en darse esa metamorfosis total; el carácter misceláneo de este libro de todos los saberes, lo justifica. Las enciclopedias son la maqueta, el proyecto a escala, de algo que luego se llamó la Red; en ambas, enciclopedia y Red, puedes abrir por cualquier página y lo leído tiene sentido, no se atiene a lecturas secuenciales; toda enciclopedia es una Red en estado primitivo que aspira a contenerlo todo. El salto dado por la Británica es más lógico que la publicación en digital de El Quijote, por decir algo. Hace unas pocas horas, leyendo una noticia acerca del libro, Las Casas de la Vida, [edit. Ariel, Daniel Cid y Teresa Sala], vi la fotografía de la casa de Neruda. Un espectáculo. Parece el bazar de, Entre fantasmas, o el camarote del capitán del barco pirata de Playmobil: objetos de toda época histórica y de la más variada procedencia se acumulan en un salón, hay un aire kitsch, parece, en efecto, una enciclopedia. Sólo hay algo que difiere: los restos de la inasible lengua de hollín, fuego virtual, que aún hoy emerge de la chimenea. Entiendo ese hollín como advertencia, traslado y final escenificación de todo lo que con el tiempo esa casa-enciclopedia sería: Internet.