Marta Sanz
No sé dónde se encuentra el punto medio sobre el que bascula la virtud del juicio lector. Hay que equilibrar experiencia, ideología y conocimientos, y dejar que el texto hable: bajo la periferia connotativa, está el núcleo de lo que alguien quiso expresar con mayor o menor acierto. Sin embargo, me cuesta encontrar un espacio entre el impresionismo -la lectura de piel, el talante dictatorial de un niño que coloca la ficción del yo sobre cualquier cosa- y la afectación falsaria. Ensayo una fórmula: leo con frivolidad las películas de Lars von Trier y El hombre sin atributos, mientras me tomo en serio la cuestión erótica y de clase en la obra de Agatha Christie o abordo críticamente -ninguna voltereta debería permanecer impune- los giros de Bisbal y los programas rosa. El experimento está dando sus frutos.